Pasa sin pausa de Fauré a la Misa solemne, de Beethoven, y de Bach a Arthur Hamilton y McCartney
Sábado 8 de febrero de 2025, p. 4
Madrid. Minutos antes del inicio del concierto en el Auditorio Nacional de Música de Madrid se anunció por el altavoz que el artista había decidido hacer algunos cambios en el programa; que la primera parte sería una selección del programa previsto y que la segunda sería improvisada
.
Acto seguido se presentó en el escenario el pianista Brad Mehldau, nacido en Florida en 1970, quien desde muy joven fue catapultado como el más prometedor de su generación; incluso, lo compararon −y comparan− con dos de los grandes genios contemporáneos del instrumento: Glenn Gould y Keith Jarrett.
Tras llegar el silencio absoluto en un teatro abarrotado y expectante, Mehldau recorrió con su piano todos los recovecos de la música; fue capaz de pasar de los nocturnos de Fauré a la Misa solemne de Beethoven o de las Variaciones Goldberg de Bach a la música doliente del Misisipi y a las estrofas de una canción de Paul McCartney.
Brad Mehldau publicó el año pasado sus memorias, Un canon personal (Editorial Berenice), en las que además de relatar su adicción a la heroína también cuenta de forma pormenorizada su proceso de formación musical. Muy exigente y depurado, con lo que desde muy joven fue capaz de interpretar a los grandes clásicos de la música al mismo tiempo que se adentraba en el género que más ha cultivado hasta ahora, el jazz, donde se siente más libre para la improvisación y la creación personal.
De negro riguroso y con su material de trabajo, el piano, la partitura electrónica y un pañuelo para secarse las manos, Mehldau explicó él mismo los cambios en el programa, en el que en un principio tocaría sólo su disco más reciente, Aprés Fauré, homenaje al músico francés Gabriel Fauré con motivo del centenario de su muerte, y en el que interpreta cuatro nocturnos (4, 7, 12 y 13), además de la reducción de un extracto del movimiento Adagio de su Cuarteto para piano en Sol Menor, así como cuatro composiciones más escritas por Mehldau e inspiradas en las creaciones del autor francés.
Finalmente, el programa cambió, y en los primeros 40 minutos tocó fragmentos de los cuatro nocturnos y una parte del Adagio. Fueron instantes de gran belleza interpretativa, en los que también se percibió que Mehldau quería ir más allá y dejar que sus manos bailaran en su instrumento con su habitual torrente volcánico. Lo que no le impidió explicar de forma pedagógica, casi como un profesor de escuela, por qué había decidido acercarse a Fauré, que ve como figura puente
entre el Romanticismo alemán de Schumann y Brahms. Es fácil percibir un parentesco armónico, en particular entre Brahms y Fauré
, afirmó ante un público atento.
Tras una pausa de 20 minutos, Mehldau culminó la segunda parte del concierto, lo cual provocó el éxtasis en el auditorio que le pidió hasta en cinco ocasiones que volviera y les regalara unos minutos más de magia. Y así lo hizo sin remilgar. Lo que permitió que cubriera con su manto virtuoso todos los recovecos de la música, y le permitió enlazar fragmentos de Bach y sus Variaciones Goldberg, la Misa solemne de Beethoven con canciones más recientes, como la de Arthur Hamilton, Cry Me A River, que relata el dolor del pueblo negro a lo largo y ancho del río Misisipi, o con una de las canciones de los Beatles y de McCartney que le gusta reinterpretar con su piano, Your Mother Should Know. Y así, hasta que poco a poco, y después de cinco bises, Mehldau puso fin a la magia y se perdió detrás del escenario, después de haber dejado a su público más cautivado que nunca con su genialidad.