Opinión
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El mundo se va a acabar
C

on esa sentencia se inicia una canción del excelente conjunto de música jarocha Mono Blanco, que además investiga los orígenes de ese género musical y promueve su difusión. Tal vez el mundo no se acabe aún, pero las señales sobre su futuro inmediato son ominosas, al menos políticamente. En EU y en la Unión Europea están sucediendo cambios que asustan.

En Francia y Alemania la derecha más reaccionaria y xenófoba ha convencido a un considerable número de electores en torno a la necesidad de votar por los partidos que representan su ideología fascista, derivada del repudio que cada vez más sectores de la sociedad tienen por las olas de migrantes que llegan a Europa. El reciente descalabro del presidente francés en el Congreso europeo, en el que la ultraderecha ganó los suficientes asientos como para poner en peligro su mandato, es sólo un ejemplo. Algo similar pudiera estar sucediendo en Alemania en donde el proto-fascismo avanza peligrosamente. Los electores están abandonando a los partidos moderados, sin mayor consideración sobre lo que en el fondo significa votar por los que tradicionalmente han repudiado la civilidad, la moderación y el respeto a las minorías étnicas, sexuales y el ecumenismo religioso, representantes del regreso a la intolerancia y los peores momentos de un mundo que creyó haber superado esas lacras. No está claro aún si la tendencia se confirmará.

En EU el resurgimiento de Donald Trump es algo como el surgimiento de una pandemia que se creyó había sido superada mediante sentido común y civilidad. El ex presidente ha cimentado su campaña de regreso a la Casa Blanca, haciendo gala de racismo y xenofobia. En el delirio de sus declaraciones, ha prometido no sólo cerrar la frontera, sino expulsar a millones de migrantes que viven, trabajan, estudian y que son el crisol que une a comunidades enteras. Sus irresponsables declaraciones están en sintonía con las de los más retrógrados representantes del nativismo europeo. De esa manera, al igual que ellos, acumula día con día más y más adeptos que consciente o inconscientemente apoyan sus desmesuradas intenciones.

Lo que es un hecho es que las migraciones masivas en todo el orbe han puesto de cabeza a los gobiernos cuya tradición moderada, de centro y centro izquierda, no han encontrado la fórmula para resolver el problema. Lo seguro es que con las medidas draconianas que la ultraderecha pretende instrumentar, no habrá solución alguna. Lo que sí está sucediendo es que el nativismo y la xenofobia crecen a pasos agigantados.

Represión política, crimen, corrupción, cambio climático son algunos determinantes de quienes abandonan sus países en busca de la sobrevivencia en naciones cuyo nivel de vida y confort son un imán. También es cierto que en las sociedades que tradicionalmente han abrigado a quienes buscan el cobijo de una vida mejor, hay preocupación por el influjo creciente de quienes llegan de fuera. Muchas de las soluciones que se han propuesto para arraigar a los migrantes en sus propios países han sido insuficientes y de corto plazo. Un ejemplo reciente es el acuerdo de EU y México para promover el desarrollo en varias naciones centroamericanas. Diferentes factores han influido para que el acuerdo permanezca en el limbo, uno de ellos el rechazo de la derecha en el Congreso estadunidense a garantizar los fondos necesarios para que el plan cristalice.

Tal vez una de las principales causas del crecimiento en las migraciones es la forma en que la riqueza se ha distribuido en el mundo. Pero al igual que afecta la relación entre naciones, también dentro de éstas la distribución de la riqueza y la desigualdad es un factor que coadyuva a la creciente división en la sociedad.

El mundo no se va a acabar, pero las tentaciones para que así suceda están ahí. Es Perogrullo decirlo, pero los parches que el sistema ha instrumentado para solventar la desigualdad y la pobreza no han sido efectivos para tapar las grietas de una presa que amenaza con quebrarse y convertir en un gran océano al mundo entero.