s maravilloso ver cómo el majestuoso Paseo de la Reforma se ha vuelto un lugar de encuentro y disfrute para los capitalinos. Ya no es sólo un lugar de paso. Ahora los domingos es una lugar de fiesta con ciclistas, patinetas, caminantes, triciclos y hasta una que otra silla de ruedas: todos quieren participar.
Continuamente en los amplios camellones hay ventas de temporada, como la de nochebuenas o las del Día de Muertos. Las marchas relevantes empiezan en el Ángel, y así podríamos seguir.
Hoy que se cumplen 160 años de la llegada de Maximiliano de Habsburgo a la Ciudad de México, recordé que él la mandó diseñar como una sencilla calzada que haría más corta la ruta para llegar del Palacio Imperial (Palacio Nacional) al Castillo de Chapultepec, que convirtió en su residencia.
El antiguo Palacio Real, convertido en Palacio Nacional tras la Independencia, fue la sede del palacio de Moctezuma, residencia de virreyes y presidentes, así como sede del máximo poder político.
A la llegada de Maximiliano estaba en un estado deplorable; los conflictivos años transcurridos a partir de que lo ocupó Guadalupe Victoria –el primer presidente del México independiente– con las constantes pugnas entre liberales y conservadores y las intervenciones extranjeras, sólo habían permitido un precario mantenimiento.
Muy alejadas estaban las instalaciones de lo que la pareja imperial estaba acostumbrada a habitar. Se le sugirió alojarse provisionalmente en la Villa de Buenavista (hoy Museo de San Carlos), hermoso palacio construido por Manuel Tolsá situado en la cercana calzada de Tlacopan. El novel emperador se negó rotundamente, conociendo el simbolismo político e histórico que guardaba el Palacio Nacional; era esencial estar ahí.
En el breve lapso que vivió la pareja en ese recinto antes de cambiarse al Castillo de Chapultepec, el emperador solicitó cambiar su catre de campaña a distintos sitios del edificio, ya que era muy ruidoso, sin que lograra encontrar alguno que fuera conveniente a su costumbre de acostarse temprano y levantarse a las cuatro de la mañana.
Por esa razón, cuando conoció la vieja fortaleza que, entre otras, albergó al Colegio Militar, le fascinó la vista de la antigua ciudad, sus lagos y volcanes y la posibilidad de convertirlo en un castilllo como el que habitó en Europa.
Alguna vez mencionamos que cuando le ofrecieron el trono de México, Maximiliano tenía 32 años, era romántico, muy elegante, aficionado a la historia, el arte y las antigüedades y de pensamiento liberal. Esta personalidad lo llevó a conformar un proyecto para la nación que imaginaba con emoción y que desde antes de su llegada ya consideraba suya.
Creyente de que el pueblo de México clamaba por su presencia, en su mente ilusa e imaginativa creó una nación y una ciudad que no correspondían a la realidad. Su proyecto se apoyaba de manera primordial en la historia.
Impactado con la desigualdad existente y al verse a sí mismo como una figura de integración nacional, buscó lograr justicia y bienestar para todos los ciudadanos. Uno de sus primeros actos fue restringir las horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló las deudas de los campesinos que excedían los 10 pesos, restauró la propiedad común y prohibió todas las formas de castigo corporal. Asimismo, rompió con el monopolio de las tiendas de raya de los hacendados y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.
Todas estas medidas disgustaron a los conservadores mexicanos que lo habían traído y, por otra parte, Napoleón III se enteró de que la lucha juarista seguía en su apogeo y la mayoría del pueblo lo apoyaba. La aventura mexicana le estaba costando mucho dinero que necesitaba para enfrentar conflictos en Europa, por lo que retiró sus tropas y abandonó a Maximiliano a su suerte.
Ese fue el principio del fin, que culminó con su fusilamiento la mañana del 19 de junio de 1867, en el cerro de las Campanas, en Querétaro. Sus últimas palabras fueron: Yo perdono a todos, y pido a todos que me perdonen. Que mi sangre, la cual está a punto de ser vertida, sea para bien de este país ¡Viva México! ¡Viva la independencia!
Enfrentó su muerte con valor y dio a sus ejecutores una porción de su oro y les pidió no dispararle a la cabeza para que su madre pudiera ver su rostro.
Actualmente, en el lugar donde se encontraba el hospital de San Andrés, donde embalsamaron los restos del fallido emperador antes de enviarlos a Europa, se ubica el restaurante Los Girasoles, en la Plaza Manuel Tolsá. Hace poco lo mencionamos por su linda vista a la plaza y la sabrosa comida mexicana.