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Salir del laberinto
V

ienen tiempos determinantes para el futuro de México y de Norteamérica. La victoria de Donald Trump se dio, en parte, cimentada en una narrativa que básicamente plantea lo siguiente: “México se ha aprovechado de nosotros, nos ha estado robando empleos y a través del TLCAN, ahora T-MEC, es la plataforma a través de la cual China también se aprovecha de nosotros. Hacer a América grande otra vez, pasa por terminar con esa dinámica, frenar la migración ilegal, evitar que China nos invada comercialmente desde México, y cerrar la puerta del patio trasero que dado el poder de los cárteles de la droga está incendiado”. Suena duro, pero palabras más, palabras menos, es el discurso que convenció a millones de estadunidenses en la elección presidencial.

Mientras tanto, con cierta ingenuidad, en México nos hemos enfrascado en un debate sobre la mejor manera de negociar con Trump, como si hubiera varias, y como si estuviera en nuestra esfera predisponer su reacción. En muchos espacios de opinión le dan recetas al gobierno de cómo enfrentar al presidente número 47, llegando al absurdo de subestimar sus amenazas con un optimismo que raya en la soberbia. Perro que ladra no muerde, ya lo conocemos, quiere negociar, pero nos espanta primero, hemos escuchado decir estos días. No, señoras y señores, no estamos hablando del mismo Trump, ni del mismo México que suscribió un tratado de libre comercio a principios de los años 90, que fue tan criticado en su momento por amplios sectores sociales y políticos, pero que todos, sin excepción, acabaron aceptando como la tabla de salvación de la economía mexicana en los últimos 30 años; en especial ante el declive de la renta petrolera.

En este debate inocuo en el que nos metemos los mexicanos, caemos en el absurdo de contraponerse a dos objetivos deseables para la región: combatir la violencia y el poder de los criminales, y dar solución a la insostenible migración de millones de personas y a todos los eslabones de riesgo que ello genera. ¿De verdad es tan terrible que nuestro principal socio comercial nos señale que quiere poner fin al tráfico ilegal de drogas y personas? ¿Es absurdo que nuestro principal comprador de insumos se queje de las ventajas que China puede tener a través del T-MEC? ¿No será que, con nuestra desconfianza eterna, histórica, hacia Estados Unidos, también pasamos por alto las consecuencias de nuestras acciones y omisiones?

Lo digo con toda claridad: la revisión del T-MEC no es otra cosa que la revisión del TLCAN, ante el contexto actual de crisis migratoria y de tráfico de fentanilo. No es 1994. Es 2024 con toda la polarización, la inseguridad, la dominancia de los cárteles, la xenofobia como bandera política y la innegable necesidad de mantener la integración económica de América del Norte, a pesar de todo. Es tiempo de romper, con altura de miras, este círculo de Trump ejerciendo su poder y México resistiendo como puede, cuando puede. ¿Por qué no tomarle la palabra, en total apego a la Constitución y a la soberanía de México, y lograr un gran acuerdo de seguridad regional? Si somos bloque comercial, podemos ser bloque de seguridad, que es lo que ocurre en el mundo por estricto sentido geopolítico. Un gran acuerdo de seguridad México, Estados Unidos y Canadá, que reconozca la logística del crimen como un desafío compartido, y nos permita salir de este laberinto de recriminaciones sobre quién produce, quién trasiega y quién consume.

Ojalá México tomara esta renegociación de facto como una oportunidad de buscar un objetivo loable para la región de Norteamérica, pero también para cada pueblo en Sinaloa, en Chiapas, en Tamaulipas, en Tabasco, y en cada rincón del país: frenar la marcha que sobre el Estado ha emprendido el crimen, y ganarse con ello, la oportunidad de mantener vivo el acuerdo comercial que ha dado a México viabilidad económica.

Trump tiene todo el poder, la legitimidad, el Congreso y la Corte. Tiene el ciclo económico a su favor y la narrativa que lo encumbró de nuevo. Nosotros tenemos la oportunidad histórica de usar nuestra debilidad, como punta de lanza de un acuerdo que sacie el mercado político interno de Trump, y abone a combatir la violencia en México. No verlo así, es ingenuidad o soberbia. Con altura de miras y pragmatismo, México tiene una oportunidad ante la incertidumbre.