La Realidad, Chiapas, octubre de 1995. Con el sol pegando de “adeveras”, la combi se detiene frente a una cabaña del campo deportivo y de maniobras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. ¿Alguien saldrá a recibirnos? “Apaga el motor y esperemos”, digo al chofer.
Media hora después, aparece un soldado con pasamontañas. Asoma la cabeza por la ventanilla del vehículo y, con parsimonia milenaria, nos mira. El jefe gordito del equipo exclama: “¡Somos de la televisión argentina!” El soldado regresa a la cabaña. Otros 15 minutos y vuelve: “¿De dónde dicen que vienen?” Hiperbólicamente, el jefe gordito alza la voz: “¡De Ar-gen-ti-na! ¡Maradona!”
Media hora más y el soldado regresa con alguien que parece tener mayor autoridad: “¿Quién es Argentina Maradona?”, pregunta. El sonidista del equipo interviene: “¡Todos somos Maradona!” Los zapatistas sonríen. La palabra mágica ha sido dicha. Bienvenidos.
Cuernavaca, 25 años después. La muerte de Diego Armando Maradona me llegó mientras veía The Crown, el novelado culebrón de Netflix que narra la vida de la reina de Inglaterra Isabel II. De súbito, angustia, mareo, dolor de panza, amago de llanto. ¡Qué raro!, me digo… ¡Si no soy futbolero! ¿Será el virus?
En el quinto capítulo de The Crown (“Humos y espejos”, temporada uno) aparece la ceremonia de coronación de Isabel II (junio de 1953). Simultáneamente, en su mansión de París, el duque de Windsor (el ex rey Eduardo VII que fue obligado a abdicar no por amor, sino porque era nazi) explica el ritual a un grupo de amigos que lo ven frente al televisor, en blanco y negro:
–Si levantas el velo… ¿qué te queda? Queda una joven normal y corriente, de talento moderado y poca imaginación. Pero envuélvela en esas telas, úngela con los óleos y… ¡abracabra! ¿qué tenemos? A una diosa…
Apago la compu y reviso el último libro publicado en vida del ídolo: D10S. Miradas sobre el mito Maradona (Ed. Octubre, 336 pp. Buenos Aires, 2020), del periodista argentino Julio Ferrer. Con entrevistas a personajes que conocieron al ídolo, Ferrer deja claro que, con todos los requisitos para sentirse Dios, Maradona nunca se lo creyó. Jamás olvidó que venía del hambre, de la pobreza y que, con o sin corona, fue un joven verdaderamente “normal y corriente”. Aunque de formidable imaginación y menos moderado que la reina de Inglaterra.
En el Mundial de 1986, los pueblos del mundo coronaron al “pibe de oro” en el Azteca, luego que con “la mano de Dios” hizo el primer gol contra Inglaterra, y minutos después metió el de la victoria sin ayuda celestial (2-1). Un triunfo que los argentinos asocian con la guerra de Malvinas (1982).
Peter Shilton, el portero inglés de aquel partido histórico, declaró que lamentaba la muerte del astro, sin perdonarlo por lo ocurrido. En el conservador periódico Daily Mail escribió: “Hizo trampa e inventó eso que llaman ‘la mano de Dios’”. Y Maradona, que apenas había cursado la primaria pero sabía que la conciencia nacional de los argentinos empezó a forjarse después que el pueblo de Buenos Aires derrotó a dos invasiones inglesas (1806 y 1807), comentó: “El súbdito de un país de piratas, hablando de ‘trampa’”.
En Argentina, sólo los apátridas y gorilas prefieren olvidar que durante la guerra, el submarino nuclear Conqueror hundió al crucero General Belgrano. Un vetusto buque-escuela de la Segunda Guerra Mundial, que navegaba fuera del área de exclusión establecida por los ingleses, alrededor de las islas. Murieron 323 argentinos.
Ni la reina que Netflix presenta como hada buena, justa, sabia, ni Peter Shilton, pidieron perdón por aquel crimen de guerra. Así, cuando Shilton cumplió 50 años, declaró que Maradona no estaba invitado a su fiesta. El Pibe de Oro respondió: “¿Y quién quiere ir a tu cumpleaños?”
Reverenciado por papas, obispos, estadistas, presidentes, políticos, gobernantes, grupos de rock, cineastas, artistas, escritores consagrados, Diego Armando Maradona transmitió alegría y felicidad a cientos y cientos de millones de personas. Y fue ejemplo de ser humano cabal: generoso, solidario, sin pelos en la lengua, políticamente esclarecido, y absolutamente imperfecto frente a los dueños del mundo que se creen perfectos.
Libre en las canchas, preso de las multitudes que lo adoraban, Maradona fue lentamente asesinado por una corte de parásitos, nada distintos de los que circulan en la FIFA y el Palacio de Buckingham. Pero enalteció los atributos del “hombre nuevo”: imagen del Che tatuada en un hombro, la de Fidel en una pantorilla, con Chávez en el corazón, apoyando la unidad de América Latina, y gritando a los cuatro vientos: “¡Fui, soy y seré peronista!”