Editorial
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Bolivia: degradación rampante
L

a situación política boliviana se degrada a un ritmo alarmante. Menos de una semana después del atentado contra el ex presidente Evo Morales, en el cual su chofer sufrió heridas de bala, los partidarios del líder cocalero irrumpieron en un cuartel y tomaron como rehenes a varios militares en represalia por el intento de desalojar un bloqueo carretero que mantienen en la región de Villa de Tunari. De acuerdo con un video grabado por los propios manifestantes, forzaron a un militar a pedir que las corporaciones de seguridad se abstengan de proceder contra el cierre vial ya que la vida de mis instructores y de mis soldados están en peligro.

Junto a las medidas de fuerza de las organizaciones afines a Morales y del gobierno encabezado por su antiguo colaborador Luis Arce, el ex mandatario y el actual titular del Ejecutivo se han lanzado toda clase de acusaciones que dejan escaso o ningún margen para el diálogo. Mientras Arce amenaza con usar sus facultades constitucionales para acabar con los bloqueos, Morales asegura que aquél sabe quién dio la orden de intentar asesinarlo. Asimismo, dijo que una intervención policial y militar contra su movimiento implicaría dividir y herir a Bolivia de forma irremediable.

El crecimiento de la tensión y la violencia desatadas por el empecinamiento de ambos dirigentes en hacerse con la dirección del partido al que pertenecen, Movimiento al Socialismo (MAS), se encuentra en un punto de aparente no retorno, en el que se conducen mutuamente al abismo: en su afán por controlar el aparato partidista y la candidatura presidencial del año entrante han fracturado al masismo a tal grado que difícilmente podrá hacer frente a las derechas. Esta deriva es lamentable si se recuerda que hace sólo unos años, el MAS mostró tanta fortaleza como para ponerse en pie tras el golpe de Estado de noviembre de 2019 y la persecución política que le siguió: derrotar al golpismo en las urnas y, gracias al respaldo popular, retomar el proyecto soberanista y de justicia social que fue su razón de ser.

También es deplorable constatar tal egoísmo entre los líderes de un organismo que no surgió como un membrete de las élites ni como un partido-negocio, sino como un auténtico instrumento político para llevar al gobierno a las mayorías y a los movimientos populares que lograron romper la hegemonía de la oligarquía racista y entreguista. En su mejor momento, en sintonía con un pueblo en pie de lucha contra el neoliberalismo y el colonialismo interno, Morales y Arce formaron parte de una revolución pacífica que instauró un Estado plurinacional para reparar las centenarias injusticias contra los pueblos indígenas, logró un crecimiento económico inédito acompañado del combate a la pobreza y a la desigualdad, sacó a Bolivia de la órbita de Washington para sumarse al proyecto de integración latinoamericana y, en general, se erigió en ejemplo para el altermundismo en todas las latitudes.

Hoy no parece quedar nada de ese espíritu solidario, generoso, y esta pérdida es lamentable tanto para los bolivianos como para quienes luchan por construir sociedades justas.