l ejército israelí bombardeó ayer el hospital Nasser, en la localidad de Jan Yunis, en el sur de Gaza, lo que provocó un incendio en el edificio quirúrgico del nosocomio, con un saldo de un muerto. En horas previas, la fuerza aérea de Tel Aviv asesinó a 26 habitantes de la franja; todo ello, en el contexto de la reanudación, tras un alto el fuego de dos meses, del operativo de exterminio que el gobierno de Benjamin Netanyahu lleva a cabo en ese territorio palestino desde octubre de 2023.
Es pertinente recordar que en los 17 meses transcurridos desde el manifiesto empeño israelí de acabar con la población de Gaza, las agresiones aéreas y terrestres han matado directamente a más de 50 mil seres humanos –de los cuales 72 por ciento eran bebés, niños, mujeres y hombres mayores de 60 años– y herido a más de 111 mil; adicionalmente, decenas de miles de personas han muerto por el cerco que impide el ingreso de alimentos y medicinas y por la destrucción sistemática del sistema sanitario, energético e hídrico, de acuerdo con estimaciones de Al Jazeera, The Guardian y The Lancet, que calculan un gran total de 335 mil decesos, una cifra que representa cerca de 14 por ciento de la población total que tenía Gaza hasta antes del inicio de la embestida de Tel Aviv. Por añadidura, los atacantes han asesinado sin contemplaciones a unos 885 integrantes de personal sanitario, a 320 integrantes de organizaciones humanitarias y a 217 periodistas.
Este panorama desmiente el alegato de Netanyahu de que la agresión contra Gaza tiene el propósito de eliminar a Hamas
–una organización que según los datos que ha esgrimido el propio gobierno israelí, tendría unos 20 mil integrantes– y evidencia que su verdadero objetivo es liquidar al mayor número posible de gazatíes y vencer la resistencia de los que sobrevivan a ser deportados a otros países. La abominable estrategia de destruir los hospitales de la franja –con pacientes y personal médico y sanitario adentro– confirma que se trata, en suma, de un genocidio en curso.
El ataque de ayer contra el hospital Nasser adquiere un cariz particular si se considera que en el nosocomio se encontraban los médicos voluntarios estadunidenses Mark Perlmutter y Feroze Sidwah –ortopedista y traumatólogo–, quienes unas horas antes habían denunciado en una entrevista en CNN las más recientes atrocidades cometidas por Israel en Gaza. El primero de ellos, que ha estado presente en diversos centros de salud de la franja, ha señalado en repetidas ocasiones que nunca ha visto que los hospitales sean usados con fines militares por Hamas, lo que desmiente el pretexto con el que las fuerzas de Tel Aviv destruyen sistemáticamente estos establecimientos. Afortunadamente, ambos especialistas resultaron ilesos.
Otro elemento de contexto necesario para comprender la brutalidad de la nueva ola de ataques israelíes contra la población palestina es la cada vez más desfavorable situación política en la que se encuentra Netanyahu en su propio país por intentar destituir al jefe del servicio de inteligencia y seguridad interior (Shin Bet), Ronen Bar, quien criticó al gobierno por fallas de seguridad en el ataque de Hamas en el sur de Israel del 7 de octubre de 2023 y acusó a varios colaboradores cercanos de Netanyahu de mantener vínculos corruptos con el gobierno de Qatar. En esa circunstancia, la oposición llamó a una huelga general si Netanyahu no acata la orden de un tribunal de dejar en suspenso la destitución de Bar e incluso el presidente, Isaac Herzog, formuló criticas al gobierno por impulsar políticas divisionistas
y por emprender acciones unilaterales
que pueden impactar la integridad nacional
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Desde esta perspectiva, es claro que el empecinamiento de Netanyahu en proseguir el exterminio de los palestinos de Gaza es una medida desesperada –aunque no por ello menos criminal– que busca restaurar el respaldo de los sectores más radicales del sionismo israelí y cambiar en la opinión pública su imagen de político corrupto por un halo de salvador de la patria.