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La meta y el método
¿Q

ué país queda después de la elección presidencial?, esa es la pregunta que debe preocupar y ocupar a vencedores y vencidos, al gobierno y a la sociedad. Queda un país que ha decidido mayoritariamente cambiar la narrativa de la relación gobierno-ciudadano. Eso es indudable y quien no lo entienda, no entiende que no entiende. Pasamos del dominio en el discurso público de una idea de México inserto en la globalidad, y palabras como competitividad y libertad económica; a uno de justicia social, apoyos directos y representación real de las mayorías. Eso es el verdadero cambio trascendental de nuestro tiempo. El barrido de lo que podría entenderse como la narrativa neoliberal, el aniquilamiento de esa idea como alternativa política, y el restablecimiento de una idea que ya ha sido exitosa en México: el desarrollo estabilizador, el Estado de bienestar, y un rol y tamaño del Estado en la vida pública.

A estas alturas del proceso es ocioso cuestionar si esto ha ocurrido o no, y si la fuente de legitimidad del cambio es la correcta. El cambio es democrático, legítimo y real. Quien no lo entienda, forma parte de quienes, absortos en su propia burbuja, genuinamente desconocen qué pasó el 2 de junio, cómo pudo ganar quien ganó, cuando ellas o ellos no conocen a nadie que hayan votado así, cuando no ven que ese aislamiento es la razón precisa de su ceguera política y de su desconexión con México. No con el México de Twitter (X), ni el de su club o su privada. El México que pasan de largo. Esa inmensa nación que a pesar de ser suelo común, les es tan ajena.

Pero ese México también es México. Ojalá que la nueva administración, encabezada por primera vez en la historia por una mujer, Claudia Sheinbaum, que además tiene las credenciales académicas y la experiencia de gobernar una ciudad tan compleja como lo es la Ciudad de México, asuma el reto de conquistar a quienes no votaron por su causa. Al país le haría bien un poco de concordia y generosidad, ante lo apabullante de la victoria.

Enfrente, tiene una oposición que parece la escena posterior a un feroz bombardeo. No hay rastro de vida, de ideas, de perfiles, de organización, de sentido, de país. Una oposición que acudió con prisa e improvisaciones a la cita electoral, y así le fue. Una oposición cuya gran propuesta de campaña fue no cancelar los programas sociales del actual gobierno. Una oposición que no defiende el ideario panista, o el programa de acción del PRI, o las banderas que, en su tiempo, le dieron forma al PRD. No, esta fue una oposición cuyo ideario armaron un puñado de publicistas en unos cuantos días, una ideología de PowerPoint, un discurso político pensado en ganar la nota del día, y no el futuro, no el país o las conciencias.

Esa oposición es el mayor estorbo de una oposición verdadera. Es la más cómoda para cualquier partido en el gobierno y si no tenemos la capacidad autocrítica para asumirlo, estamos condenando a México a la mediocridad en la representación del sistema de partidos. Al gobierno le conviene una oposición más digna, y a todos nos conviene subir la vara de la política para contrastar ideas y proyectos.

El PAN fue una reacc≠ión ordenada e institucional al profundo cambio social que detonó el cardenismo. El PRI fue la evolución republicana de una revolución política a principios del siglo XX. El PRD, fruto de la escisión de dos ideas mutuamente excluyentes al interior del PRI. ¿Qué les dice a los jóvenes de la generación Z, estos tres momentos históricos que derivaron en ideas y partidos políticos?, ¿cuál es la conexión con lo que viven, saben y quieren? En otras palabras, ¿por qué diablos un joven mexicano en sus veintes, habiendo estrenado recién su credencial de elector votaría por el PRI, o por el PAN, o por el PRD? Esa pregunta es la que leyó muy bien Movimiento Ciudadano y Dante Delgado, que más allá del resultado regional, ganó como marca y sobre todo, en el establecimiento de una conexión con el electorado joven, el de hoy y el de mañana.

Morena enfrentará el desafío de todo partido triunfador y gobernante: la administración del conflicto interno se convierte en la capacidad de dar resultados. Por eso sostengo que entendiendo que hay banderas irrenunciables y causas inamovibles, la concordia como meta y la generosidad política como método, son una buena idea para México.