Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de marzo de 2025Ediciones anteriores
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Nuestro futbol está de la patada
C

onstantemente me avergüenza y enoja el futbol profesional mexicano, especialmente el masculino de la Liga Mx (en la femenil chillan menos y juegan más) y su selección nacional. En todos los sentidos de la palabra, me siento defraudado. Y no pocas veces robado. No recuerdo cuándo comenzó a pasarme, pero lleva rato; lo que sí está claro es que cada vez es peor.

Uno se pone al televisor o acude al estadio con ganas de ver un buen partido y al final lo único bueno, si corrimos con suerte, fueron las chelas, la botana y la compañía. Porque del partido, ¿qué queda? Aun si ganó el equipo al que le ibas, queda ese amargor de lo chafa.

En mis primeros tiempos, que datan de antes de los ratones verdes, epíteto que acuñó el gran comentarista deportivo Manuel Seyde en su columna de medio siglo Temas del Día en el viejo Excélsior para dar nombre a nuestros desencantos, el futbol era un juego, en primer lugar. Desde los seis o siete años, mamá, voy a salir a jugar, era sinónimo de voy a patear un balón. A mi provecta edad sigue siendo el juego favorito (ni el dominó, ni el póker, ni las matatenas me sedujeron jamás). Me ha dado tanto: identidad, seguridad, sentido de riesgo y decisión, ética colectiva, tolerancia y comprensión al hacer equipo, ganas de ganar y sabiduría para perder. En fin, debe pasarle parecido a un montón de gente en el mundo entero. El sóccer es un gran invento, que ni qué.

El aficionado promedio no se cansa de apechugar con la abrumadora publicidad, la creciente epidemia de apuestas en línea y, sobre todo, con la clase de partidos y resultados que padecemos. Por decirlo simple: el fut se trata de jugar bonito y meter gol, justo lo que no ofrece el actual futbol nacional. Cada semana la tabla semanal se llena de 0-0, 1-0, 1-1. Un 2 ya huele a milagro. Acabamos de ver un clásico, que hoy ya viene en paquete como todo, donde las Chivas le ganaron al América con un solitario autogol. También el otro día casi paran un encuentro porque el Toluca tenía en la cancha ¡ocho extranjeros! O sea, siete de 11 está bien. Y era contra el América, pionero en materia de importación de piernas.

Sí, ya sé, los grandes equipos de Europa (donde el nivel es excepcional) son una confederación de multimillonarios encabezados por Real Madrid, Bayern Múnich, París Saint-Germain y similares que compran y venden piernas con dinero ruso, árabe o chino, pero ese es otro asunto. O bien la impresentable FIFA, siempre ilesa tras sus recurrentes escándalos y la corrupción. Sólo hablo de nuestros posmodernos ratoncitos verdes, que cotizan millones, anuncian desodorantes y papas fritas todo el santo día y una vez en la cancha son pura papa y ni siquiera frita.

Decepciones hubo siempre, son parte del juego, y ratones verdes la mayoría de las veces, pero algo allí valía la pena. Tengo edad suficiente para haber visto a México plantar cara al Brasil de Pelé y Garrincha (que saldría campeón) en el mundial de Chile en 1962 y ganar 3-2 al subcampeón Checoslovaquia. Vi al Necaxa derrotar 4-1 al Santos de Pelé. Nunca le fui a las Chivas, pero ganaron siete torneos casi al hilo con puro jugador nacional. En esos tiempos las importaciones eran cosa del América y algunos otros, lo cual no alteraba la calidad artesanal, pero emocionante, de la liga. También sufrí el 8-0 contra Inglaterra (que saldría campeón) en mayo de 1966; ese día negro Seyde bautizó forever a los ratones verdes.

En la actualidad todo gira en torno al negocio y el balompié (nombre acuñado en 1908 por Manuel de Cavia en El Imparcial del porfiriato para combatir el anglicismo football) está de la patada. La medianía y los millones de dólares provocaron que la Segunda División esté arrinconada en torneos sin salida como el personaje de La mujer de arena, de Kobo Abe. No hay ascenso hace rato. A la vez, la Primera División es autocomplaciente y perezosa porque nadie nunca descenderá. En ambas divisiones la mediocridad queda garantizada. Eso sí, las estrellas emergentes (siempre hay chavos que la hacen, las canteras y el entusiasmo juvenil cumplen su parte) caen en la red empresarial de tráfico llamada fichaje y son vendidos al mejor postor, para luego verlos como ídolos abortados en la selección nacional; aunque sean goleadores en Holanda, Italia o Inglaterra (pienso en Jiménez & Giménez), con la selección nomás la riegan. Los buenazos (onda las tres ches: Chucky, Chávez, Chino) son vendidos enseguida y cuando la selección depende de ellos, nadie les ayuda a sacar el buey de la barranca.

En mis tiempos era impensable que Estados Unidos nos ganara. Ocasionalmente, podían doblarnos Honduras o El Salvador, y Canadá ni siquiera existía. Ahora llevamos años y torneos cayendo ante los gringos, y la selección ya les cogió miedo. Como la afición tampoco es tonta y desaira los estadios locales, la escuadra tricolor y algunos equipos viajan a jugar en los estadios lujosos de Estados Unidos, para gran ganancia de los dueños y continua decepción de la paisanada entusiasmada. ¿Qué Mundial nos espera en esta misma región para 2026, con Trump el Depredador interesado en el multimillonario casino que la FIFA le sirve en plato de oro?