Plaza Shibuya, el cruce peatonal más transitado del mundo

apón es un conjunto de un millar de islas. Las principales y más grandes son cuatro, de norte a sur: Hokkaido, Honshu, Kyushu y Shikoku. En la segunda está la capital, Tokio.
Si se toma en cuenta su área metropolitana, el último censo registra 37 millones de personas, por lo que es una de las ciudades más pobladas del mundo. Si algo sorprende en una ciudad de esta magnitud es la limpieza de sus calles y la eficiencia de servicios.
Antes de aterrizar en el aeropuerto de Narita la vista no alcanza a definir límites de una especie de marea de cemento que se eleva a diferentes niveles por los rascacielos de Tokio. Para llegar al centro de la ciudad hay que tomar un tren, cuyo orden y puntualidad son evidentes.
La limpieza es una agradable experiencia. El visitante pensará que a la vuelta encontrará algún depósito de basura, pero recorrerá kilómetros sin hallar dónde deshacerse del empaque de alguna compra.
La razón por la cual se retiraron los botes se remonta a 1995, luego del ataque terrorista de una secta nipona con el letal gas sarín en varias estaciones del Metro, donde 14 personas murieron y más de 6 mil sufrieron graves secuelas.
Uno de los barrios más populares de la capital es Shibuya, que se caracteriza por la inmensa oferta comercial y de entretenimiento y que se ha convertido en un centro de gran atractivo para los jóvenes japoneses y para el turismo mundial.
También es conocido en el mundo por su icónico cruce peatonal: Shibuya Scramble Square, el más transitado del planeta donde al mismo tiempo y desde cuatro direcciones una marea humana cruza de una calle a otra cada vez que uno de los semáforos se ilumina de verde; alrededor de 2 mil 500 personas atraviesan por las cebras en el par de minutos que la señal lo permite; se calcula que cada día un millón de personas lo utiliza.
La experiencia de encontrarse en esa multitud que con prisa intenta llegar a otro lado puede resultar agorafóbica con el riesgo inminente de perder de vista al o los acompañantes. Numerosas señales con altos bastones y pequeñas banderas sobresalen de la multitud que indican a los grupos de turistas y sus guías que asisten a presenciar este espectáculo humano que por más caótico que pueda parecer obedece a un orden prestablecido.
La marea humana fluye, aquí no hay empujones ni desorden, tampoco hay espacio para detenerse a observar la extravagancia de los atuendos de algunos jóvenes, pues se corre peligro de extraviarse y tal vez no llegar al final de la calle. El cruce es posible observarlo desde los ventanales de los cafés o desde los pisos superiores de los centros comerciales. El espectáculo es incomparable, pues al detenerse la marea humana siguen los vehículos.
Las pantallas gigantes que anuncian los más diversos productos en esa plaza son especialmente impactantes al caer el sol. El cine ha captado la fascinación de este cruce, como en algunas escenas de Babel (2006), del mexicano Alejandro González Iñárritu, o en Reto Tokio, de la saga Rápido y Furioso.
Alia Lira Hartmann