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He decidido declararme marxista
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▲ Portada del libro y el autor estadunidense Jon Lee Anderson.Foto © David Monteleone
Periódico La Jornada
Domingo 9 de febrero de 2025, p. a12

Del escritor y periodista estadunidense Jon Lee Anderson, especialista en temas geopolíticos que han marcado las últimas cinco décadas, autor de numerosos libros y biógrafo de personajes tan diversos como influyentes en la historia mundial, como el Che Guevara, Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet y Saddam Hussein, con autorización de Penguin Random House, ofrecemos a los lectores de La Jornada un fragmento de su más reciente libro, He decidido declararme marxista. Guerra y conflictos. Poder y política (vol. 1), que reúne en dos volúmenes sus crónicas publicadas en The New Yorker, donde colabora desde 1998.

La tumba de Lorca*

En Granada hay una calle estrecha que rebasa las arboladas rampas de la Alhambra y sube por una colina hasta el cementerio de la cumbre. La tierra de los alrededores es de un rojo subido y los olivos que motean las suaves terrazas son verdigrises y muy viejos. La tapia del cementerio, de ladrillo enyesado, es alta, larga y del mismo color que la tierra, y está coronada por tejas. Hay en todo una agradable simetría.

En la esquina de abajo por la izquierda de la tapia, en un tramo de unos seis metros de anchura, hay unos boquetes del tamaño de un huevo, impactos de proyectiles que dan fe de los fusilamientos que se perpetraron allí en el verano de 1936. Murieron más de mil personas, conducidas al cementerio por la noche en camiones descubiertos. Los turistas norteamericanos que se alojaban en las pensiones camino abajo hablaron después del horror de ser despertados antes del alba por los chirriantes cambios de marcha de los camiones que subían con su lúgubre cargamento, y minutos después por los inconfundibles estampidos de las descargas. Uno de los fusilados del cementerio fue el socialista Manuel Fernández-Montesinos, que acababa de ser elegido alcalde de Granada. Fue fusilado el 16 de agosto con otras doscientas treinta personas. Aquel mismo día detuvieron en la ciudad a su cuñado, el poeta Federico García Lorca, ya internacionalmente conocido. Dos días después fue asesinado en una ladera solitaria, en un barranco en las afueras de Alfacar, un pueblo situado a unos kilómetros de Granada.

Más allá del cementerio se veían los picos de Sierra Nevada. Estaban cubiertos de nieve reciente, teñida de rosa por la moribunda luz del día. Hasta la muerte de Franco hubo un manual, titulado El parvulito, que circuló por los parvularios de España. Los niños de cuatro y cinco años aprendían en él, en una página titulada «El Alzamiento Nacional», lo que eran la Guerra Civil y el régimen de Franco. Al pie de una ilustración en que se veía a un soldado en actitud decidida, con fusil y bayoneta calada, se decía: «Hace varios años España estaba muy mal gobernada. Todos los días había tiros por las calles y se quemaban iglesias. Para acabar con todo esto, Franco se sublevó con el ejército y después de tres años de guerra logró echar de nuestra Patria a sus enemigos. Los españoles nombraron a Franco Jefe o Caudillo y desde el año 1936 gobierna gloriosamente a España».

La iniciativa de Garzón, la primera investigación oficial de la represión franquista, fue aplaudida por organizaciones defensoras de los derechos humanos como Amnistía Internacional y la Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ian Gibson, biógrafo de Lorca, autor de la primera investigación seria sobre el asesinato del poeta, La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca (1971), me dijo que estaba muy emocionado, «porque por fin va a saberse en todo el mundo la verdad del genocidio franquista y del terrible y opresivo silencio que hubo no sólo en los cuarenta años de dictadura, sino también en la Transición».

En medio del revuelo mediático levantado por la perspectiva de exhumar a Lorca, llegó la sorprendente noticia de que los familiares del poeta se oponían a la exhumación. Lo habían dicho antes, pero ahora lo volvieron a recalcar. En un escueto comunicado de prensa, los familiares manifestaban que respetaban «los deseos de todos los familiares de las víctimas», pero no querían que la exhumación se convirtiera en un «espectáculo mediático». «Reiteramos nuestro deseo, tan legítimo como el de otros familiares, de que los restos de Federico García Lorca reposen para siempre donde están». La postura de los herederos del poeta fue incomprensible para muchas personas y dio lugar a rumores de todas clases. Uno decía que la familia se «avergonzaba» de la homosexualidad de Lorca; otro, que la familia había desenterrado los restos hacía años y los había vuelto a inhumar en un sitio secreto.

* Publicado originalmente en The New Yorker el 15 de junio de 2009 y por primera vez en castellano por Anagrama (2018), en El dictador, los demonios y otras crónicas, en traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle.