Editorial
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Ultraderecha: ¿qué Occidente?
E

l partido neofranquista Vox fue anfitrión en la reunión de los dirigentes del bloque de formaciones ultraderechistas más grande de la Unión Europea, los Patriotas por Europa. Al encuentro realizado en Madrid acudieron representantes de Austria, Alemania, Portugal, Italia, Francia, Países Bajos, República Checa, Hungría, Estonia y Grecia, quienes en muchos casos pertenecen a los partidos de mayor crecimiento en preferencias electorales en sus respectivos países. Patriotas es una agrupación tan extrema que acoge en sus filas a Alternativa para Alemania (AfD), el partido neonazi del que la mayoría de los políticos trata de desmarcarse oficialmente aunque comulgue con sus ideas.

Miembros destacados de la ultraderecha del Viejo Continente como la primera ministra italiana Giorgia Meloni no estuvieron en la cita, pues sus formaciones adhieren a Conservadores y Reformistas Europeos o a Europa de las Naciones Soberanas, las otras dos grandes coaliciones de ultraderecha que, en conjunto con Patriotas, disponen de más representantes en el Europarlamento que cualquier otro grupo.

Además de repetir sus consignas xenófobas y racistas, los oradores hicieron del evento un culto al presidente estadunidense Donald Trump, en quien ven un guía ideológico, un modelo de éxito político, y en quien depositan su esperanza de tomar o perpetuarse en el poder. De hecho, la cumbre fue bautizada Hagamos Europa grande otra vez en obvio homenaje al lema chovinista del magnate, y durante todo el encuentro se ensalzó su figura. En esta identificación se delata la primera contradicción de los participantes, quienes ensalzan el patrioterismo y hablan de engrandecer a Europa mientras se ponen a sí mismos, a sus partidos y sus países al servicio de un personaje que no ha desperdiciado ocasión para mostrar su desprecio por la Unión Europea, así como su completa ignorancia de la historia y la cultura del bloque.

Cabe suponer que la simpatía surja del desconocimiento compartido de la historia europea. Sólo de este modo se explica que Santiago Abascal, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Viktor Orbán, Geert Wilders, Petr Macinka y sus correligionarios se jacten de encarnar a Occidente cuando todo su programa trata de revertir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la cual se condensan los valores de la mejor versión de Occidente, la que supo extraer lecciones de su tumultuoso pasado y darse principios que evitaran nuevos horrores. Asimismo, tienen en común con el trumpismo el uso –y abuso– del cristianismo como signo identitario al mismo tiempo que dan la espalda a todas las enseñanzas de Cristo en su trato a los migrantes y a los grupos vulnerables. Su distorsión inquisitorial e intolerante del cristianismo cristaliza en el inquietante llamado a la Reconquista, es decir, a la expulsión de las fronteras europeas de todos los musulmanes, tal como hicieron los Reyes Católicos hace más de 500 años.

En esta misma visión de su labor como una redición fársica de las Cruzadas se inscriben sus esfuerzos por extender su ideario a América Latina, cuyas derechas se caracterizan por un profundo complejo de inferioridad que las lleva a renegar de la herencia indígena y a buscar hasta extremos patéticos la aprobación de las viejas metrópolis coloniales. Los intercambios entre los ultraderechistas europeos y sus pares latinoamericanos son un espectáculo grotesco en el que colonizadores nostálgicos coinciden con individuos que desean ver a sus naciones colonizadas. Este fenómeno es ejemplificado por Javier Milei, quien recibe aplausos cada vez que viaja a Europa a Estados Unidos por ofrecer Argentina al mejor postor y nominarse como adalid de los grandes capitales, así como por otros dirigentes menos pintorescos pero igualmente nocivos para sus países. La buena sintonía de los líderes golpistas venezolanos con la ultraderecha es otra muestra de las fuerzas a las que se enfrenta Venezuela en su determinación por defender su soberanía y sus recursos naturales.

A uno y otro lado del Atlántico, los pueblos han de responder con democracia, solidaridad y una reivindicación del humanismo secular a quienes pretenden que el futuro sea dominado por los discursos de odio, el cultivo del miedo como herramienta de manipulación y el colonialismo impulsado por prejuicios racistas.