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La pitonisa del balompié mexicano
N

o soy propenso a lo sobrenatural, pero hay veces que las evidencias resultan contundentes. Es el caso de una abogada ya de cierto prestigio y más prometedor futuro que hizo gala de una especial capacidad de anunciar con mucha antelación y gran precisión lo que iba a suceder en el estadio Azteca el pasado domingo 26 de mayo.

De hecho, varios de los presentes, ante la contundencia de su enunciado, llegamos a pensar hasta que había bebido demasiado, pero resulta que la distinguida jurisconsulta es abstemia.

Lo que sí es cierto es que su premonición se sustenta en una cierta experiencia futbolística que viene de muy lejos. Ella misma intentó jugar futbol, pero no había modo de que lo hicieran jóvenes decentes antaño. Y mi amiga es de una conducta irreprochable... Pero eso sí, le dio vuelo a la hilacha y no se perdió un solo partido en aquella suerte de campeonato mundial de futbol femenino que se llevó a cabo en el estadio Jalisco al comenzar los años setenta.

Fue una buena intentona que, según se dice, no prosperó porque se hizo al margen de la televisora en jefe. No creo que haya sido por eso, porque yo recuerdo haber visto algunos partidos en la pantalla chica, narrados por cierto por mi amigo el señor profesor Luis Enrique Navarro Hidalgo, conocido mejor como El Chafuco.

Claro está que mi actual amiga padeció una gran decepción cuando no hubo continuidad. Pero su interés por el deporte que incluso quiso practicar, no obstante su exceso de peso, la mantuvo en las tribunas del ya más que sexagenario estadio Jalisco e, incluso, gozó a más no poder los importantes partidos mundialistas que ahí se han llevado a cabo.

He insistido en que no es una improvisada espectadora del deporte de las paradas, pero su sentencia premonitoria del otro día, cuando empezaba a jugarse la final de campeonato de este año, dio lugar a que primero algunos de los asistentes la tiraran a lucas y pensaron que era un decir nada más por hablar.

Su dictamen fue claro e insistió en él varias veces, inspirada quizá porque las fuerzas de los contendientes se habían visto iguales en el partido de ida.

A la letra digo: si al llegar al minuto setenta el América no va ganando le van a marcar un penal a su favor.

Entre chistes de buen y mal gusto los amigos gozamos de un partido bastante malo por cierto, por más que los locutores hacían lo indecible para que los televidentes pensáramos que era bueno lo que estábamos viendo.

Llegamos así al minuto setenta y mi amiga, que casi no había abierto la boca, pero había estado muy atenta al partido, anunció.

Ya no tardan en marcar una falta a favor del América.... Los dos presentes más entendidos la miraron con cierto menosprecio, pero no hicieron comentario alguno. No pasaron más de cinco minutos para que se inventara el árbitro una pena máxima que no dejó pasmados.

Todavía los expertos, ante el tiempo que pasó para que el árbitro revisara el VAR o, tal vez, según los mal pensados, fuera a pedir instrucciones, mientras pasaban una y otra vez el pecado de la defensa del Cruz Azul, y cada vez quedaba más claro que no había habido falta alguna, nos llevamos la sorpresa de que se dio por buena la decisión y se consumó el triunfo tal como lo vaticinó mi amiga.

Claro está que, al final del partido todos la veían con gran respeto y algunos hasta quisieron que les dijera cómo se había enterado. Ni por asomo se llegó a pensar que había tras de ello una gran corrupción. ¡De ello es incapaz el empresariado mexicano...!