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En sus bordados, Bertha Servín cuenta historias de su pueblo purépecha

El trabajo de esta maestra ha sido reconocido en México y el extranjero // Lamenta que las nuevas generaciones no quieran aprender el oficio

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▲ La artesana michoacana muestra sus distinciones; a la derecha, un árbol de la vida elaborado por ella.Foto Rolando Medrano
Enviado y Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 20 de octubre de 2024, p. 22

Pátzcuaro, Mich., De aprender con su abuela el punto de cruz, doña Bertha Servín Barriga llegó a convertirse en bordadora e hiladora de historias de colores purépechas, y ha recibido al menos 50 premios y reconocimiento en México y el extranjero; además, ha elaborado vestuario para personajes destacados. Recuerdo que a Juan Gabriel le bordé una camisa hace varios años.

Entrevistada en su taller en la Casa de los Once Patios de esta ciudad, doña Bertha comentó que, entre otros, también han llegado a su taller El Buky (el cantante Marco Antonio Solís) y su esposa, además de personajes como el controvertido cura de Chucándiro Alfredo Gallegos, mejor conocido como El padre pistolas.

Agregó que sus diseños han sido enmarcados y exhibidos en el Vaticano e incluso hizo un vestido para Michelle Obama. No trabaja sola. Ella coordina la cooperativa del taller artesanal donde participan 34 mujeres que elaboran ropa especial con hilados y bordados, como blusas, guayaberas, vestidos y tapetes.

Doña Bertha es originaria de la comunidad de Santa Cruz, municipio de Tzintzuntzan. Su abuela Teófila Barriga le enseñó el bordado desde niña; al principio hacía punto de cruz y rococó. Casi todo lo que hacíamos era para la casa, después, muy joven, me fui a trabajar a Pátzcuaro, pero sólo elaboraba punto de cruz, recuerda.

Hace unos 50 años, cuando en Santa Cruz la emigración creció por falta de empleo y la crisis comenzó a golpear al pueblo, varias mujeres se quedaron solas, por lo que decidieron emprender y bordar prendas para venta y así obtener ingresos.

Fue entonces que un pequeño grupo de ellas comenzó a organizarse, y actualmente más de 100 se dedican al bordado en esta pequeña localidad.

En 1989, cuando doña Bertha tenía 17 años, le pidieron nuevos diseños. “Me quebré la cabeza y me dije ‘¿qué hago?’ Diseñé una Navidad, la metí en un concurso y me dieron un premio especial”.

A partir de ese entonces llegaron reconocimientos y exposiciones de su trabajo en diferentes lugares de México y el extranjero. En los años 80 comenzó la creación de cuadros que ella llama El árbol de la vida, los cuales cuentan más de 50 historias del pueblo purépecha.

Servín Barriga obtuvo el primer lugar en un concurso de Santa Fe, Nuevo México, Estados Unidos, en el que participaron artesanos de diferentes regiones del mundo.

Comentó que en la Ciudad de México ha montado exposiciones y ha vendido en Coyoacán, el Museo Nacional de Culturas Populares y Los Pinos; “pero hay lugares donde acuden puros revendedores, y al tianguis artesanal de Semana Santa en Uruapan no nos invitan porque llevan a otro grupo de artesanos.

–¿Qué significado tiene este cuadro? –se le pregunta sobre una pieza que tenía a la venta.

–Es el árbol de la vida de quienes forman parte de la cultura purépecha desde que son niños, cuando van con sus papás al campo; a pescar, cuando son jóvenes, se casan y se celebra la boda; el carnaval, la danza y la cosecha. Son historias y tradiciones, y como nosotros pertenecemos a Tzintzuntzan (lugar de colibríes), nos gustan mucho los colores”.

Recordó que tardó año y medio en hacer el trabajo que ganó el primer lugar de aquel concurso artesanal en Estado Unidos. La mayoría de las obras premiadas las ha vendido, algunas hasta en más de 80 mil pesos, como los tapetes que se exhiben en paredes, los cuales siempre retratan la danza, las tradiciones y la vida cotidiana de los habitantes de la ribera del lago de Pátzcuaro.

Manejo muchos temas, como la boda purépecha, las danzas del pescado y de los viejitos, los artesanos, la Navidad, las ofrendas de noche de muertos, las yácatas de Tzintzuntzan, el Corpus Cristi o el carnaval, la isla de Janitzio, y tardo varios meses en terminar un trabajo; hasta para hilar una camisa o guayabera me lleva cerca de dos meses, apuntó.

Desde hace 25 años enseña el oficio a niñas y jóvenes, “pero cada vez es más difícil; ya no dejan el celular, ya no quieren aprender el bordado. Les da pena porque cuando van a la escuela les hacen burla y si hablan en purépecha los demás niños le dicen ‘tú eres naco’”.

Aun con los reconocimientos y los premios, la situación no ha sido sencilla para las bordadoras, lamenta. Es cierto, hay mucha gente que se acerca al taller y nos toma la foto, pero casi no compran.