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Ernesto Cardenal: poesía y revolución
S

u sentencia es inequívoca y de hierro:

“Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido ni asiste a sus mítines…”

La hizo salmo el poeta de los pobres, el sandinista que repudió a los sandinistas que se transformaron en lo que combatieron; el teólogo de la Liberación condenado por la Iglesia debido a su activismo político; el notable constructor de Solentiname, archipiélago paupérrimo que se convirtió en sede de un movimiento pictórico; el poeta que muchas veces recurrió a la oración para poder escribir.

Aunque se consideraba un poeta menor, sus versos ayudaron a sobrevivir al legendario Pepe Mújica en sus días más sombríos. Con él compartió su causa por los desheredados.

Ernesto Cardenal habría cumplido 100 años este 20 de enero, pero una falla renal le permitió llegar sólo a los 95.

Abiertamente misceláneo, impuro, inmediato, con prisa de lo común y cotidiano como Jules Laforgue, a decir de Cardoza y Aragón, Cardenal comentó en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica que aspiraba a ser leído por cualquiera: He tratado principalmente de escribir una poesía que se entienda.

Escribir poesía para que el lector no entienda, sin embargo, se ha convertido en una especie de plaga, decía a su amigo Julio Cortázar. Los poetas ya no hablan de lugares, escriben una poesía del hotel Hilton que son lugares exactamente iguales en El Cairo o Jerusalén. Se lee poca poesía porque hay poetas a los que les gusta que la poesía no se entienda.

Como muchos jóvenes, quiso ser novelista, historiador, cuentista, poeta, y mientras él perseguía a las muchachas, a él lo “perseguía Dios… y ganó Dios”. Dejó de perseguir mujeres y se enclaustró en un monasterio trapense de Kentucky. Para él, la poesía fue un don divino aunque nos sorprenda con poemas dedicados a Marilyn Monroe, sex symbol universal, ícono estelar del calendario laico.

Para Cardenal, creer fue resultado de la voluntad divina y, supongo, conciliación de los contrarios. Sólo así entiendo que haya sido marxista y cristiano, joven entusiasmado por la falange y después admirador de la revolución cubana, político de la vida menuda y la plaza pública, del ayuno y la meditación; sacerdote y poeta cuyos versos son versos eróticos, aunque se diga que son místicos.

A diferencia de poetas que repudian la llamada poesía comprometida y a semejanza de otros que la reivindican como Pablo Neruda, Ernesto Cardenal no ocultó sus filias y sus fobias. No le espantó el arte comprometido. En sus Epigramas y Hora 0, de principios de los años 60, la crítica a la corrupción política latinoamericana es agria y rotunda. Dice José Manuel Oviedo que la fuerza de su poesía consiste en hacernos pensar que la historia de América es una profecía.

En Hora 0, la crítica a Somoza, Ubico, la United Fruit es clara e implacable. Su prosaísmo de vértigo, como calificara Octavio Paz a su poesía, señala, sintetiza, construye imágenes que robustecen la escritura, como al hablar del ejército de Sandino, donde muchos eran muchachos con sombreros de palma, descalzos, con machetes, ancianos de barba blanca, niños de 12 años con sus rifles; un ejército que no tenía disciplina ni desorden, donde tenían jerarquía militar, pero todos eran iguales / sin distinción en la repartición de la comida, más una comunidad que un ejército.

¿Qué es aquella luz allá a lo lejos?¿Es una estrella? / Es la luz de Sandino en la montaña / negra. / Allí están él y sus hombres junto a / la fogata roja / con sus rifles al hombro y envueltos / en sus colchas, / fumando o cantando canciones / tristes del norte, / los hombres sin moverse y / moviéndose sus sombras.

Un poeta inimitable, a decir de la autora Thelma Nava.

A Mario Benedetti le sorprendió su lirismo espontáneo y cotidiano, pero también su formidable dominio del verso, de particular aptitud para hacerlo sonar de un modo natural, comunicativo. También le gustaba su “tono de confidencia, de plática cordial… una suerte de ancho río verbal que constantemente recibe afluentes del buen humor, la lucidez, la ternura”.

Para Ernesto Cardenal, la ciencia era un camino más directo hacia Dios que la religión y toda revolución; para él, nos acercaba al reino de los cielos; incluso, una revolución perdida. Muchas lecciones nos dejan la sonoridad de sus versos, sus epigramas, cartas, memorias y no pocos episodios de su vida.