Pocos videos tan viralizados como el de la golpiza recibida por el ladrón en la combi del Estado de México. Su penetración social llega a que se le hagan poemas, canciones, videojuegos, falsos documentales y más a los participantes.
No sólo es la catarsis evidente (de autores y espectadores) lo que popularizó la tunda del delincuente, sino el símbolo del verdadero poder demolido por anónimos justicieros. Más allá de la opinable legítima defensa (hubo exceso en tal figura penal), se muestra el derecho a defenderse del poder. Para el ciudadano regular, el poder está en quien lo afecta. No se trata de percepciones ideológicas o partidistas: la impunidad demuestra a qué grado estamos a merced de la delincuencia. La cual, por cierto, ni siquiera ha disminuido. El poder del discurso es nulo ante la fuerza de la realidad. Las pocas manifestaciones oficiales sobre este video, un asalto entre miles en todo el país, no se tradujeron en acciones eficaces.
Quizá ese silencio oficial tiene que ver con la evidencia de que ya no es necesario indagar quién es el pueblo bueno sino constatar con preocupación cómo ese pueblo puede organizarse en segundos para enfrentar al atacante. Si aquí es el despojante cotidiano, nada impide que en algún momento se identifique al despojante macroeconómico, político o no. La presión social revienta en segundos. La convocatoria para asistir al zócalo con antorchas incide en el inconsciente mexicano, con un Hidalgo en busca de gachupines que prender.
“Para que veas lo que se siente”, grita uno de los golpeadores del video al maltrecho delincuente. En un México con problemas identificados y atribuibles, no sólo preocupa la replicación de esa furia vehicular, sino en la evidencia de la imposibilidad de su contención. Muchos quieren emular a esos cuestionables héroes populares que en segundos entraron al imaginario mexicano, pero también habrá delincuentes que actuarán con herramientas más propicias para atacar a sus víctimas.
Un video que tal vez pronostica un futuro donde policías y políticos apenas se asoman y donde los verdaderos actores serán anónimos dispuestos a todo para sobrevivir. De pronto, la necesidad de actuar para sobrevivir se hace tan inmediata.