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Mantener el legado indígena es resistir: Santa Perica
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▲ El recital de Santa Perica clausuró el tercer Encuentro de Juventudes Indígenas de la CDMX.Foto Reyes Martínez
 
Periódico La Jornada
Miércoles 19 de febrero de 2025, p. 9

El ensamble Santa Perica creó un ambiente de goce juvenil y femenino por la celebración colectiva, el baile y el legado cultural, cuando la tarde de este domingo se presentó en el Museo Universitario del Chopo.

La agrupación de músicos de Oaxaca y Guerrero congregó un mosaico de jóvenes que disfrutaron desde la primera pieza, que fusiona música tradicional y contemporánea en un repertorio de sones, cumbias merequetengues y chilenas costeñas y mixtecas.

El recital clausuró el tercer Encuentro de Juventudes Indígenas en la Ciudad de México con una fiesta que duró poco más de una hora y logró que el par de centenares de asistentes participaran en una verbena con toques parecidos a las de las comunidades de donde muchos de ellos provienen.

La iniciativa, organizada por el colectivo Nuestras Voces, tiene la finalidad de lograr la apropiación del espacio público y la visibilización de jóvenes indígenas residentes en la Ciudad de México; así como el intercambio de saberes y experiencias.

Desde le primer acorde, Santa Perica logró en el público el ánimo exultante de una festividad. Al principio fue el aplauso que estalló en el Foro El Dinosuario Juan José Gurrola, seguidos de gritos de admiración a los músicos. Se escuchaba un discurso en una lengua nacional, mientras los subtítulos proclamaban somos hijos de la lluvia.

El sonido de los saxofones, la batería y la guitarra eléctrica en automático recuerdan una festividad de barrio o las ocasiones de un santo patrono en algún pueblo del suroeste mexicano. Alegría y compás. La camaradería que lleva a las jóvenes asistentes a participar del baile, al creciente retumbar del corazón. Aplauden cada pieza.

Llegan los versos de Pinotepa, Oaxaca. Cuando piden que levante la mano la raza indígena de la CDMX el vítor se crece. Continúa una chilena mientras se proyectan imágenes de las artes de las comunidades, como el tejido, el dibujo, mojigangas y la alegría de sus creadores.

La fiesta ancestral se posesiona del museo. Disfrutan los asistentes y en ellos se reúne la presencia y vitalidad de los pueblos originarios. Hay personas de Guerrero, Oaxaca, Hidalgo, Puebla, Michoacán y de la Ciudad de México, todos ellos con identidad indígena.

De la costa a la montaña y de la montaña a la ciudad se oye, mientras la danza femenina discurre. El carnaval sobre el escenario y entre éste y la primera fila.

El vocalista comenta que se siente el calor que produce esta música, “que nos dieron nuestros padres, tíos, madres, abuelos. Esto también es un acto de resistencia. Mantener este legado es resistir, proclama. Se refiere a los tejidos, huipiles y todo lo que hacen sus artesanos, a quienes honramos con esta música, esta alegría.

El jolgorio y el fraseo de los instrumentos hablan de esperanza, fe y solidaridades comunales, o al menos permiten imaginarlas. Es una velada de diálogos sin palabras y homenajes, de historia conservadas por la música. Enseñanzas y juegos.

Jamás decayó el ánimo en pos de una noche plena de enjundia y regocijo. Siguen piezas de carnaval merequetengue y de diablos de Cuajinicuilapa, con su inicio sombrío o terrible para llegar a la potencia del baile que lo mismo mueve los pies, hace levantar el pañuelo o abulta las mejillas y hace vibrar el cuerpo. Cierran con un son de tiliches. Y dejan que la comunión y energía conseguida se dispersen por la ciudad.