Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de marzo de 2025Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Poder y agonías

“N

ecrófilo reaccionario colado”, me llamó una amable lectora a propósito del desinterés mostrado por la 4T sobre el documento de voluntad anticipada y el derecho a una muerte digna que señalaba en la columna anterior. El calificativo es revelador respecto a su autora: refleja una indisimulada fobia hacia el tema de la muerte, una visión sectaria ante un cuestionamiento y censura que me ocupe, sin autorización, de temas que sólo las jerarquías deciden si se ventilan o no.

El pensamiento mágico o la creencia de que los deseos e intenciones pueden volverse reales por mera voluntad, han estorbado mucho al pensamiento. Invocar, por ejemplo, la palabra humanismo como vistoso estandarte, orilla a la confusión e incluso a la demagogia al proscribir de los valores humanos aquellos que mis creencias consideran prohibidos o inmorales. Ya sabrán los ideólogos de la 4T si se ocupan o no de estos temas hasta ahora inexcusablemente vedados, pero el humanismo bien entendido no admite mojigaterías ni simulaciones.

Agonía es trance desafiante o angustiado, morboso o afligido, del moribundo momentos previos a su muerte que, por lo general, refleja creencias, temperamento, carácter o incongruencia de la persona… si no es alguien poderoso, pues en este caso, todo el aparato del poder se volcará con el objetivo de prolongar, hasta donde sea posible, esos momentos críticos, por la alta investidura del mandatario, generalísimo o pontífice, ante la impotencia que de este mundo nadie sale vivo.

Síndrome de Franco o la conveniencia política de prolongar la vida de un jefe de Estado hasta límites indecibles por medios artificiales, lo solicite o no el paciente, como ocurrió al dictador Francisco Franco, quien debió pagar y pasar sus 50 últimos días intubado y conectado a mil sondas, con úlceras sangrantes y respiración asfixiante. O Juan Pablo II que, contradiciendo sus prédicas, pidió: Ya no me lleven a la clínica Gemelli, sin que su solicitud fuera atendida.

El Papa Francisco, siguiendo la siniestra costumbre, entre broncoespasmos y obstrucciones respiratorias, lleva tres semanas en la clínica Gemelli, sin que se sepa si pidió permanecer en su habitación. Llama la atención que quienes propagan las bondades del más allá no decidan dejar el más acá de forma más natural o menos encarnizada. Paradojas de la fe: algunos oran ante la estatua de san Juan Pablo II por la salud de Francisco. ¿Serán escuchados?