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Las batallas del FCE
E

l Fondo de Cultura Económica (FCE) ha dado varias batallas en su historia. La primera, para ser creado; nació literalmente por la necesidad de tener libros para los estudiantes. La segunda, cuando la censura tocó su puerta por publicar Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, y provocó que corrieran al mítico director Arnaldo Orfila Reynal. La tercera, cuando se convirtió en refugio de un ex presidente y su fisionomía cambió: contó con gimnasio, comedor, chef. Después se instaló un vocero de la Presidencia mientras sus bodegas engordaron al grado de albergar ediciones completas debidamente contratadas, pagadas y publicadas que nunca circularon.

En 1931, Daniel Cosío Villegas trató de convencer a las editoriales Aguilar y Espasa Calpe para que publicaran libros de economía. Como se negaron y Cosío Villegas era necio, creó la revista El Trimestre Económico y, más tarde, un fideicomiso con aportaciones de un banco hipotecario, otro agrícola y el Banco de México para crear al FCE. Pronto se convirtió en referencia en toda Hispanoamérica. Fue la gran surtidora del conocimiento y la literatura en los años de la España franquista, durante las dictaduras de Pinochet en Chile y Videla en Argentina.

Hoy el FCE cumple 90 años y sigue con su vocación original de publicar los libros necesarios. Más de un millón en toda su historia, me dice Paco Ignacio Taibo II, quien al asumir la dirección editorial asumió como primer reto bajar el precio de los libros. Hoy tiene otro reto quizá mayor: bajarlos aún más.

–Te vas a dar un tiro en el pie.

–Se puede. Ya lo analizamos y se puede. El precio sigue siendo un tema terrible. Te cuento mi experiencia viva: en una feria del libro popular veías a un adolescente rascándose el bolsillo como si fuera a sacar petróleo, pero no reunía dinero para comprar el libro que quería. Desde que llegamos al Fondo dijimos: tenemos que abaratar el precio de los libros. Lo hicimos en la colección popular: libros abajo de 200 y hasta de 100 pesos; sacamos la colección Vientos del Pueblo abajo de 20 pesos, de la que hemos vendido varios millones.

–¿Cuál era el misterio de los precios?

–El misterio era abaratar los costos de producción internos y al mismo tiempo multiplicar por menos el costo. Las editoriales privadas estaban multiplicando por seis: si les costaba 12 pesos, marcaban 72. Obvio, dijimos no y abaratamos el costo, a riesgo de tener que subir los tirajes para justificar.

“Una de las primeras medidas fue el libro en 4 mil ejemplares. Allí sale un precio que nos preocupa, en 6 mil podemos bajarle el precio, pero el riesgo era volvernos a llenar de libros. Cuando yo llegué, el FCE tenía 11 millones de libros en bodega. Los bajamos a la mitad.

“Eran ediciones completas que nunca circularon. Había mucho el viejo estilo. Publicaban a los amigos, a los primos, y estaban llenos de chatarra, de operaciones mal hechas. El segundo de los temas era, y lo logramos, crear presión en la industria privada, diciendo: ‘eh, ojo, tú estás trayéndote una importación de España a 450 pesos, un libro similar nuestro cuesta 180’.

“Claro, después fue mejorar las redes de distribución: que el libro llegara. Recuerdo que en los años 60 mis amigos lectores poblanos venían una vez al mes a la ciudad a comprar. No hablo de una ranchería, sino de una ciudad: Puebla. Logramos crear una buena red de distribución con la cuarta ciudad más grande del país. En estos momentos estamos en 140 ferias del libro en los lugares más inusitados.

“Inventamos tendidos de libros que van directo a las universidades. Allí llegamos con ofertas de libros a muy bajo precio. Luego pusimos en actividad los librobuses; afortunadamente nos regalaron ocho nuevos librobuses que pondremos en funcionamiento el año que viene porque es la única posibilidad de llegar a ciudades de 100 mil habitantes.

“Hay mucho qué celebrar en estos 90 años del FCE, aunque no hay mes en el que no tengamos una zona de conflicto. Ahora nos quieren quitar nuestra librería en Perú y en Argentina nos quieren congelar los fondos del Fondo de Cultura… Somos parte de los costos de una América Latina conflictiva. Conflictiva, pero también con ganas de hacer cosas.”