emanas atrás circuló un comunicado de Spotify que generó expectativas y posiciones encontradas en torno a la libertad de expresión; en él, la plataforma de audiostreaming más escuchada del mundo declaraba su decisión de retirar canciones que glorifiquen o promuevan actividades relacionadas con el narcotráfico, cárteles y violencia
pero, lamentablemente, se trató de un texto apócrifo. En realidad, el ascenso a los gigantes de la tecnología del corporativo fundado por Daniel EK tiene una historia muy alejada de las versiones oficiales que lo presentan como precursor de la lucha por los derechos al libre acceso de productos digitales.
Esta plataforma no se somete a determinaciones éticas, se debe justamente a la precarización de los artistas, la bio rentabilidad de sus cuerpos y mentes, al despojo monetario de los creadores que dan vida a la app y a su edificación como oligopolio mundial de la industria musical, cuyo poder de decisión sobre quién se consolida o no en la cima de la fama, está mediado por los acuerdos comerciales con las marcas trasnacionales y los intereses políticos, económicos e ideológicos de las clases dominantes, cual sea la actividad de éstas, sin importar la relación que han establecido entre las economías legales e ilegales; tal es el caso del desplazamiento forzado por medio de los cárteles actuando en forma de ejércitos privados para facilitar el extractivismo.
De ahí que el crecimiento descomunal del género musical narcoparamilitar denominado bélico
no sea casualidad, la masificación de sus contenidos se promueve siguiendo los patrones de consumo inducidos intencionalmente por la industria cultural; en este justo momento, varios de sus intérpretes más representativos están ocupando los primeros cinco lugares de la lista del Top México Spotify, son jóvenes menores de 28 años patrocinados para usar marcas que los hacen ver como juniors adinerados, incitando a otras juventudes a incorporarse en las actividades del sicariato, consumir y traficar narcóticos, normalizar la prostitución forzada y el lavado de dinero.
Podría pensarse que se trata de anomalías fuera de control en el libre mercado, ajenas a la lógica reproductiva del capitalismo; pero no es así, están contribuyendo deliberadamente a desarrollar el imaginario colectivo de una base de apoyo social con la que se consensan las demandas laborales, ideológicas, de consumo y legitimación de la violencia criminal, pertinentes para sostener la narcoeconomía, que no se remite ya, sólo al trasiego y distribución de drogas; además de las actividades mencionadas en el párrafo anterior, se esparce hacia el control de la minería, del agronegocio y monocultivos, cobro de piso, secuestro, extorsión, piratería, tráfico de órganos y de personas.
Estos imaginarios espectacularizando el capitalismo gore, son un fenómeno que se ha globalizado con el mismo propósito legitimador de la narcocultura. Las interacciones entre cantantes bélicos y del trap latino permiten llegar a números inimaginables de consumidores; los casos del mexicano Peso Pluma y la colombiana Karol G son reveladores, ambos han alcanzado el primer lugar del Top Global Spotify; su colaboración en Qlona, con mil 140 millones de reproducciones ha rebasado con holgura el número total de habitantes del continente americano y de Oceanía, juntos.
A La Bichota (así se le conoce a la cantante antioqueña), la industria cultural le ha construido una imagen de ícono liberador para colocarla entre las cinco más escuchadas en el mundo, buscando invalidar la profundidad de las demandas feministas; sin embargo, las letras de sus interpretaciones tienen poco o nada que ver con las reivindicaciones de los movimientos de mujeres y mucho más con reforzar la imagen cosificadora, hipersexualizada y rentable de sus cuerpos.
A los pocos días de haberse liberado su colaboración en +57, en la que también participa su paisano Maluma, ésta encabezaba el primer lugar del Top Songs Colombia, rebasando en reproducciones la población de aquél país andino; la referencia tiene relevancia porque no estamos sólo frente a un producto comercial en sí mismo, esta canción hipersexualizó a una niña de 14 años, fungió como instrumento de la necro política para normalizar el turismo sexual y la pedofilia, siendo Medellín y otras ciudades colombianas, los focos rojos más preocupantes del continente en prostitución forzada, especialmente de menores de edad. Aunque la fuerte campaña -57
, emprendida por internautas de la red virtual, consiguió modificar parte de la letra original para que hiciera referencia ahora a una chica de 18 años, pero el resto básicamente quedó igual, no deja de ser una provocación para que el turismo sexual internacional acuda a las zonas de tolerancia de las economías ilegales controladas por los cárteles.
La producción simbólica de lenguajes de esta industria musical es todo un sistema educativo que actúa y se masifica con eficacia preocupante; se materializa con rapidez en hábitos y hábitats de violencia, antivalores y prácticas sociales indeseables; crea los insumos desechables de cuerpos activos y de reserva para la reproducción del capitalismo gore. Las grandes marcas y los gigantes digitales del audio streaming no van a hacer nada para detener las necroeconomías, son tan responsables de promoverlas como los cárteles ¿Qué vamos a hacer nosotros los educadores críticos, los movimientos sociales y ciudadanos que, desde cualquier espacio, estamos ocupados en hacer de éste un mundo cada vez mejor?
* Doctor en pedagogía crítica
X: @levmx66