l ex profesor de ciencia política de Londres Leonard Shapiro describía la oposición política de la siguiente manera: Tal vez sea demasiado obvio para que requiera afirmarse que el proceso de gobierno debe ser estudiado no sólo a la luz de lo que aquellos con el poder bajo su control tratan de hacer y lo que en realidad consiguen, sino también en cuanto a aquellos que se oponen a esos objetivos, o cuyos intereses y resistencia tienen que ser conciliados antes de que aquellos en el poder puedan actuar
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Así pues, la oposición política cumple un papel primordial en la democracia, en cuanto a la limitación del poder y la autoridad, lo que se expresa finalmente en el conjunto de los diversos equilibrios institucionales que la hacen funcional y productiva. Aún más, esto concierne de modo muy relevante a la posición relativa de los individuos, la sociedad y el Estado. Tal condición se manifiesta jurídicamente en la forma en que se concilian la libertad y la autoridad en el marco del Estado. Cuando este arreglo se debilita, o de plano se pierde o se rebasan los necesarios límites del poder.
Esta circunstancia se ha puesto en evidencia en las elecciones del 2 de junio pasado, que el INE consideró el proceso más grande que ha tenido el país, al abarcar el ámbito federal y la concurrencia de las 32 entidades federativas. Se disputaron más de 19 mil cargos.
Es especialmente notorio dicho proceso por su resultado: la enorme ventaja que en general obtuvieron el partido Morena y sus aliados. Se trata, de modo evidente, de un predominio sustancial de ese partido, que refrendó su control del gobierno sobre el conjunto de la oposición política.
Los partidos políticos no son el único medio de representación de los intereses de los ciudadanos. No obstante, siguen siendo el instrumento predominante para estructurar las preferencias electorales y para formar un gobierno. En la medida en que se desacredita la función de los partidos, se debilita el sistema democrático.
En el caso de una elección tan cargada hacia una de las partes, surge la condición de que la derrota de la oposición debilita la democracia. Pero de modo correspondiente lo hace el triunfo del partido en el poder, en la medida en que los contrapesos políticos se reducen y, en ciertas situaciones incluso se eliminan. Así se vuelve, necesariamente, a la noción de los equilibrios del poder y la autoridad y su efecto sobre la libertad. ¿Es entonces en esencia esta elección un triunfo real para la democracia en el país? No se trata de una pregunta retórica.
La naturaleza del sistema político basado en la lucha de los partidos conduce a que su objetivo primordial sea ganar elecciones. Cuando la atracción que tienen con los electores no es suficiente o bien se busca agrandarla, se coligan para ganar representatividad mediante las urnas. Esto implica que de alguna manera los partidos deben tratar con los electores de las repercusiones de las políticas públicas y propiciar el voto a su favor. Esto lo consiguió el Presidente de modo decisivo. Otro caso puede ser montarse de plano sobre los hombros del partido mayoritario en la coalición que se conforma y sacar ventaja, cuestión que no estuvo ausente en el proceso reciente. Una condición que no debe quedar fuera de consideración es la de los partidos que viven de la renta que reciben y que pagamos todos los ciudadanos.
Las coaliciones durante esta elección pueden situarse bajo esta óptica y en retrospectiva advertir lo que fue su naturaleza. Esto es especialmente notorio en el caso de la coalición opositora conformada por PAN, PRI y PRD. El resultado electoral puso en evidencia el carácter innatural de ésta. De modo contundente, mostró la profunda crisis de estos partidos, así como el vacío de sus propuestas para hacerse del gobierno o, al menos, fortalecerse como oposición política viable.
La cuestión llegó a un grado tal que el PRD perdió su registro. El PRI ahondó su extravío y pierde fondo. El PAN muestra una desorientación de tal magnitud que contrasta de modo patente con lo que fue antaño una fuerza política de derecha con un ideario reconocible. Esta coalición no imaginó, y menos aún supo cómo contrarrestar la fuerza electoral del gobierno; aunque había resquicios que explotar políticamente, no tenía con qué hacerlo. Ni siquiera pudo fijar un objetivo claro para usar la elección asegurándose una mejor posición en el Congreso y, así, salvar la cara. El liderazgo de estos partidos queda feamente exhibido, no sólo en el interior de sus organizaciones, sino ante la ciudadanía.
El sustento del mensaje electoral del Presidente era tan contundente que no sólo marginó a la oposición, sino que expuso su debilidad. Tal contundencia provino no solamente del efecto real de las políticas sociales implementadas por su gobierno, sino también de la persistente insistencia con que las presentó y sostuvo a diario durante toda su administración, de un modo que conformó una imposición del ámbito de lo político sobre el espacio de lo civil y lo privado.
De modo ideal, los partidos políticos deben contribuir con la estabilidad del régimen democrático, de modo que los electores identifiquen las propuestas que mejor se adapten a sus convicciones políticas y valores cívicos. La oposición política en los recientes comicios, más que ofrecer alternativas atractivas y, sobre todo, creíbles para los ciudadanos, se parapetó en una coalición para defenderse de sus grandes debilidades conceptuales y sus muy grises y oportunistas liderazgos; el resultado está a la vista.