Opinión
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Libros y capitalismo
L

a poeta Kyra Galván, con formación de economista, también narradora y ensayista, pone la lente en un asunto poco discutido, como no sea para quejarse o, los afortunados, sacar cuentas alegres: el reinado de las grandes trasnacionales del libro en la producción y comercialización editorial, el significado cultural y no sólo mercantil o mediático de este dominio, que Galván llama duopolio sin nombrar a los dos holdings que alude. Sus reflexiones vienen a cuento.

En México, para empezar, la industria editorial no está en equilibrio, escribe. Enumera sus razones en el artículo La noche de la industria editorial ( El Cultural, suplemento de La Razón, 17/5/24) y ofrece una panorámica donde dos compañías “gozan de un significativo poder y tienen la capacidad de establecer los precios… A estas dos ‘grandes’ les rodean infinidad de editoriales ‘independientes’, de las cuales, quizá dos o tres tienen la capacidad para ser autosuficientes, y otras que, si no gozaran de apoyos gubernamentales, estatales o universitarios, no podrían publicar. Las demás (mayoría) son pequeñas empresas –algunas desde un esquema totalmente informal– que giran como satélites alrededor de todas las demás y que batallan día a día para sobrevivir”.

No es menor el poder cultural que sucede y prospera fuera del Estado. Significativamente, Galván no menciona en ningún momento al gobierno como editor o parte del problema, fuera de que no tenemos una ley antimonopolio para impugnar la “dominación del mercado por dos ‘grandes’”. Los insumos para producir libros han subido estratosféricamente desde hace unos años, pues casi todos son importados, lo que sube el costo del libro y lo convierte casi en un artículo de lujo. Los libros importados son inalcanzables para cualquier bolsillo, la gente gasta menos en libros por sueldos bajos, desempleo.

Así como no habla del Estado, más que como coeditor, Galván apenas menciona las tecnologías digitales comerciales, considera que no han creado una base relevante de lectores. Centra su reflexión en la producción y circulación del libro mismo, el libro cosa, ese monumento de papel impreso que hemos erigido, con muy buenas razones, para fundamentar nuestra idea de la cultura. Ediciones y tirajes se ciñen a las ondas del mercado. Estas editoriales, y otras, autosuficientes o satélites, determinan qué se publica con fines comerciales. En el duopolio, antes de aceptar la publicación de un libro, consultan con su departamento de mercadotecnia, que se ha convertido en el moderno oráculo, donde estudian con lupa los posibles éxitos o fracasos del autor en las cajas registradoras. Influyen el número de seguidores en las redes sociales (potenciales compradores) o el récord de ventas de un libro anterior. Incluso se arrogan el derecho de dictar al escritor qué tipo de obras debe escribir, dado su perfil.

La situación descrita por Kyra Galván casi se corresponde con una dictadura de dos cabezas que dominan la exhibición en librerías (sobre todo en las grandes cadenas, subraya), la publicidad y los best sellers. La distribución es un gran cuello de botella para las editoriales independientes, que destinan un porcentaje de su costo a algún distribuidor o de plano se contentan con vender algunos ejemplares en presentaciones y ferias de libros. Apunta el reparto de las ganancias por cada libro: 45 por ciento al editor, 45 por ciento a la librería y 10 por ciento al autor afortunado.

El poder editorial determina los géneros rentables y, desde ahí, ¡oh!, controla el flujo de las novedades y los cánones. La autora soslaya que este mercado se encuentra enfrentado, por primera vez en la historia, con su contraparte estatal, al grado paradójico de casi no tocarse, como no sea en el área fiscal y tributaria. (Ello, aunque en su presentación, los editores del artículo, metiendo su baza, se refieran a ese mundo cultural mexicano que hoy se cae a pedazos, y añadan: Esta destrucción se aceleró en este gobierno hasta límites inimaginables).

Las corporaciones se guían por lo rentable, lo famoso, lo renovable o desechable. Operan con abogados, contadores y publicistas a granel. Y justo es decirlo, como todas las potencias empresariales, contratan a los mejores; en su caso editores, correctores, traductores, consejeros editoriales y diseñadores, que en nuestro país hay muchos y muchas de excelencia. Como quiera, las ventas de los grandes grupos editoriales resultan una bicoca junto a lo que factura el duopolio de papas fritas.

En los distintos escenarios posapocalípticos de bolsillo que hoy nos entretienen, se considera la desaparición del libro como tal, o su sublimación etérea o religiosa. Sin embargo, el libro no parece desaparecer. Hormigas extrañas publican ediciones de autor o de milagro. Las librerías de viejo y el mercado callejero de libro usado van en auge, meten en problemas el equilibrio entre la oferta y la demanda, vuelven al libro subterráneo para las estadísticas, en parte debido a la dispersión de bibliotecas personales de la generación anterior que ya nadie quiso o no estuvo para heredar.

¿Ahora sí tenemos libros de más que ya nadie leerá? ¿Acaso se han vuelto un espejismo? ¿Un fetiche? Habrá que irse preparando para el poder cultural de la inteligencia artificial.