Moscú. Cuando todavía no concluye la llegada de los civiles azerbaiyanos a los poblados que abandonaron los armenios en Nagorno-Karabaj, quemando sus casas y llevándose los restos exhumados de sus antepasados, la pregunta es cuándo estallará la bomba que encierra el irresuelto conflicto de la República de Transdniéster, territorio moldavo que se declaró independiente al disolverse la Unión Soviética.
A diferencia de su colega azerbaiyano, Ilham Aliyev, la presidente electa de Moldavia, Maia Sandu, quien tomará posesión el día 24, no pretende recuperar mediante una guerra lo que la comunidad internacional reconoce como territorio moldavo.
Sandu enfatizó que no pagará la deuda de 7 mil millones de dólares del gobierno separatista de Transdniéster por el gas natural suministrado por Rusia e instó al Kremlin a negociar el retiro de las tropas rusas estacionadas ahí.
Rusia mantiene en Transdniéster un contingente de paz de mil 700 soldados y un Grupo Operativo del ejército ruso, cuya misión oficial es custodiar los arsenales que se llevaron ahí tras la desintegración del bloque socialista en Europa.
Al exigir que se vayan los militares rusos, Sandu se refiere sólo al Grupo Operativo y plantea que el contingente de pacificación sea remplazado por cascos azules de la Organización para la Cooperación y Seguridad en Europa (OCSE), lo cual no se puede lograr sin la aceptación de Rusia y del gobierno de Transdniéster.
Las tropas permanecen ahí porque, según Rusia, “sería muy peligroso dejar sin la adecuada vigilancia un arsenal de tales dimensiones”: se trata de 20 mil toneladas de material obsoleto, pero nadie quiere asumir el gasto de reciclarlo o trasladarlo.
El Kremlin, aunque reconoce que Transdniéster forma parte de Moldavia, no desea retirar a sus militares para mantener su influencia en la zona.
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