Opinión
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Ciudad perdida

La fuerza del apoyo alejó la amenaza

E

n un mundo normal, donde los sobresaltos no estén a la orden de los caprichos enfermizos de nadie, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que México se alejó durante un buen tiempo de la amenaza de los aranceles injustos, más allá del inicio de abril y hasta que hubiera algún cambio en el tratado de comercio libre de América del Norte.

Decimos esto porque en muchas cabezas se ha instalado la idea de que el próximo 2 de abril Trump impondrá nueva tarifas a los productos mexicanos que pretendan ser comercializados en EU. Y sí, la posibilidad existe porque el gobierno de ese país está en manos de un hombre que no entiende de leyes ni acuerdos que no sean los que le dicta su humor.

No obstante, para ser precisos y para no alejarnos de la realidad, deberíamos señalar que la amenaza de los impuestos a los artículos mexicanos ya no existe, es definitivo, bueno, en tanto al factor naranja no se le ocurra otra cosa, pero en este momento y hasta después del día 2 –quien sabe hasta cuándo– la negociación de la presidenta Sheinbaum nos ha llevado a buen puerto.

Tal vez requiera explicaciones que deberían estar en la boca de los expertos, pero para hacer las cosas simples, se puede decir que México se volvió vulnerable a los pretextos de ataque y agresión del gobierno de Trump. Se nos acusó de ser permisivos con el tráfico, principalmente de fentanilo, droga que ha matado a miles en aquel país devorador de estupefacientes, y también de tener una frontera porosa por donde transitan los migrantes a los que desprecian ciertos círculos de poder en Estados Unidos.

Bajo esos supuestos, se nos puso en el rincón de los mal portados y se nos castigó con aranceles, de todas formas dañinos para EU y para nosotros. No podríamos decir que no estábamos listos para recibir el latigazo; miles de veces se nos dijo que no había que poner todos los huevos en la misma canasta, pero el consejo fue inútil y nos volvimos dependientes, eso sí, del mercado más grande del mundo.

Todos lo sabíamos y Trump lo usó –la dependencia– como arma, pero topó con una nueva estrategia montada desde el gobierno de la presidenta Sheinbaum. No sólo se buscó impedir la sanción –provocada sólo en la cabeza de Trump–, sino que se puso sobre la mesa un valor al que hoy pocos apelan: la soberanía, el apoyo de la gente a las decisiones, en este caso de la Presidenta.

Con el Zócalo lleno y un sol pesado, picante, quedó claro que la gente de este país está dispuesta, desde todos los ámbitos, a defender, tal vez con el mismo ánimo con el que lo hizo ante las amenazas contra la nacionalización de la industria petrolera, este nuevo y peligroso embate en contra del país.

Aunque esta vez hay que señalar una diferencia importante: la participación de la iniciativa privada a favor de la Presidenta. Sí, son otros tiempos y tanto el gobierno como los empresarios y la gente de las finanzas han suavizado, por decirlo de algún modo, las diferencias en la vida pública, y aunque no podríamos decir que hoy todo es miel sobre hojuelas, hay, por fin, un entendimiento que va más allá de la foto. Por eso hay que remarcar la diferencia.

En fin, técnicamente el asunto está resuelto. Nos sacaron del rincón de los mal portados y en el justificable hecho de la reciprocidad, México no tiene por qué preocuparse, pero allá arriba, en el trono, con el cetro destructor apuntando hacia donde lo lleve su humor, Trump sabe que a México, como dijo la presidenta Sheinbaum, se le respeta. Nada más.

De pasadita

¡Qué horror! Está decidido. Hasta donde nos comentan, Guillermo Calderón, hasta hoy otro desafortunado director del Metro dejará su lugar, donde poco hizo, a Adrían Rubalcava, uno de los claros representantes del neoliberalismo. Verde por interés y militante de cualquier otro organismo por ambición, Rubalcava promete ser otro sonoro fracaso. Del Metro luego hablamos.