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El Ku Klux Klan
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bad thing never dies, reza en inglés un antiguo dicho. Hay equivalentes en varias lenguas. En español decimos yerba mala nunca muere. Viene al caso al ver y oír, con asombro, la competencia kukluxklanesca, entre políticos incompetentes, en el seno de la CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora), en Washington, para establecer quién expresa la peor brutalidad con sus planes para joder cuanto se pueda al resto de los mortales.

El Ku Klux Klan (KKK) nació en Estados Unidos en el siglo XIX, poco después del fin de la Guerra de Secesión. La secta se ha multiplicado cuanto ha podido y ha desaparecido y reaparecido varias veces desde su origen. En pleno siglo XXI existen al menos los siguientes grupos: Church of the American Knights of the KKK (o KKKK), Imperial Klans of America, Knights of the White Kamelia, The Knights of the Ku Klux Klan. Este último se dice el Klan de la Sexta Era. No tienen una membresía numerosa, pero los abyectos antivalores que los mueven sí que abrazan a amplias capas de la sociedad gringa. Son grupos de odio, supremacistas blancos de derecha extrema que promueven, mediante actos violentos y campañas de propaganda, el racismo furioso, la xenofobia, la homofobia, el anticomunismo visceral, la aporofobia cobarde, la postura antinmigrante a rajatabla, en algunos casos el ­anticatolicismo.

Sobre ese repertorio ignominioso hemos leído u oído en abundancia recientemente, por boca de los personajes reunidos en la CPAC: Mr. Trump y sus nuevos vasallos. A diferencia sobre todo de los primeros kukluxklanes, que eran pobres, entre los de la CPAC están los sujetos más enriquecidos del planeta, y los políticos más poderosos del orbe como Mr. Trump. Esa reunión muestra que el capitalismo camina a ninguna parte. No tiene rumbo ni orientación. Mr. Trump bufa y patea mientras da codazos como un monstruo herido en la oscuridad, confiando en que el cataclismo, en todo caso, joderá más profundamente a los demás y él será el ganón. Mr. Trump quiere, en la conmoción, quedarse con la mayor riqueza posible, operando el despojo del siglo, como los al menos 500 mil millones de dólares en recursos energéticos y de tierras raras que, dice, va a arrancar a Ucrania. Se propone desvalijar a todos, asegura, mediante sus amados aranceles. Va ganar billones con la Costa Azul de Gaza. Para abrir boca.

Los imperios también mueren por decisión propia. La inflación ha renacido en EU y la Reserva Federal puede verse obligada a usar su único instrumento y no ver más salida que aplicar el freno de emergencia, provocando una nueva recesión y un desplome bursátil. El índice de actividad económica de este país cayó en diciembre a su nivel más bajo desde abril de 2024. Lo más preocupante para la Fed es la caída de la inversión empresarial en activos fijos, tanto en estructuras como en equipos. La inversión fija se contrajo desde 2.1 en el primer trimestre 2023 a –0.6 por ciento en el cuarto trimestre de 2024. Nada de eso mejorará con las políticas trumpianas. Las presiones inflacionarias han continuado avanzando en Gran Bretaña y en la zona euro. También en Japón. Todo esto antes de la entrada en escena de los recortes al gasto y el establecimiento de los amados aranceles por Mr. Trump. Probablemente veamos llegar una nueva era de estanflación.

Esos datos y probables tendencias no amilanarán a Mr. Trump. En el desastre le irá peor a los demás. En eso confía. No tiene un plan de recomposición de la economía mundial, sino uno de reconstrucción de EU, encerrado en sus fronteras, confiando en que los aranceles harán retornar los capitales a EU y todo volverá a florecer, mientras los demás se arruinan. El magnate quizá pronto empezará a ver que las cosas del mundo son más complejas que atizar con aranceles a la economía planetaria.

En tanto, es posible que los pueblos del mundo empiecen a despertar. Las izquierdas también perdieron el rumbo. El capitalismo se halla en fase terminal, en el sentido de que es incapaz de producir todas las ganancias que los capitalistas sueñan que deberían alcanzar y, al mismo tiempo, generar un conjunto mínimo de satisfactores para una vida digna, para las mayorías, de lo que derivaría algún consenso hacia el sistema. Eso tendió a ocurrir en los años 1950-1970, y no ha vuelto a suceder. A partir de 2008-2009, todo ha sido cada vez peor para los de abajo. Las mayorías necesitan construir con sus dirigentes un programa de futuro.

La política de la izquierda tendrá que luchar otra vez para devolver a las personas el control sobre sus vidas y su sentido de pertenencia a la comunidad. Las garantías sobre un mínimo de satisfactores no son suficientes. Los pueblos y las personas necesitan una identidad que les dé orgullo, autoestima, reconocimiento, para poder hallar gradualmente los caminos de superación del capitalismo. El futuro del occidente desarrollado muestra que cada vez veremos más Ku Klux Klanes, anaranjados y de otros colores. Como dice Adam Tooze: MAGA es un montón de mierda.