esde tiempos ancestrales, el ser humano ha dado importancia a los aromas. Se han encontrado evidencias que muestran que en la Edad de Piedra se quemaban ciertas maderas y resinas que desprendía un agradable olor para venerar a las divinidades.
Siglos más tarde, los egipcios desarrollaron toda una ciencia del perfume que se utilizaba tanto en la cosmética como en los rituales religiosos y mortuorios –los linos con los que embalsamaban a los nobles se impregnaban de sustancias aromáticas–.
India también tuvo –y tiene– lo suyo en lo que se refiere a perfumes y aromas intensos, como consta a quien haya visitado ese fascinante país. Siglos antes de Cristo, en los textos ayurvédicos se menciona la destilación del ittar, un perfume natural.
Los griegos perfumaban sus cuerpos con aceites, especialmente los de los atletas y las estatuas de sus dioses. Todavía se pueden apreciar en algunos museos, preciosos frascos y vasijas de cerámica que usaban para guardarlos.
Cuando Roma conquistó Grecia, impactada por su cultura, copió muchas de sus costumbres, su arte y, por supuesto, el gusto por los perfumes. El escritor y naturalista Plinio menciona los ingredientes que usaban en su elaboración y critica que existiera un gasto exagerado en especias y fragancias que le parecía un lujo corruptor.
La Biblia también menciona el uso de aromas y perfumes en ocasiones especiales, como cuando nació Jesús de Nazaret y los Reyes Magos le llevaron de regalo incienso y mirra. Los evangelios dicen que “María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús (…) y la casa se llenó del olor del perfume”.
Así nos vamos a través de los siglos y vemos el desarrollo de la perfumería en muchos lugares del mundo. Su elaboración a gran escala se dice que fue a raíz de la creación del perfumero Jean-Marie Farina, quien en 1709 creó el agua de Colonia (eau de Cologne) en homenaje a la ciudad donde vivía.
Afirman los expertos en sicología de la belleza que su uso aumenta la autoestima y favorece las relaciones sociales, da seguridad y se vuelve parte de la personalidad; por eso, afirman, hay esa enorme variedad de fragancias que se adaptan a cada tipo de persona.
Ahora la cosmopolita Ciudad de México tiene un Museo del Perfume (Mupe), ubicado en una hermosa casona de estilo afrancesado, en Tacuba 12, en el Centro Histórico, que perteneció a Manuel Romero Rubio, suegro de Porfirio Díaz.
El Mupe es un espacio sensorial que busca difundir la cultura de los aromas y el perfume. La visita inicia en un salón que muestra una de las muchas maneras que se utilizaban para elaborar los perfumes y la materia prima: pétalos de flores, hierbas y maderas olorosas. Una elegante escalinata de dos rampas da acceso al piso superior donde se brinda una breve historia de los orígenes del perfume en el mundo y en México; explican que no comenzó con la llegada de los colonizadores europeos, sino con las civilizaciones prehispánicas. Los mayas, mexicas y zapotecos, entre otros, usaban diversas flores y plantas para crear aceites aromáticos que utilizaban en sus rituales religiosos y de bienestar.
Después vienen varias salas que muestran cientos de frascos de perfumes, de las marcas más afamadas del mundo, algunos son obras de arte. Muchos orfebres que elaboraban cristal como Lalique y Tiffany realizaron botellas primorosas para envasar las fragancias más finas.
Se alternan con breves historias de los creadores de los perfumes, tanto individuos como las grandes casas de moda y sus diseñadores estrella, muchos de ellos todavía existen en el mercado.
El plato fuerte es un gran salón con elegantes vitrinas antiguas que exhiben joyas históricas, como perfumeros de cristal de Murano, de Baccarat, cristal cortado y plata.
La colección consta de 4 mil piezas que incluyen, envases, joyería, cosméticos, carteles, libros y perfumeros de distintas épocas. También imparten talleres.
Durante el recorrido aparecen videos y áreas interactivas relacionadas con la industria, con sus orígenes y desarrollo. La sala inmersiva cuenta con proyecciones en pisos y paredes que muestran plantas, maderas y otros elementos utilizados en la fabricación de perfumes.
En la misma calle de Tacuba, donde por cierto proliferan las perfumerías de batalla, en la esquina con Palma, está desde 1870 la panadería La Vasconia, que continúa siendo de las mejores de la ciudad. Ahora se amplió a la planta alta de la antigua casona y hay un sencillo restaurante que ofrece apetitosas viandas, desde el desayuno hasta la comida.
Hay que aprovechar para llevar pan a la casa de su gran variedad que muestra los nombres de antaño: corazón, ladrillo, puerquito, piedra, chilindrina, bigote, cocol, piojosa y muchos más.