La estructura por edad de la población mexicana cambia y provoca escenarios desafiantes a las estrategias de crecimiento y desarrollo económico. Hoy se observa una baja de la población de niños, un aumento progresivo de la joven y a largo plazo se pre-vé el envejecimiento de la población, el crecimiento de la gente mayor de 60 años.
Las necesidades de cada grupo etáreo son distintas. El crecimiento de los grupos juveniles ejerce presiones para ampliar el acceso a la educación y a las TI, a servicios de prevención y atención de las violencias, a sistemas de seguridad social o seguros de desempleo, de salud integral e inserción al mercado laboral. Con relación a este último, en América Latina y en varios países en desarrollo la escasa absorción de fuerza de trabajo juvenil y la generación masiva de empleos precarios incitan un escaso aprovechamiento del llamado bono demográfico, que se refiere a la oportunidad de contar con un mayor número de personas en edad laboral. Por su parte, las demandas específicas de las personas mayores se centran en salud, seguridad económica, integración social, medios de esparcimiento y erradicación de la discriminación.
A fin de actualizar las estimaciones de los patrones de consumo y producción remunerada y no remunerada de la población mexicana según sexo, grupo de edad y contexto de residencia, investigadores del Conapo dan algunos hallazgos (Luis Felipe Jiménez Chávez, Perfiles etarios del consumo, la producción remunerada y no remunerada en contextos rurales y urbanos de México, Conapo). Para empezar hay que distinguir que la población entre 30 y 59 años busca habitar en zonas urbanas, donde presumiblemente existen mayores oportunidades de trabajo, estudio y acceso a servicios, o bien se trasladan buscando esparcimiento y encuentros con otros familiares; a diferencia de la población de municipios rurales, la cual se compone principalmente por niños, adolescentes y personas mayores. Las transferencias monetarias de los programas sociales son flujos para atender necesidades específicas y la migración internacional es otra fuente importante para solventar el consumo de la población.
Estudios sobre el uso del tiempo confirman que en los hogares mexicanos persiste una división sexual del trabajo que traslada los costos de cuidados y producción de la vida humana a las mujeres, siendo esta organización social una forma de reproducción de la desigualdad, lo cual restringe el poder de negociación femenino en su núcleo familiar. En cuanto a las tareas desempeñadas en los cuidados a integrantes del hogar, los resultados permiten apreciar la mayor presencia de hogares con niños y adolescentes en las zonas rurales. Al desagregar las actividades remuneradas y no remuneradas se halla que los hombres invierten 45.6 y 49 horas semanales promedio en los ámbitos rural y urbano, respectivamente y las mujeres 34.9 y 39.3 horas semanales, respectivamente. Las mayores diferencias se observan en actividades no remuneradas, como preparación de alimentos y limpieza de la vivienda, donde las mujeres invierten entre 10 y 16 horas en localidades rurales y entre 10.2 y 12.6 y en urbanas; en tanto que los hombres rurales invierten sólo entre 4.2 y 3.9, y en el ámbito urbano dedican 4.9 horas a ambas actividades. En cuanto a las relacionadas con bienes de autoconsumo, las mujeres rurales participan dos veces más que las residentes en zonas urbanas; en el caso de los hombres de áreas rurales, esto se da tres veces más que en los urbanos, relaciones que muestran la fuerte dependencia de las familias del campo en actividades del sector primario. En muestras de 10 mujeres para cada contexto, cerca de cinco de las áreas urbanas se hallan insertas en el mercado laboral, en contraste con cuatro mujeres de las rurales.
Los principales resultados develan que las mujeres continúan con el papel de productoras netas de actividades no remuneradas durante todos los rangos de edad comparadas con los hombres, estos últimos caracterizados por un mayor periodo de ingresos que superan sus gastos, bajo el concepto de trabajo remunerado. En los contextos rurales las brechas de género son más pronunciadas. Probablemente la pandemia originada por el Covid-19 tendrá grandes efectos sobre los flujos monetarios y el uso del tiempo; se prevén afectaciones en la tasa de participación laboral de jóvenes y mujeres.
Hoy se están sentando las bases para atender el rezago social y la reducción de las desigualdades de género, se impulsan cambios culturales e institucionales hacia la erradicación del machismo, que incluye fortalecer una educación integral de la sexualidad en todos los niveles educativos, en la familia y en la comunidad, tarea en la que trabajan articuladamente Conapo, Inmujeres, SEP, Sipinna, Imjuve y Cnegsr, entre otras; este último organismo de la Ssa se ocupa de una mayor protección a las mujeres en edad reproduciva; las secretarías del Trabajo y de Economía contemplan estrategias para la superación de la división sexual respecto al trabajo remunerado y no remunerado, además de los programas que se construyen para mejorar los sistemas de protección social.
Agradezco los valiosos comentarios realizados por la doctora María de la Cruz Muradás, la actuaria Yolanda Téllez y el matemático Raúl Gutiérrez.
*Secretaria general del Conapo
Twitter: @GabrielaRodr108