ay personas que tienen el don de ver más allá de lo que el común de la gente capta del mundo que nos rodea. Una de ellas es el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.
Conocido como fotógrafo de temas sociales o fotorreportero, Salgado es mucho más. Su legado se extiende más allá de la fotografía removiendo conciencias y revirtiendo la forestación.
Nació en 1944, en Aimorés, Minas Gerais, Brasil, y se crió, junto a sus siete hermanas, entre vastas selvas atlánticas. A los 15 años abandonó la granja donde creció para estudiar en Vitoria, donde conoció a Lélia Deluiz Wanick, estudiante de música con quien se casó y se volvió su compañera y cómplice en múltiples aventuras.
Tras haberse exiliado en París durante la dictadura militar en Brasil, cuando ésta terminó y al regresar al lugar donde vivió su infancia quedó devastado al ver lo que había cambiado al perder la vegetación que lo rodeaba.
Entró a colaborar en Médicos sin Fronteras en Sahel, en África, y tras la publicación de Otras Américas y Sahel su carrera como fotógrafo se consolidó y trabajó para la agencias más importantes del orbe como Sygma, Gamma, Magnum Photos y en1994 creó la suya con Lélia: Amazonas Images en París, para representar su propia obra.
Después de varios años recorriendo los rincones más inhóspitos del planeta y atestiguando con su cámara los más terribles dramas humanos, regresaron a Brasil y durante seis meses recorrió el noreste del país que no conocía. Cuando volvió, enfermo del alma, a la granja familiar, tomó la decisión con su leal compañera de reforestar el entorno y recuperó la esperanza. Con fervor recobraron cerca de 600 hectáreas de la región conocida como Mata Atlántica, en Aimorés.
De ahí nació el Instituto Terra, que lo convirtió en el más firme defensor de la reforestación del planeta y retomó la fotografía. Entre los proyectos que desarrolló destaca el que realizó en la Amazonia.
A lo largo de siete años y 58 expediciones por tierra, aire y agua, Salgado se adentró en bosques, ríos y montañas, así como en la vida cotidiana de las comunidades originarias que la habitan. Muchas de ellas situadas en sitios tan lejanos y escondidos que no han tenido contacto con el exterior.
Ahora tenemos el privilegio de admirar el fruto de ese trabajo monumental en la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Antropología.
A través 230 fotografías se penetra en un viaje al corazón de la selva amazónica, acompañado por los sonidos del lugar: el canto de los pájaros, los susurros de los árboles, los gritos de los animales, la lluvia que cae a torrentes y el agua que baja desde la cima de las montañas, todo en una composición sonora elaborada por el músico francés Jean-Michel Jarre.
La exposición muestra siete interesantes videos testimoniales de líderes de pueblos indígenas que hablan de su vida, los problemas que enfrentan sus comunidades y la importancia de este hábitat.
También hay una sección para personas con discapacidad visual, titulada Amazonia Touch, con 22 fotografías táctiles reproducidas en planchas de resina acrílica.
Explica Salgado que hasta ahora se ha perdido 18 por ciento de la Amazonia; sin embargo, enfatizó que en las imágenes quiso mostrar 82 por ciento de este paraíso en la tierra
que sigue vivo. Por primera vez se exhiben registros de las montañas de la región que representan las más grandes elevaciones naturales de Brasil, las cuales, debido a su difícil acceso son poco conocidas.
Además de deslumbrarnos con la belleza de las imágenes la exposición despierta la conciencia de la necesidad imperiosa de cuidar la naturaleza, en lo que tiene un papel destacado la reforestación, labor primordial a la que se dedica su Instituto Terra.
Para comentar la impactante experiencia vamos a a la Casa Imperial, en la esquina de Emilio Castelar y Galileo, en el cercano Polanco. Generosa cantina con aire decimonónico, que ofrece sabrosos platillos tradicionales como pacholas, tortas y los mejores tacos de lengua, además de sopas, carnes, pescados y lo que se le antoje. Espero que aún tengan de postre el de zapote negro.