ás allá del humo y los espejos, la guerra arancelaria de Trump responde a tres factores. Primero, es una respuesta a la crisis del capitalismo global. Segundo, es un componente de la guerra contra la clase trabajadora estadunidense y global. Y tercero, está plagada de tantas contradicciones que terminará agravando la crisis y contribuyendo al desmoronamiento de la coalición Trump.
Cada país se ha insertado durante el último medio siglo en un sistema globalizado de producción, finanzas y servicios y retirarse de él no es posible sin una perturbación masiva que generaría caos y colapso. Los aranceles de Trump agravarán la turbulencia económica mundial, pero el sistema del capitalismo global también enfrenta una espiral de crisis política de legitimidad del Estado y descontento social masivo. Las dimensiones políticas de la crisis reflejan una contradicción fundamental en la organización del capitalismo global: la disyunción entre una economía globalmente integrada y un sistema de autoridad política basado en el Estado-nación.
Cada Estado tiene un mandato contradictorio. Por un lado, necesita lograr legitimidad política entre su respectiva población y estabilizar su propio orden social nacional. Por otro lado, debe promover la acumulación de capital trasnacional en su territorio en competencia con otros estados. Estas dos funciones contradictorias son incompatibles entre sí y se desarrollan en guerras proteccionistas y otras formas de competencia interestatal. Atraer inversiones corporativas trasnacionales requiere proporcionar al capital incentivos tales como salarios bajos y disciplina laboral, un entorno regulatorio laxo, concesiones fiscales, subsidios a la inversión, privatización, desregulación. El resultado es una creciente desigualdad, empobrecimiento e inseguridad para las clases trabajadoras, precisamente las condiciones que arrojan a los estados a crisis de legitimidad, desestabilizan los sistemas políticos nacionales, ponen en peligro el control de las élites y dan impulso al surgimiento de una derecha neofascista.
Mucho antes de que Trump asumiera el cargo, sucesivas administraciones estadunidenses en el siglo XXI buscaron subsidios, créditos fiscales y aranceles para atraer a inversionistas trasnacionales, lo que desencadenó continuos conflictos proteccionistas entre estados. Los gobiernos adoptaron más de mil 500 políticas a principios de la década de 2020 para atraer a industrias a sus territorios, en comparación con casi ninguna en la década de 2010, según datos del FMI. A diferencia del proteccionismo que los países impusieron a principios del siglo XX, cuyo objetivo era mantener alejados a los capitalistas extranjeros y cultivar la industria nacional, este nuevo proteccionismo no ha estado dirigido a mantener alejado al capital extranjero
, sino a atraer inversores corporativos y financieros trasnacionales.
Si una parte de la ecuación implica aranceles y otras medidas proteccionistas para atraer inversiones trasnacionales, la otra parte es una escalada total de la lucha de clases desde arriba contra la clase trabajadora estadunidense y mundial. El programa de Trump propone destruir lo que queda del Estado regulador, privatizar lo que aún queda de la esfera pública, recortes masivos en el gasto social, una reducción de los impuestos al capital y a los ricos, una expansión del aparato estatal de represión y vigilancia. El objetivo es eliminar los elementos restantes del gran compromiso de clases
que surgió durante la Gran Depresión de la década de 1930 y que resultó en el New Deal, o el Estado de bienestar socialdemócrata.
El objetivo del trumpismo es degradar radicalmente la mano de obra basada en Estados Unidos, que ya enfrenta una grave crisis de reproducción social. Los inversores trasnacionales deben ser castigados con aranceles si están ubicados fuera de Estados Unidos, pero atraídos a reubicarse dentro de las fronteras estadunidenses por el incentivo de una masa de mano de obra puesta a la defensiva y disponible para la explotación. El trumpismo propone ofrecer al capital una clase trabajadora desesperada y fácilmente explotable, para hacer que la explotabilidad de esta clase sea competitiva con la explotabilidad de la clase trabajadora de otros países. Los aranceles no perjudicarán al capital, sino a los trabajadores. Las corporaciones repercutirán el costo de los aranceles mediante precios más altos. Este aumento de precios contraerá el consumo de la clase trabajadora. Es una estrategia calculada para debilitar a los trabajadores dividiendo y empobreciéndolos precisamente en un momento de descontento masivo y creciente lucha de clases.
La guerra contra los inmigrantes y la amenaza de deportación masiva es un ataque a toda la clase trabajadora multiétnica y multinacional, cuyo objetivo es generar miedo y caos en los mercados laborales y las instituciones sociales. Históricamente, el hipernacionalismo sirve para socavar la unidad de la clase trabajadora y enfrentar a trabajadores de diferentes países entre sí. También se debe reavivar el racismo para dividir y desorganizar a la clase trabajadora.
Trump es un Frankenstein conjurado por la dependencia del capital trasnacional del Estado para mantener bajo control el descontento masivo y resolver el problema del estancamiento crónico. Pero es dudoso que las guerras comerciales de Trump realmente logren convencer a los capitalistas trasnacionales de reubicar la producción en territorio estadunidense. Las empresas trasnacionales pueden tener una base en un país en particular, pero operan a través de vastas cadenas globales de producción y distribución entrelazadas que se ven obstruidas por aranceles o cualquier otro obstáculo impuesto por los estados-nación. La Cámara de Comercio de Estados Unidos, la Asociación Nacional de Fabricantes, la Federación Nacional de Minoristas y otras entidades corporativas se han opuesto a los aranceles.
Trump aprovechará el caos generado por su programa para desatar toda la furia del Estado policial contra la resistencia popular. Lejos de estabilizar el capitalismo global, el proyecto Trump agravará todas las contradicciones que lo están desgarrando. Las élites globales están divididas y cada vez más fragmentadas a medida que el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial se resquebraja y la confrontación geopolítica se intensifica. El Foro Económico Mundial publicó su Informe de Riesgo Global anual en vísperas de la toma de posesión de Trump. A medida que entramos en 2025, el panorama global está cada vez más fracturado en los ámbitos geopolítico, ambiental, social, económico y tecnológico
, advirtió. El mundo enfrenta un panorama sombrío en los tres horizontes temporales: el actual, el de corto y el de largo plazos
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*Profesor distinguido de sociología, Universidad de California en Santa Barbara