Carlos Tello, quien falleció hace unos días, se le recuerda, y con razón, por su compromiso con México: su labor, su integridad y entrega como servidor público, así como por sus aportaciones excepcionales al estudio de la economía mexicana. Aquí lo destaco como agudo observador de un hecho histórico que sigue marcando nuestra era: el colapso de la Unión Soviética a fines de 1991.
Tello fue el último embajador de México en la URSS y el primero en la Federación de Rusia. Desempeñó sus funciones en Moscú de 1990 a 1994, años en los que tuve el privilegio de trabajar bajo su dirección y de tejer una fuerte amistad que mantuvimos viva hasta el final. Por su innata pasión intelectual y su inquietud por comprender el malogro de un proyecto histórico que colapsaba ante nuestros ojos por el peso de sus contradicciones internas, pero cuyas promesas sociales compartía, Tello resultó el funcionario ideal para las circunstancias. Convirtió a la embajada en un verdadero think tank. Bajo su tutela, junto con Juan Pablo Duch (al día de hoy excepcional corresponsal de este diario en Moscú) y Juan Manuel Nungaray (embajador en Paraguay), produjimos cientos de reportes y análisis sobre el dramático desenlace de los acontecimientos, que en su momento circularon profusamente en la cancillería y que hoy duermen en sus archivos. Por fortuna, Tello dejó también un rastro público de sus reflexiones de aquellos años: una serie de artículos en Nexos (1991-94) y Cartas desde Moscú, compilación de las cartas analíticas que le escribió regularmente al presidente Salinas y que publicó Cal y Arena (1994).
Los textos de Tello cuestionaron la narrativa ortodoxia predominante entonces. Treinta años después, su relectura tiende a confirmar que su visión era la correcta. Uno de los artículos en Nexos advertía que, de seguir por la ruta liberal de la terapia de choque, la rusa se convertirá en una economía que dependerá de la exportación de materias primas, que habrá perdido buena parte de su potencial tecnológico e industrial y que cargará con los problemas de desigualdad social, desempleo y pobreza que aquejan a los países en vías de desarrollo
; lo que resultó una descripción fiel de la economía que a fines de los 90 emergió de la catastrófica transición al capitalismo en Rusia. Otro artículo, dedicado al análisis del golpe que el presidente Yeltsin atestó al Parlamento ruso en 1993, y que la ortodoxia ensalzó como una medida necesaria para evitar la supuesta vuelta al comunismo, advertía que, en realidad, el gran perdedor
de esas jornadas había sido la incipiente democracia rusa
. A la postre, esa supresión violenta del Parlamento abrió las puertas a la Constitución presidencialista que apuntala a la Rusia de hoy y a la elección de Estado, por la que tres años después Yeltsin se religió.
Finalmente, en sus cartas a Salinas, Tello llama la atención a los problemas de todo tipo que dejó tras de sí la apresurada y caótica disolución de la URSS: económicos, por la ruptura de lazos entre empresas e industrias de lo que había sido un espacio común; étnicos, por el desencuentro entre la distribución étnica y la geografía política (25 millones de rusos viviendo fuera de Rusia); territoriales, por el deseo de entidades regionales, heredadas de la era soviética, de obtener su plena independencia: Karabaj de Azerbaiyán, Chechenia de Rusia, Crimea de Ucrania, Abjasia y Osetia del Sur de Georgia. En particular, las cartas documentan bien la complicadísima relación que se empezó a gestar, aun antes de la disolución de la URSS, entre las dos grandes repúblicas eslavas: Rusia y Ucrania. Su lectura lleva a una clara conclusión: estos dos países debían caminar juntos, o por lo menos desarrollar un modus vivendi que les permitiera manejar pacíficamente la compleja agenda bilateral que heredaban del colapso de la URSS y que incluía: los derechos de los rusoparlantes y de las regiones altamente pobladas por éstos en Ucrania, incluida Crimea, que pocas décadas antes Jrushchov había traspasado
de Rusia a su país natal; la flota del mar Negro; los estrechos lazos económicos heredados de la URSS y una larga, compleja y conflictiva historia común. De no ser así, las cosas podrían terminar muy mal, como acabó siendo el caso, a un costo que es ya exorbitante para ambas y que podría ser fatal para el mundo entero.
Después de Moscú, Tello se fue de embajador a Cuba y de cónsul a San Francisco para volver a instalarse en México, en 2000, como distinguido académico en la UNAM. Volvió así, después de poco más de una década en el extranjero, al tema al que le dedicó desde diversos ángulos lo mejor de su vida: México, su economía y cómo atajar sus ancestrales rezagos sociales. Pero aun para un nutrido e interesante itinerario como el suyo, esos intensos cuatro años en Moscú, en los que le tocó palpar el nacimiento de una nueva época, resultaron muy especiales. Sin duda, lo fueron para mí y para todos los que convivimos con él esos años inolvidables.
* Miembro del Servicio Exterior Mexicano