
Martes 4 de marzo de 2025, p. 3
Madrid. El escritor francés Marcel Proust (1871-1922) fue un autor poliédrico, un renacentista que no sólo era docto en literatura, historia y filosofía, sino también en pintura y música. Una de sus grandes pasiones fue el arte pictórico, del que se fascinó por primera vez en una de sus visitas al Museo del Louvre de París, donde pasaba largas horas contemplando sus salas y rincones.
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid inauguró la exposición Proust y las artes, en la que a través de 136 piezas, la mayoría pinturas, pero también esculturas, túnicas y textiles, libros y grabados, se adentra en ese universo proustiano de sabiduría y exquisita sensibilidad.
Cada obra expuesta funge como una serie de muñecas rusas
, que cuando se abre lleva a otra referencia que confluye de alguna forma en Proust y su novela catedral
, En busca del tiempo perdido.
El curador de la exposición, el historiador y pensador Fernando Checa, explicó que hay pintores que están diseminados a lo largo de la obra de Proust; sobre todo destacó a Claude Monet, a Rembrandt y a Vermeer, quienes no sólo se convirtieron en fuente de inspiración y estudio para el novelista francés, sino que también cobraron vida, ya sea con sus cuadros o con referencias a sus biografías, en su obra literaria.
En busca del tiempo perdido es el eje que vertebra la exposición y a través de la cual se visitan desde los paisajes parisinos del finales del siglo XIX, principalmente, la alta burguesía y la aristocracia en la que se desenvuelven los personajes de Charles Swann y la duquesa de Guermantes, hasta la figura de Elstir, creación literaria de Proust para reflejar al pintor por excelencia, que, a juicio del curador, es una mezcla de Whistler, Moreau, Heller y Monet
.
Para Proust, el artista actuaba, según el director del museo madrileño, Guillermo Solana, como los oculistas: nos somete con su pintura o prosa a un tratamiento que no siempre es agradable. El mundo ha sido creado tantas veces como ha surgido un artista original. Sólo a través del arte podemos salir de nosotros mismos, y gracias a éste, el espectador o el lector sale de un mundo, el nuestro, y lo vemos multiplicarse
.
Las ideas estéticas que Proust desarrolla en su obra, los ambientes artísticos, monumentales y paisajísticos que lo rodearon y que recrea en sus libros, así como los artistas contemporáneos o del pasado que le sirvieron de estímulo, son algunos de los aspectos que articulan el recorrido de la muestra.
El propósito es resaltar ese vínculo y la interrelación entre el arte y su figura, su vida y su trabajo. De ahí que cobre especial relevancia el París en el que vivió; es decir, la cosmopolita y rica capital de la Tercera República, su gran transformación tras las reformas urbanísticas del barón Haussmann, con la aparición de la electricidad, los coches, los espectáculos, los restaurantes y los cafés.
Apasionado de la modernidad
Proust era un apasionado no sólo de las artes, sino de esa modernidad tan en auge a finales del siglo XIX. La imagen de lo moderno que crearon los pintores impresionistas a través de su representación de las calles y otros ambientes de París está en la base de la estética proustiana: todo ello marcarían su biografía y sus escritos
, explicó Checa.
Su primera obra publicada, Los placeres y los días (1896), se presenta en la sala de apertura de la exposición, y muestra su temprano gusto por las artes, la música, el teatro y, especialmente, la pintura y sus frecuentes visitas al Louvre. Pero sobre todo están los escenarios de su novela catedral
, como él la definió, como los Campos Elíseos o las playas y costas del norte de Francia, algunos de los escenarios en los que se desarrolla la novela y que reflejaron en sus cuadros Édouard Manet, Camille Pissarro, Pierre-Auguste Renoir, Claude Monet, Eugène Boudin o Raoul Dufy. Además de la importancia del teatro en su obra, que se refleja en la exposición con la pintura de Georges Clairin de la actriz Sarah Bernhardt, en la que se basó, entre otras, para crear el personaje de la Berma, presente a lo largo de la novela.
La exposición hace también hincapié en uno de los temas más sobresalientes en la obra de Proust, el de la creación y consolidación en las últimas décadas del siglo XIX de una nueva y moderna disciplina, la historia del arte, así como en su fascinación por una ciudad como Venecia, a la que viajó dos veces, en su interés por las catedrales y la arquitectura gótica. Además de pinturas de Rembrandt, Johannes Vermeer, Anton van Dyck, Jean-Antoine Watteau, Turner, Henri Fantin-Latour, James McNeill Whistler, Manet, Monet o Renoir, entre otros, una escultura de Émile Antoine Bourdelle, los diseños de Fortuny y de otros creadores de la época.
La muestra incluye una selección de libros de Proust procedentes de la Biblioteca Nacional de Francia y del Ateneo de Madrid, y otros préstamos del Louvre, el Museo d’Orsay y el Carnavalet de París, además de la Mauritshuis de La Haya, el Rijksmuseum de Ámsterdam, el Städel Museum de Fráncfort y la Galería Nacional de Arte de Washington.
Al final de ese recorrido imaginario de innumerables referencias literarias y pictóricas, la muestra termina con la exposición de los siete tomos de la novela, en la que se destaca un pasaje en el que el narrador es consciente de que su obligación para recuperar el tiempo perdido
no es otra que describir el origen y el desarrollo de su vida personal e intelectual en una gran novela, así como poner de manifiesto la implacabilidad del tiempo. Esa idea se acompaña de dos autorretratos de Rembrandt, uno de entre 1642 y 1643, y otro de 1661, y dos imágenes de Marcel Proust en su lecho de muerte, en 1922 (un dibujo de Helleu y una fotografía de Emmanuel Sougez), mientras se escucha el primer movimiento de la Sonata para violín y piano de César Frank, uno de los modelos más cercanos a la Sonata de Vinteuil, que recorre toda la novela cumbre de Proust.
La exposición se podrá ver a partir de hoy y hasta el 8 de junio.