l Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) nació hacia medio siglo bajo los liderazgos de Heberto Castillo y Demetrio Vallejo. Desconocemos la fecha exacta en que ambas personalidades se conocieron, pero es muy probable que haya sido dentro del presidio en Lecumberri, toda vez que el líder ferrocarrilero se encontraba recluido desde la salvaje represión de 1959 y el ingeniero entró al presidio hacia finales de 1968, tras el movimiento estudiantil-popular. La militancia de ambos en el PMT correrá de manera paralela hasta la expulsión de Vallejo de esa organización.
El trayecto de ambos personajes es muy disímil. Vallejo había militado en el Partido Comunista Mexicano (PCM) y fue excluido en las purgas encabezadas por el secretario general Dionicio Encina, las que llevaron a la organización a una profunda crisis. Luego se sumó a la corriente que dio vida al Partido Obrero Campesino en los 50. El ingeniero Castillo, en cambio, había tenido un trayecto universitario, siendo conocido en su magisterio en la Facultad de Ingeniería y, bajo el manto del general Cárdenas, participó del Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Tras la crisis de este organismo en los albores de la elección de 1964 y dada la renuncia de Alonso Aguilar Monteverde a su dirección, Castillo quedó al frente de una disminuida convergencia política.
Sin embargo, ambos militantes tuvieron un momento de interacción muy específico, que puede resultar extraño hoy para quien imagina a las izquierdas separadas por fronteras bien definidas e irreductibles. Fue en el entramado de la elección intermedia de 1967 cuando Castillo y Vallejo tuvieron un nexo político muy particular. La relación fue promovida por la maoísta Liga Comunista Espartaco (LCE), que buscó al MLN –y con ello al ingeniero– y a una disidencia del Partido Popular Socialista (PPS) –encabezada por Rafael Estrada Villa– para que entre las tres agrupaciones se impulsara la candidatura del ferrocarrilero preso a una diputación local.
Recordemos que, aunque en el sexenio de López Mateos se había dado una ligera ampliación de la representación con la invención de los diputados de partido
, las elecciones eran terreno vedado de manera legal para las izquierdas. Con la excepción del PPS de Lombardo que llevaba el apelativo de socialista, las organizaciones marxistas o comunistas se encontraban en un estatuto de semilegalidad: perseguidas recurrentemente, no se encontraba totalmente proscritas. Esta situación había orillado a que algunas de ellas participaran de manera extralegal en los procesos electorales, como fue el caso del PCM en 1958 y de 1964. Los periodos electorales eran utilizados por las izquierdas para plantear alianzas amplias, consolidar la organización interna y tratar de hacer llegar su programa y demandas a más personas. En la década de 1960, en particular, la exigencia de la libertad política y de la exoneración de los militantes encarcelados fue especialmente relevante para llevar adelante estas campañas.
En su momento la LCE analizó el monopolio político
que ejercía el PRI y las condiciones en que se habían desarrollado las elecciones de 1964 y concluía que era necesario participar de los procesos electorales para evitar la despolitización y dar una orientación en clave revolucionaria a la coyuntura. Para ello dirigieron una carta a las organizaciones antes dichas. Lo primero que ocurrió fue la formación de una convergencia entre la LCE y la disidencia del PPS. Este último tenía alguna esperanza de lograr el registro de candidatos, por lo cual inscribieron a Rubelio Fernández como el titular del mismo. Al negárseles esa posibilidad, se optó por sugerir a Vallejo como el titular de la candidatura y a Fernández como suplente. A esta propuesta se sumó el MLN, configurándose una alianza que se dirigió a Vallejo, explicándole el sentido de la iniciativa. Para ello se eligió el distrito 9 del Distrito Federal, circunscripción marcada por la presencia obrera.
Vallejo respondió al llamado desde la cárcel, mediante una carta en que analizó la situación política de la década, describiendo el trayecto de su defensa jurídica y declarando: “No teniendo independencia el Poder Legislativo ni el Poder Judicial, nos encontramos frente a una dictadura oligárquica camuflada con el pomposo ropaje de democracia a la mexicana, como si fueran chilaquiles
. Agregaba que había meditado la propuesta de los partidos y que entendía que ésta tenía no el objetivo de “agitar, sino […] enjuiciar un sistema cuyo gobierno, por temer a una reacción popular, impide el registro de partidos y candidatos de la auténtica oposición y que de hecho y de derecho, ha suprimido todas las garantías individuales y colectivas de la Constitución”.
Como otras experiencias que buscaron politizar lo electoral, ésta ha quedado relegada de las narraciones de la deriva de las izquierdas. La campaña careció de recursos y, por tanto, de los instrumentos para captar el impacto de una iniciativa de esa naturaleza. Sin embargo, muestra una pulsión profunda dentro de las izquierdas por asistir al acto electoral, de utilizarlo con plena consciencia, en la medida que aquel escenario les estaba vedado. Así, la deriva de Vallejo y Castillo en el PMT tuvo su antesala en aquel esfuerzo de los jóvenes maoístas por caminar de manera paralela con el nacionalismo-popular, manteniendo al mismo tiempo la convicción de que era precisa la construcción del Partido Revolucionario del Proletariado.
*Investigador UAM