os cambios acontecidos en el mundo durante los pasados 50 años podrían hacer perder la cabeza a un hombre o mujer trasladado en un parpadeo de un día situado hace medio siglo al día de hoy. El tiempo es acaso el último de los transportes cuya velocidad no se reduce ni se acelera. Aún no existe el vehículo capaz de reducir o aumentar el tiempo requerido para pasar de ayer a hoy o de hoy a mañana.
Cabría, entonces, interrogarse sobre el sentido de dos versos que rezan: no es el tiempo el que pasa / somos nosotros los que pasamos
. Misterio de la existencia, la eternidad es un espejismo y una trampa, corremos hacia ella a sabiendas de que no está a nuestro alcance en esta vida. ¿Y si la eternidad estuviera antes de nosotros, de nuestra existencia, y no después de ella? Después de todo, el pasado no cesa de extenderse tras nosotros, estatuas situadas sobre un pedestal donde giramos en vano tratando de escudriñar el futuro cuando el futuro no existe.
Seres hechos de recuerdos, no somos sino nuestra propia memoria. Una memoria que se alimenta del pasado que guarda en ella. Una memoria cuyos olvidos hacen brotar la nostalgia, ese extraño dolor de lo lejano, lo desaparecido.
Nostalgia, palabra formada de los términos griegos: nostos, regreso, y algos, dolor; es el sentimiento de tristeza y estado de languidez causados por el alejamiento del país natal, la añoranza de lo extraviado, el pesar por lo desaparecido.
El tiempo no pasa, es la nostalgia la que pasa y dejamos de sentir, a veces acostumbrados a la ausencia de lo que ya fue y ya no es, en ocasiones dejando al olvido pesares y lamentos ya sin sentido.
Hace 50, 40 años, aún podía sentirse nostalgia del país que se deja al emprender un largo viaje a un país distante. El tiempo y el espacio hacían brotar el sentimiento de añoranza. Telefonear, por ejemplo de Francia a México, era costoso y había una larga espera cuando se solicitaba una llamada por cobrar
. Hoy, telefonear a México desde París tiene el mismo costo que telefonear de París a París. Las llamadas cuestan lo mismo, pues pasan ahora por satélite y no por cable. Esto no significa que el número de kilómetros de distancia se haya reducido ni que la velocidad haya aumentado. Simplemente, el medio es otro.
La nostalgia creada por el alejamiento en el espacio se ha ido esfumando. Las distancias son las mismas, pero se recorren con mayor rapidez dando la impresión de acortarse. La nostalgia, en fin, ya no es lo que fue. Pero si ya no se extraña como antes el país que se deja, nace una nueva añoranza, evocadora e invocadora la nostalgia de ella misma.
Seres complejos e incomprensibles para nosotros mismos, terminamos por extrañar el sentimiento de extrañeza que hemos dejado de sentir. Esa suave y melancólica pena que daba el recuerdo de un bien perdido o la ausencia de un ser amado. Esa nostalgia que se experimenta mientras seres y cosas se alejan pero siguen siendo en algún lugar. Acaso para que sigan siendo, esas personas amadas, imaginamos que han encontrado el lugar que les corresponde y poseen desde siempre y para siempre: nuestra memoria.
La magnífica actriz que fue Simone Signoret escribió un libro de memorias titulado en francés: La nostalgie n’est plus ce qu’elle était (La nostalgia ya no es lo que fue). Con un estilo que sólo da la elegancia, hace una rápida alusión, con un soplo de tristeza, al fugaz amorío de Yves Montand, su marido, y Marylin Monroe. ¿Qué quiso decir Signoret al escribir que la nostalgia ya no es lo que fue
? En esta frase queda implícito que la nostalgia fue de otra manera. ¿Más evocadora ayer? ¿Más dolorosa? Acaso, simplemente distinta, encerraba recuerdos que el tiempo desgastó, puliéndolos para hacerlos brillar como las estrellas que se alejan en el cielo. Los astros que gravitan sosteniéndose unos a otros enlazados entre ellos para siempre en la memoria.
La nostalgia puede, entonces, caer en el olvido que todo cubre.