Capital
Ver día anteriorDomingo 30 de marzo de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Hernán, Hernán
A

lguna vez comentamos que cuando muere un amigo un pedacito de uno muere con él y queda un sentimiento de orfandad. Eso nos acaba de suceder con el fallecimiento de Hernán Lara Zavala.

Lo conocí a fines de los años 90, cuando me invitó a participar en un coloquio sobre la Ciudad de México, que se llevó a cabo en el Museo José Luis Cuevas, que finalizó en la cantina El Nivel.

De inmediato me cautivó su personalidad, que mi mamá hubiera calificado de campechana, frase que usaba para las personas sencillas y cálidas que desde el primer momento te hacen sentir a gusto y en confianza, como si te conocieran de toda la vida. Después me enteré de que era hijo de campechana y yucateco, orígenes que se reflejaban en su bonhomía y generosidad.

Por esas fechas, por iniciativa de Eduardo Matos, organizamos una tertulia a la que invitamos a don José Rogelio Álvarez, autor de la Enciclopedia de México, entre muchas otras obras, hombre de gran cultura y con fino sentido del humor, quien aceptó gustoso la propuesta y ofreció como sede su casona en la calle del Convento en Coyoacán. Ahí comenzamos a reunirnos los miércoles primeros de cada mes un pequeño grupo de amigos, que proponíamos a personas afines. Gonzalo Celorio sugirió a Hernán, y de inmediato lo convocamos.

Su presencia enriqueció la tertulia que se realizó en ese lugar privilegiado a lo largo de 13 años, hasta el fallecimiento de nuestro anfitrión. Acordamos continuar con ella, turnándonos las casas, ya que se había vuelto un importante espacio de amistad, inteligencia y humor, acompañado de buenos vinos y deliciosa comida.

Cuando le tocaba a Hernán, ya se sabía que nos esperaba un festín yucateco, con la anfitrionía de Aída, su compañera de vida, quien previamente preparaba abundante botana, que en buen clima degustábamos en la terraza con una vista espectacular de la Ciudad de México.

La casa evocaba una finca en la campiña inglesa, acogedora y luminosa; reflejaba el gusto de Hernán. No en balde estudió letras inglesas en la UNAM, donde fue maestro toda su vida y estudió un posgrado en Inglaterra.

Muy buen conversador, en su plática siempre brillaba el sentido del humor; tenía la enorme cualidad de saber escuchar y rara vez hablaba de su logros y reconocimientos profesionales. Nos enterábamos de su productividad literaria porque siempre nos llevaba su obra más reciente.

Su luminosa trayectoria como editor, traductor, promotor cultural y funcionario universitario la conocí principalmente por las anécdotas que compartía con Celorio en la tertulia. No la sabía tan vasta y relevante; gracias a diversos artículos que se han escrito a raíz de su fallecimiento, en los que destacan su profundo sentido de la amistad y su caballerosidad, que me llevó a llamarlo marqués de la península.

Me enteré de la riqueza de su trabajo y de la cantidad de reconocimientos que recibió, entre otros, los premios Latinoamericano de Narrativa Colima, el Nacional de Literatura José Fuentes Mares, el de la Real Academia Española, el Universidad Nacional en el área de Creación Artística 2010, así como las medallas Yucatán, la Justo Sierra Méndez y el doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma de Campeche.

Carlos Fuentes, amigo cercano de Hernán, recibió el Premio González Ruano de periodismo en 2009, por la crónica que escribió sobre Península, Península, su gran obra.

Lamenté no haber sabido de sus relaciones culturales con China, que lo llevaron a hacer cuatro viajes a ese país asiático; hubieran sido tema sabroso de varias tertulias. Lo puedo imaginar con su whisky en las rocas en la mano, platicando anécdotas con su amena elocuencia.

En más de una ocasión comentó “Hay que ser escritor y… parecerlo”. Hernán tenía el perfil perfecto, con su apostura, la abundante melena canosa un poco larga, que se prolongaba en barba y bigote bien cuidados y su vestimenta, elegante casual.

En dos excelentes textos, Juan Villoro lo describe como salido de un cuadro de Zurbarán, y José Antonio Lugo como Caballero de las letras, la amistad y el azar. Coincido con ambos.

Sus amigos de la tertulia que durante 26 años lo disfrutamos mes con mes, estamos profundamente doloridos por su partida que deja un enorme hueco. A los que quedamos (éramos 16), Eduardo Matos, Gonzalo Celorio, Vicente Quirarte, Silvia Molina, Felipe Garrido, Carmen Parra y Mónica del Villar, los abrazo con cariño compartido por el inolvidable Hernán, marqués de la península.