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Tumbando caña

¡Ay, Tongolele!

D

esde que apareció en la escena mexicana, muy jovencita, a la edad de 17 años, bailando con esa soltura, sedosa y sensual, Yolanda Montes Tongolele fue una especie de evento telúrico que cimbró las estructuras de una sociedad que apenas despertaba a la modernidad. Sólo la pala-bra Tongolele ya sugería algo provocador.

El poeta Elías Nandino, quien luego fue su médico y el más fiel admirador, escribió: “Era una mujer bellísima, una adolescente luciendo la promesa de su forma. Cuando bailaba era un nido de llama contra el viento. Lo interesante es que movía todo el cuerpo, como el escarceo de las olas en el mar. Quedaba quieta como la luna llena, en extásis, en medio de los cielos…”

Tongolele significó una inflexión en los paradigmas del comportamiento social –cita Gabriela Pulido Llano, en su artículo La ciudad del pecado–. Ella representó una suerte de revolución escénica y sexual, así como un símbolo en la cultura popular. Además, provocó al salir a bailar muy ligera de ropas, descalza y con movimientos de cadera asociados al coito, una polémica entre la libertad de expresarse corporalmente y la decencia, con argumentos moralistas de todo tipo”.

El debate era moral y también, cabe decirlo, teológico. En un vano intento por contrarrestar el fenómeno, las autoridades eclesiásticas, vía la Liga de la decencia, distribuyeron volantes a las puertas de los teatros o lanzados desde un avión sobre la ciudad para advertir: quien cometa el pecado mortal de ver y aplaudir a Tongolele será excomulgado.

“Un acto donde tiene lugar la acción abominable de las ‘encueratrices’, la cópula de un solo cuerpo como síntesis del mal, no el mal que es la negación de Dios, sino el mal que es la afirmación gozosa del pecado”, respondió en su momento Carlos Monsiváis, quien llamó a lo generado por la joven Yolanda Montes Farrington tongolelismo.

En 1948, los amaneceres de la Ciudad de México se vieron invadidos hasta el aturdimiento por las extrañas y juguetonas resonancias de una palabra: Tongolele. Tongolele en los periódicos. Tongolele en las portadas de las revistas. Tongolele multiplicado en los cientos de carteles que disputan las paredes de la ciudad. Tongolele es el principal tema de conversación en cafés, restaurantes, cantinas, fiestas y reuniones. De las marquesinas de los teatros a los cabarets y las carteleras de cine. El tongolelismo se ha desatado, reseñaba el escritor y cronista.

Hubo un tiempo en que Yolanda luchó contra el tongolelismo.

Los periodistas que sabían que mi nombre vendía, inventaban cuentos, me comentó en cierta ocasión que la entrevisté para el diario Unomásuno. “Si mataban a alguien, encontraban la forma de meter mi nombre. Había un chiste que decía: ‘ahora ya no se encuentran criadas porque todas quieren ser Tongolele’. Era un cambio de momento, un giro hacia todo lo que después fue farándula. Porque antes los grandes artistas que uno veía en el teatro eran como Toña La Negra”.

Luego, viró esa lucha y la emprendió contra el término bailarina exótica, que nació con ella y que vio desdibujarse en sus múltiples imitadoras. Se volvió una frase genérica para designar a toda mujer de cuerpo bonito con nombre raro que pretendía bailar sobre un escenario. Porque los empresarios que las ponían allí buscaban mostrar más el cuerpo que el baile. Y para mí el baile siempre fue primero, me dijo en aquella charla. 

Tongolele no sólo bailaba, nos dice su amigo y confidente Iván Restrepo: “también contaba historias con su cuerpo, con su mirada, con su forma de estar en escena (…) Tongolele representaba el atractivo de lo desconocido, esa fascinación que el cine de la época tenía por lo que venía de otros mundos. La Época de Oro del cine mexicano buscaba constantemente nuevas imágenes que capturaran la imaginación del público. Tongolele encajó perfectamente en esa necesidad de exotismo y sensualidad, pero lo hizo con una personalidad escénica propia (…) No era sólo una bailarina de cine, también era una estrella en vivo. Su presencia en lugares como el Teatro Blanquita, el Teatro Lírico o el Follies Bergere de la Ciudad de México la convirtió en un referente de la noche capitalina”.

En cuanto al cine: la presencia de Tongolele en pantalla siempre fue magnética, y tuvo una gran capacidad para adaptarse a distintos estilos fílmicos, afirma Restrepo.

Con el declive del llamado Cine de Oro, las figuras femeninas dedicadas al baile exótico fueron declinando también. La única que permaneció fue Tongolele. “Su imagen fue tan fuerte que hasta el momento actual su nombre es referente para evocar una época completa. A diferencia de muchas de sus contemporáneas, que se retiraron con el declive de ese cine, Tongolele siguió siendo un símbolo durante décadas (…) Ella supo mantenerse sin traicionar su esencia. No intentó transformarse en otra cosa, sino que se convirtió en un ícono”.

La última vez que Tongolele apareció ante el público fue en el cierre del cabaret King Kong. Iván Restrepo la recuerda ¡maravillosa! Nunca estuvo tan bien como esa última temporada. La fecha en que se despidió de los escenarios no se me olvida: 11 de mayo de 1979.

Tongolele falleció el pasado domingo 16 de febrero, sus allegados pidieron que se respetara el duelo. No hubo ceremonia de despedida más que la íntima familiar. Así, discreta, sin circo mediático, se fue la gran bailarina. Para Iván Restrepo, su legado está en la forma en que logró construir una vida, una carrera que se mantuvo a lo largo del tiempo sin perder su identidad.