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Siri Hustvedt comparte en Madrid los recuerdos de una vida con Paul Auster
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 22 de octubre de 2024, p. 4

Madrid. Con la voz entrecortada, fruto de la emoción que le provoca recordar a quien fue su esposo y compañero durante 43 años, la también escritora Siri Hustvedt compartió unas palabras sentidas en el homenaje a Paul Auster en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en las que además de hacer una breve glosa de una obra literaria, inclasificable, recordó pasajes curiosos de su vida y develó la valentía con la que encaró sus días finales, antes de que, el 30 de abril pasado, muriera a los 77 años en su ciudad, Nueva York, víctima de cáncer.

Centenares de personas reunidas en el Salón de Columnas del centro cultural madrileño escucharon entre atónitos y extasiados sus palabras, en las que reconoció que en la última hora de vida del autor de Trilogía de Nueva York, cuando ya no podía hablar, pero sí era capaz de escuchar lo que le decía, descubrió que lo que más había disfrutado de haber compartido su vida con él era que se habían divertido mucho juntos.

Al homenaje en Madrid acudieron la hija de ambos, Sophie Auster, su nieto Miles y su yerno, y el fotógrafo Spencer Ostrander. Además participaron amigos y admiradores de su obra, como el escritor barcelonés Enrique Vila-Matas, el cineasta David Trueba o, por carta enviada desde Londres, el también cineasta español Pedro Almodóvar.

La expectación era máxima para escuchar a Hustvedt, admirada sobre todo por su obra literaria, pero en esta ocasión también por ser la compañera de vida de Auster, escritor muy querido y leído en el mundo, traducido a más de 40 idiomas y con una larga lista de reconocimientos literarios internacionales, entre ellos uno que se recordó durante el homenaje, la medalla Carlos Fuentes de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

De ahí que los recuerdos de esos últimos días estén aún tan a flor de piel en Hustvedt, quien relató: “Después de la muerte de Paul, muchas personas me dijeron con buenas intenciones que sigue vivo en su obra. Es cierto y me consuela, sin duda, pero no altera ni un ápice el dolor. Para los que amábamos a Paul, sus libros no sustituyen el hombre que vive y respira. Hace muchos años le dije a Paul que no quería ser una viuda literaria; para mí, ese término evocaba una figura femenina sombría, ligeramente ridícula y consagrada al legado del gran hombre.

En ese momento, su muerte era una abstracción, un vuelo imaginativo hacia un futuro posible. A principios de abril, cuando supimos que moría, también supimos que yo sería la albacea de su herencia literaria y que defendería su obra.

De ahí que recordó que en sus inicios de escritor “hasta 18 editoriales de Nueva York rechazaron su novela Ciudad de cristal, que luego fue publicada por una pequeña editorial de California en 1985. Como todo el mundo sabe, la Trilogía de Nueva York hizo famoso a Paul, no al modo de Taylor Swift, pero sí como para que una calle lleve su nombre en Brooklyn, o un sándwich, en Los Ángeles, o ser asediado por fans adoradores, pero espantosamente insistentes en ciudades como Buenos Aires o París. Una cosa es la idolatría y otra la escritura, aunque en el mundo anglosajón Paul Auster se convirtió en sinónimo de posmodernismo, término difuso que nunca me ha gustado; su obra traducida a más de 40 idiomas es querida en todo el mundo porque sus historias se sienten profundamente y penetran en ese misterio que llamamos estar vivo, con independencia de que su lector viva en Estados Unidos, México, Alemania o España”.

Hustvedt también afirmó: la obra de Paul, según como se cuente, son más de 30 libros y no puede archivarse debajo del título de posmodernismo ni de ninguna otra etiqueta. El escritor con quien mantuve un diálogo intenso y continuo durante 43 años, un ir y venir que nos influyó y nos cambió a ambos, cuyos libros leí atentamente como él hizo con los míos, era una persona profundamente ética, políticamente astuta, enormemente amable y genuinamente divertida. Y como ocurre con la mayoría de los grandes escritores, buena parte de su obra surgió de lugares inconscientes.

Después, recordó los momentos más tiernos y difíciles de sus últimos días: Rechazó el tratamiento paliativo. Eligió la biblioteca de casa como la habitación en la que quería morir. En las semanas y días antes de su muerte recibió a amigos que vinieron a despedirse de él, bromeaba; se aseguró de que cada persona entendiera lo mucho que su amistad había significado para él. Su calma, su seriedad y valentía ante la muerte me asombraron entonces y me asombran ahora.

Rememoró con emoción a flor de piel: “No puedo decirles cuántos periodistas me han preguntado en todos estos años cómo es estar casada con Paul Auster. Nunca tenía una respuesta. La pregunta estaba destinada a averiguar si había rivalidades o un divorcio en puerta. En la última hora de vida de Paul, cuando ya no podía hablar, pero sí podía oírme, encontré la respuesta a esa pregunta. Lo miré y le dije: ‘Oh, sí que nos hemos divertido juntos’. Así que esa es mi respuesta. Estar casada con Paul era divertido”.

Al final, Sophie Auster interpretó Blue Team, de su álbum más reciente y homenaje a su padre, pues esas dos palabras era el modo en el que su familia se refería a las personas con las que tenían complicidades.

El homenaje terminó con un largo e intenso aplauso mientras en una inmensa pantalla se iban proyectando fotografías de Paul Auster, el autor que, como dijo una de las asistentes, escribió el fresco orgánico de la época que le tocó vivir.