Sábado 28 de diciembre de 2024, p. a12
El Año Bruckner cerró de manera espectacular con una serie de conciertos consecutivos de la Filarmónica de Berlín dedicados a las sinfonías del compositor austriaco, de quien este 2024 se conmemoraron 200 años de su nacimiento y la casi totalidad de las orquestas en el planeta pusieron a sonar su música.
Desde 2020, cuando se cumplieron 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven (1770-1827), el mundo de la música no había celebrado con tanto ímpetu y dedicación una efeméride como se comenzó a conmemorar a Bruckner desde 2023 y se seguirá haciendo en 2025, con ciclos de grabaciones y series de conciertos como los presentados este diciembre en la Philharmonie, sede de la Filarmónica de Berlín.
Desde el inicio de temporada de conciertos, hace tres meses, Bruckner permanece en la cartelera berlinesa. El titular de la Filarmónica de Berlín, Kiril Petrenko, abrió con la Quinta de Bruckner en septiembre.
Todos los conciertos de esta orquesta se transmiten en vivo a través de la digital concert hall.
El desfile estelar de primeras batutas culminó este mes así:
El 7 de diciembre, la directora de orquesta australiana Simone Young dirigió la Segunda sinfonía de Bruckner y eligió, al contrario de lo que acostumbran los demás, la versión original, en lugar de las versiones corregidas.
En los intermedios de las transmisiones, se incluyen entrevistas a los directores invitados y, en esta ocasión, la plática con Simone Young resultó muy ilustrativa.
Explicó las razones por las que eligió la versión original; entre ellas, porque contiene elementos muy importantes que ya no aparecen en la segunda versión, que es la que todos conocen.
También hizo notar Simone Young que la escritura de la Segunda Sinfonía es un reflejo del oficio de Bruckner: organista de la Abadía de San Florián, cercana al poblado de Ansfelden, donde nació Bruck-ner en 1824 y toda su vida estuvo ligada a esa iglesia, desde que formó parte del coro de niños hasta sus últimos días, pues nunca dejó de ejercer el oficio de organista en ese templo.
El reflejo puede percibirse en el acomodo del sonido de la Segunda de Bruckner: en bloques, tal y como se acomoda el sonido de un órgano monumental de iglesia y se percibe con claridad, además, el sonido de la mano izquierda en el teclado en una parte de la sección de cuerdas y el sonido que produce la mano derecha, en otra región de las cuerdas.
Esto lo hizo muy notorio en su ejecución desde el podio Simone Young porque ella, a su vez, es también organista.
Otro elemento que enfatizó la directora de orquesta australiana es la acústica característica de una iglesia, que reprodujo en la sala Philharmonie, poseedora de una acústica única en el mundo.
En su disertación, Young hizo notar que Bruckner pudo liberarse del Bruckner organista hasta que escribió su Quinta sinfonía y desde entonces ya fue el Bruckner sinfonista que todos conocemos.
Es notable que con excepción de la Cuarta, la más socorrida por accesible
según el criterio de los directores que no se atreven a dirigir otras sinfonías de Bruckner, las primeras del compositor austriaco son las menos conocidas de las nueve que escribió. Toda esa suma de elementos convirtió la participación de Simone Young en la serie Bruckner de la Filarmónica de Berlín en un hecho histórico.
Algo de lo que ella dijo en esa entrevista quedó en claro de manera definitiva este año Bruckner con la Filarmónica de Berlín: “el adagio de su Novena sinfonía es lo más hermoso que se ha escrito en toda la historia de las sinfonías”.
Y no sólo eso, es absolutamente claro que los adagios, es decir los movimientos lentos, de las sinfonías de Bruckner son los más hermosos de todas las sinfonías de todos los sinfonistas, todos sus adagios, porque reúnen una serie de cualidades que ningún otro movimiento lento posee: una delicadeza que parece naci-da de la ternura más explícita y tersa, algo así como el ala de una mariposa que si chocara contra algo, se desmoronaría, una gota de rocío que si soplara un viento moderadamente fuerte, se desvanecería en la atmósfera, un canto tan delicado que apenas alcanzamos a escuchar porque estamos concentrados precisamente en esa delicadeza y esa ternura tan pronunciadas.
Los movimientos lentos de las sinfonías de Bruckner llegan a lo metafísico, pero de una manera diferente, pues la propia palabra, metafísica, suena grosera y ruda frente a lo sutil y delicado de lo que dice Bruckner en sus adagios: frases muy sencillas, lo más sencillas posibles, frases de un campesino, un profesor rural, un hombre tímido y concentrado.
Y así como los movimientos lentos, también los scherzi de Bruckner son un prodigio de la naturaleza humana: juguetones (scherzo es broma, en italiano), alegres, potentísimos, son mareas infinitas de notas musicales que se mueven vertiginosamente y logran efectos monumentales.
El scherzo de la Sinfonía Nueve, mi favorito, es el mejor ejemplo: las fuerzas de la naturaleza desatadas en apoteosis imparables, de un vigor por momentos sobrehumano, con estrépito en alientos-metales y lluvias de saetas desde la masa de todos los instrumentos de cuerda sonando como cañones.
Después de la presentación magistral de Simone Young, a la siguiente semana, el 14 de diciembre, subió al podio el director de orquesta letón Andris Nelsons, para ocuparse de la más monumental, la más larga y la más intensa de todas las sinfonías de Bruckner, la Octava sinfonía, de pronósticos reservados y resultados atronadores.
Es interesante cómo en las entrevistas a los directores invitados en cada concierto, destaca la cátedra que dictó como si nada Simone Young, con léxico sencillo y ejemplos prácticos, como el hecho de que ella, al igual que Bruckner, también es organista.
En cambio, la sabiduría, los conocimientos profundos y el dominio técnico de Andris Nelsons y Herbert Blomstedt, llegaron al mismo límite: a ellos dos se les acabaron las palabras para describir lo prodigiosa que es la música de Bruckner y en un momento determinado se pusieron a cantar las notas para darse a entender durante la entrevista.
Todos sabemos que la música dice lo que las palabras no alcanzan a decir, y tanto Andris Nelsons como Herbert Blomstedt lo demostraron con disertaciones prodigiosas desde el podio.
Mención aparte merece el director de orquesta sueco estadunidense Herbert Blomstedt, quien a sus 97 años dirigió a la Filarmónica de Berlín en un concierto inolvidable, conformado por el Concierto 20 para piano, de Mozart, con la participación solista del noruego Leif Ove Andsnes y la Novena sinfonía de Bruckner.
Con problemas naturales de movilidad, dada su avanzada edad, Herbert Blomstedt subió al escenario tomado del brazo por el pianista, para dirigir la primera parte del concierto y después fue ayudado por el concertino de la orquesta, para dirigir sentado la Novena bruckneriana ante el asombro del público, hipnotizado por la potencia, el vigor, la delicadeza, la ternura y todos los elementos de lo que es lo bruckneriano, y descendió Blomstedt moviéndose con dificultad, ayudado por los músicos que casi lo querían levantar en hombros mientras el público le gritaba aclamaciones y aplaudía poseído por la gracia divina, elemento el más distintivo del mejor sinfonista de la historia, porque Anton Bruckner está tocado por la gracia de los dioses.
En su tartamudeo por la emoción, Andris Nelsons alcanzó a formular durante su entrevista correspondiente, una frase que define la música del autor austriaco a cabalidad: la música de Bruckner es la glorificación de la vida más allá de esta vida
.
Más: la música de Bruckner eleva la condición humana a niveles cósmicos.
Ah, y entre los elementos interminables de descifrar, cuenta con la gracia que solamente su paisano y antecesor Wolfgang Amadeus Mozart posee: los músicos de la orquesta sonríen mientras interpretan la música de Anton Bruckner, considerada desde su orígen difícil
de tocar y de escuchar.
Basta observar a los músicos de la Filarmónica de Berlín sonreír mientras interpretan a Anton Bruckner para que el mundo sea mejor que ayer.
Basta escuchar la música de Anton Bruckner para que seamos mejores personas, mejores humanos.
Escuchemos pues la música de Bruckner.