l premier israelí, Benjamin Netanyahu, aseguró ayer que en Gaza está llegando a su fin la fase de intensos combates contra los milicianos de Hamas, por lo que el ejército de Tel Aviv podrá trasladar parte de las fuerzas al norte
, es decir, a la frontera con Líbano, en lo que constituye una amenaza de atacar a las fuerzas de Hezbollah, la formación integrista respaldada por Irán.
Por un lado, tales palabras exhiben una de las principales inconsistencias del discurso oficial del régimen israelí en el sentido de que el propósito de sus violentos ataques en la franja sería acabar con Hamas: durante ocho meses, las fuerzas de Tel Aviv han masacrado sin ninguna contención a la población gazatí y han demolido buena parte de su infraestructura y sus viviendas; el número de bajas fatales entre los palestinos se acerca ya a 40 mil –niños, mujeres y ancianos, sobre todo– pero, según el propio Netanyahu, los intensos combates
contra Hamas –cuyo número de efectivos armados ha sido estimado por diversas fuentes en un máximo de 20 mil– no han terminado, pese a que la fuerza militar más poderosa de la región ha sido lanzada con todo el poder destructivo del que es capaz. Este hecho sólo puede significar dos cosas: o las fuerzas armadas israelíes son mucho menos capaces de lo que se afirma o, como se ha denunciado por organizaciones, gobiernos y voces acreditadas de todo el mundo, el objetivo real de Netanyahu en Gaza no es aniquilar a Hamas, sino causar el máximo daño posible a la población misma.
Por otra parte, la declaración del gobernante ha disparado las alarmas en Washington, que es el principal patrocinador de la atrocidad israelí, y ayer mismo el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el general Charles Brown, advirtió que un ataque de Israel a territorio libanés podría provocar una respuesta de Irán y escalar el conflicto en Medio Oriente.
Además, Brown señaló que los efectos secundarios
de una acción bélica de Tel Aviv en Líbano afectaría no sólo a la región, sino también a nuestras fuerzas desplegadas en ella
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En suma, la superpotencia está diciendo a su aliado regional que una agresión contra Hezbollah sería mucho más difícil y peligrosa que la que Israel lleva a cabo contra los palestinos de Gaza. Y no le falta razón: mientras la franja ha vivido por años sometida al cerco implacable establecido por las fuerzas de Tel Aviv, lo que impide a Hamas hacerse de armas y pertrechos, Hezbollah tiene un margen de acción mucho mayor, en la medida en que posee mejor armamento, dispone de un territorio mucho mayor que el gazatí para operar y cuenta con vías terrestres y marítimas de abastecimiento casi imposibles de cerrar.
Por añadidura, los vínculos entre esa milicia chiíta y la república islámica son mucho más explícitos y sólidos que los que puede tener la organización palestina a la que Netanyahu no ha podido derrotar en más de ocho meses. Eso significa que un ataque contra Hezbollah podría llevar a Teherán a involucrarse directamente en un conflicto con Israel, lo que concretaría uno de los desenlaces más temibles en el escenario de Medio Oriente.
Ciertamente, el genocidio que la administración de Tel Aviv perpetra en Gaza tiene como víctima a una población desarmada, inerme y privada de alimentos, agua y servicios básicos de salud, pero ello no significa que Israel no esté pagando un costo altísimo por ello: de seguir por esa ruta, el gobierno que encabeza Netanyahu pronto se encontrará en una situación de aislamiento internacional no muy distinta a la que experimentó el régimen racista de Sudáfrica, con todo lo que eso implica. Si los designios criminales de los gobernantes israelíes se extienden a Líbano, ello podría desembocar en un desastre sin precedente para toda la zona, Israel incluido. Cabe esperar que la ciudadanía del Estado israelí cobre conciencia de la ruta catastrófica por la que está siendo conducida y obligue a sus políticos a detenerse.