i la decrépita memoria no me falla, fue allá por marzo de 2021 que la directiva de una escuela de música en Nueva York envió a su comunidad una circular en la que anunciaba que a partir de ese momento entraba en vigor la prohibición tajante de enseñar o interpretar dos piezas para piano de Claude Debussy: Golliwogg’s Cakewalk y Le Petit Nègre. La razón: fueron consideradas de pronto como apropiaciones imperialistas, eurocéntricas y racistas de ciertos aspectos de las culturas afrodescendientes de América. Someter tales asuntos a debate y análisis se antojaba como algo muy productivo, pero ciertos personajes de espíritu revisionista y revanchista prefirieron en cambio la cacería, no de brujas, sino deobras musicales. Al paso de un poco de tiempo, parecía que la controversia represora sobre el golliwogg y el negrito de Debussy, así como otras músicas incorrectas había perdido fuerza y brío, pero no. Hace unas semanas ha salido a la luz la existencia de una noble institución (al parecer de fundación reciente) que se ha estado encargando tras bambalinas, por así decirlo, de poner algunos puntos sobre algunas corcheas, tratando de preservar ciertos valores fundamentales en la música. Se trata del Comité Internacional para la Corrección Ideológica en la Música (Cicim, por sus siglas en francés, y también en castellano, y en italiano, y en rumano, y en catalán).
Al parecer, el estatuto general del Cicim contempla una política radical de arrasar con todo y no dejar ni un solo títere musical incorrecto con cabeza. En el ámbito de la ópera, por ejemplo, ya ha logrado la prohibición generalizada de La reina de las Indias, de Purcell; Las Indias galantes, de Rameau; el Motezuma, de Vivaldi; el Montezuma, de Graun, y una enorme sarta de obras que no cumplen con las nuevas ideas y perspectivas sobre los pueblos originarios. La misma guadaña han sufrido las tres óperas de Ginastera ( Bomarzo, Beatrix Cenci y Don Rodrigo), en las quehay más perversiones acumuladas que candidatos a jueces de tómbola por estos rumbos. En otro ámbito, han bloqueado también toda puesta (en concierto o en escena) de las Catulli Carmina, de Carl Orff, por su obsceno texto en el que los amantes se alaban mutua y amorosamente sus atributos sexuales. Por razones análogas, aunque no idénticas, el Cicim ya ha progresado mucho en el camino de prohibir la Salomé, de Strauss; la Lady Macbeth, de Mtsensk de Shostakovich, y la Lulu, de Berg, óperas de gran fetidez moral, si las hay.
Venturosamente, el Cicim no detiene su fructífera labor en protegernos solamente de los salaces impulsos de nuestro impuro cuerpo, sino que también dedica sus esfuerzos a cuidar nuestra pureza de pensamiento. De ahí, sus diatribas y exclusiones tajantes contra la obra entera de gente como Luigi Nono y Hans Werner Henze, quienes además de componer música muy fea, muy elitista y nada popular, eran comunistas. Por cierto: poco después de que comenzó a circular información fidedigna sobre la existencia y las nobles actividades del Cicim, se descubrió que la institución tiene (no podía faltar) un capítulo en México; su sede está en el estado de Guanajuato, al pie del Cerro del Cubilete. Un informante que ha pedido el anonimato para salvaguardar su colección de partituras, sus discos compactos y su seguridad, afirma que esta filial local del Cicim ya tiene bastante avanzados sus planes para prohibir, entre muchas otras músicas indeseables, Danza negra y Suite indígena primitiva, de Salvador Contreras, el Canto a una muchacha negra, de Silvestre Revueltas, la Sinfonía india y las Cuatro melodías indias tradicionales de Ecuador, de Carlos Chávez, así como las Tres danzas indígenas jaliscienses, de José Rolón, y tantísima otra música de dudosa moral y clara incorrección política e ideológica, como las óperas Atzimba, de Ricardo Castro, y Guatemotzin, de Aniceto Ortega. (Hay que impedir a toda costa, asimismo, el estreno de la ópera El Monte de Venus, de Gerhart Muench).
Recientemente, un acucioso periodista de investigación sueco de apellido Blomquist me ha comunicado, en discretísimo coloquio, que hay indicios de que muy pronto el Cicim organizará una Quema universal de partituras impropias
.
Cuando se hayan extinguido las brasas y dispersado las cenizas de la magna pira, nos quedarán el reguetón y el corrido tumbado, sabiamente promovidos por los esforzados guardianes de la corrección. Y todo habrá sido culpa de Debussy.