igrar y casarse a temprana edad es el destino de las niñas y niños de comunidades indígenas de la Montaña de Guerrero. Desde pequeños juegan y duermen en terrenos agrestes mientras sus padres preparan tlacolol. Sus primeros aprendizajes los adquieren en el campo porque en sus localidades no hay aulas ni maestros. El derecho a la educación es letra muerta, los padres y madres de familia lo conquistan bloqueando carreteras.
En los municipios de Metlatónoc y Cochoapa el Grande, hay niños y niñas que no cuentan con actas de nacimiento, cartillas de vacunación ni certificados de educación básica. Son los indocumentados de la Montaña que crecen con el estigma de su indianidad y engrosan las filas de la población analfabeta. Se preparan para el peonaje sin tener oportunidad de desarrollar sus capacidades cognitivas, tecnológicas y artísticas. Las faenas en el cerro forjan su acero para enrolarse desde los 12 años en campos agrícolas. Sus vidas van de surco en surco: limpiando terrenos, sembrando semillas y recolectando vegetales y frutas. Siempre lejos de sus comunidades.
Muy temprano preparan su itacate para aguantar la pesada carga de las arpillas de 30 kilos. Soportan los rayos del sol y el peso sobre sus hombros mientras esperan su turno para descargar chiles en los camiones del patrón. Obtener un pago de 400 pesos implica una jornada extenuante. Sacrifican su descanso y comen a prisa para alcanzar la meta. Padres e hijos se guarecen en casas derruidas porque los techos sin agua ni luz también son caros.
Los niños y niñas que tuvieron el privilegio de terminar la secundaria en las cabeceras mu-nicipales se dispersan por las ciudades en bus-ca de trabajo. Varios se han aventurado a cruzar la frontera, pocos libran los peligros y amenazasde la delincuencia. Quienes resisten la travesíapor el desierto son los afortunados de la Montaña. Beato Ortiz, indígena na savi de Metlató-noc, perdió a su hermano en el trayecto a Phoe-nix, Arizona. Ya no le dio tiempo llegar al coche que los esperaba para apretujarse en la cajuela. Arribó a Estados Unidos sin saber qué hacer ni a dónde ir ante la pérdida de su hermano.
Por su corta edad no pudo conseguir trabajo. Aprovechó su estancia para aprender inglés y estudiar la secundaria en Richmond, Virginia. Logró ingresar al noveno grado. El estudio le abrió otros horizontes, constató lo difícil que es ser aceptado como ciudadano de otro país. Pronto encontró trabajo en una fábrica de carritos para supermercado. Probó suerte en una empacadora de cigarros, deambuló por varios restaurantes y hoteles, hasta que tuvo la idea de vender artesanías mexicanas y playeras en el mercado de la pulga. Con sus ahorros viajó a Puebla para comprar una tortillería. Extrañaba, como muchos paisanos, el sabor de las tortillas recién salidas del comal.
A la vuelta de 10 años, Beato cuenta con cuatro tortillerías y un restaurante de comida mexicana. Más de 35 personas latinas trabajan en sus negocios. Ha crecido en él su amor por su tierra, su gusto por hablar el tu un savi y su compromiso por defender a sus paisanos. Sin pretenderlo ha liderado la lucha de los pueblos indígenas en Richmond, Virginia. Con la llegada de Trump se ha encargado de difundir en su lengua materna los derechos que tienen como personas migrantes. A sus paisanos les ha dado pautas para tomar medidas preventivas y les sugiere que no se aíslen. Como parte del pueblo ñuu savi aprendió a respetar la cultura de cada individuo, a reconocer que somos diversos y que las identidades de cada ciudadano nos hermanan en la lucha por nuestros derechos.
Para Beato la investidura del presidente Trump no le da la autoridad para denigrar a los migrantes cual criminales, menos para tratarlos como seres sin dignidad y sin derechos. Los policías tampoco encarnan la ley, sus armas no son para agredir a las personas ni para introducirse a los domicilios. Es reprobable y ofensivo que encadenen a los migrantes. El presidente sabe que todos lo somos: sus padres y su esposa fueron migrantes. No debe olvidar que migrantes somos y en el camino andamos.
Para la comunidad ñuu savi de El Platanar la postura antimigrante de Trump es para infundir miedo. Con su lenguaje beligerante trata de intimidarnos. Quiere más guerra. Trata de enemigos a quienes no somos blancos. Desprecia a los jóvenes pobres que llegan de otros países. Por ser señor rico se comporta como patrón déspota. No sabe que en este mundo todos nos necesitamos, por eso debemos respetarnos.
Las autoridades de El Platanar cada año cumplen con la costumbre de elegir a los nuevos mayordomos de la Virgen de Guadalupe y de San Francisco. Con la persecución a los migrantes, varios padres de familia se negaron a desempeñar estos cargos. Los jóvenes que están en Nueva York comentan que no trabajan por temor a que la migra los detenga. La incertidumbre que impera preocupa a los pobladores porque las fiestas se cancelarían. Ante la amenaza de Trump, la comunidad se prepara.
La costumbre es que cada cinco años salga un grupo de jóvenes a Nueva York con la encomienda de apoyar a sus familias y juntar dinero para las mayordomías. Son cargos imprescindibles que los padres tienen obligación de hacer en representación de sus hijos. El prestigio de la comunidad y de los mayordomos depende del éxito que tengan las fiestas. Para los habitantes de El Platanar la comunidad puede sucumbir si las fiestas se cancelan, por eso, la encomienda de los jóvenes es juntar dinero para la comunidad. En el último trimestre de 2024 los migrantes enviaron a la Montaña 145 millones 991 mil dólares, la cifra más alta del estado. Este esfuerzo extraordinario se puede resquebrajar con las decisiones impredecibles de Donald Trump.