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Philip Glass medita
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▲ El músico estadunidense Philip Glass, en la portada de su libro Words Without Music.
 
Periódico La Jornada
Sábado 1º de junio de 2024, p. a12

Celebramos los 50 años de un monumento: Music in Twelve Parts, partitura de Philip Glass cuya ejecución dura entre tres horas y media y cuatro horas y pide al escucha atención consciente y brinda placer, mucho, en un discurrir delicioso para el cerebro y todos los sentidos. Es la culminación de una etapa fundamental en la producción tan abundante de este compositor, quien acaba de celebrar su cumpleaños 87 interpretando en vivo esa proeza. Al mismo tiempo, conmemoró el medio siglo de esa obra, luciendo en escena su fabulosa máquina con teclas, Farfisa, en un ejercicio retro de alta tecnología, por su uso imaginativo. Más adelante adoptaría como su favorito el poderosísimo y hermoso sintetizador Prophet Five.

Quien quiera denominar el contenido de esta partitura música minimalista, adelante, porque se emparenta con obras fundamentales de esa corriente efímera cuyo epicentro es, sin lugar a discusión, la hermosa En Do (In C), de Terry Riley, con referentes también a dos obras igualmente monumentales de Steve Reich: la impresionante Drumming y la exuberante Music for 18 Musicians.

Music in Twelve Parts es un hito. Culmina un largo proceso de investigación y de escritura. Philip Glass la compuso en tres años y dejó así todo listo para su siguiente obra maestra, otro hito: la ópera Einstein on the Beach, donde encontramos procedimientos semejantes de escritura y pensamiento.

Se trata de un ciclo en 12 partes que escribió Philip Glass entre 1971 y 1974, para 10 instrumentos, tocados por cinco músicos: tres órganos eléctricos (uno de ellos el Farfisa, de Philip, mencionado), dos flautas, cuatro saxofones (dos sopranos, un contralto y un sax tenor) y una voz femenina.

Philip Glass la tituló Música en doce partes porque la idea originalmente era trazar 12 líneas de contrapunto armónico, pero cuando mostró el trabajo a una amiga, ella preguntó por las otras 11 partes, ante lo cual despertó aún más el asombro del compositor, quien consideró muy interesante el cuestionamiento y por eso decidió seguir escribiendo durante tres años las otras 11 partes.

En realidad, es un tratado sobre la percepción, la invención y las permutaciones perceptibles, si se pone atención a cómo se van desenvolviendo las repeticiones que atienden a los lineamientos propios del minimalismo.

La música evoluciona rápidamente en su ejecución pero muy lentamente en su proceso de cambio; hay largos pasajes donde el escucha pareciera no percatarse de cambio alguno, cuando en realidad se están realizando muchos cambios en los patrones rítmicos y en la morfología de la composición. Una suerte de aura, o de aurora boreal, que ofrece vistas de ensoñación y que van cambiando lentamente.

Posee capacidades fascinantes. Recuerda el comportamiento de los fractales, esos entes físicos donde se repite el mismo patrón a diferentes escalas y con distinta orientación y están presentes ante nuestros ojos pero solamente recibimos su mensaje si observamos con atención consciente, por ejemplo en las nubes, los helechos, las llanuras, las cordilleras, las gotas de lluvia y todo aquello que se mueve en proporción áurea.

Un ejemplo de fractales en la música lo tenemos en el mismo nacimiento de este arte, con la Tercera Suite para Violonchelo Solo de Bach, donde se suceden patrones de notas cortas y largas que aparecen, desaparecen y reaparecen como patrones de frases a escalas mayores. Matemática pura.

La escucha de Music in Twelve Parts crea lo que en física se denomina ilusión, y que en música es la interpretación de música que se completa con la interpretación que de ella hace la mente del escucha. Alucinante, pues.

Es también un tratado sobre la metamorfosis, sobre el arte de la transformación, el intersticio, la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles.

Ese fenómeno de ilusión se gesta en los patrones rítmicos y melódicos que están en constante movimiento pero en aparente inmovilidad. Pareciera que todo se está repitiendo pero en realidad nunca se repite, siempre cambia. La mente del escucha busca caminos, uno de ellos es el vuelco a la herramienta básica de la música: el conteo. Si nos ponemos a contar los compases, cosa harto divertida, comenzamos a percibir los cambios: al principio, contamos ocho compases y en el noveno, se introduce un elemento diferente al coro de instrumentos, o bien la voz entona notas diferentes pero el conteo se mueve también con la lógica de los fractales y los procedimientos del Triángulo de Sierpinski: cobran vida en proporción áurea, se mueven con autonomía, nos guían, en consecuencia.

Existen tres versiones discográficas de Music in Twelve Parts: la primera data de, precisamente, 50 años, bajo el sello Virgin; la segunda es de 1993 en Nonesuch y la tercera de 2007 en la disquera de Philip Glass: Orange Mountain Music.

Las diferencias entre las tres también poseen las características de los fractales, la ilusión acústica, la lenta y apenas perceptible metamorfosis.

Es, decíamos, un tratado enciclopédico y un compendio de algunas técnicas de repetición que el compositor experimentó desde la mitad de la década de los años 60 del siglo pasado.

La más importante revista de crítica musical, la británica Gramophone, no escatima elogios: los espíritus puros, de seducción mesmérica, proveen de una sesión de escucha muy feliz; la ubican como una de las más luminosas y preciadas piezas musicales que existen, completamente anticonvencional, de estructuras modulares y abierta a toda clase de reordenamientos y elecciones de maneras de escuchar.

No es una música para oídos pasivos. Es rica en apuestas, riesgos y retos de escucha. Contiene elementos que más tarde se convertirían en la marca de la casa de Philip Glass, entre ellos las líneas melódicas graves en profusión e intensidades lumínicas.

Es un glorioso laberinto de sonidos.

Contiene también los elementos misteriosos que habrían de saltar en estallidos en su siguiente obra, Einstein on the Beach, como culminación y apoteosis en una concentración de técnicas y procedimientos escriturales y con ideas básicas de expansión y disminución, en un trabajo fino de permutaciones y todo eso produce belleza.

Lo simple y lo intrincado se suceden de manera milagrosa. Su inspiración es del orden de lo espiritual, luego de sus charlas con Ravi Shankar y sus prácticas con uno de los alumnos de Ravi. En la música de la India encontramos patrones repetitivos que cambian de manera imperceptible, se deslizan y reaparecen con ropajes diferentes en el siguiente ciclo, como rencarnaciones .

A su regreso de India, Philip Glass escribió esbozos que fue estrenando y grabando sucesivamente: Music in Eight Parts, Music in Similar Motion, Music in Five Parts, donde el término parts no alude al número de secciones en que se divide la obra, sino a las voces que actúan en contrapunto armónico.

Es una música hipnótica, energética, hechizante. Es una meditación con música.

Sugiero escucharla y antes o después realizar el siguiente ejercicio: observe un helecho, el tiempo que usted quiera. Puede esparcirle agua con una pequeña regadera de jardín. Observe cómo sus hojas adquieren formas diferentes si movemos los ojos, la cara, el cuerpo mientras hablamos con el helecho, acercamos nuestros dedos sin tocarlo, hasta que logramos escucharlo y esa música comienza a cobrar vida en proporciones áureas y danza con nubes, se convierte en el fluir hipnótico de un arroyo de agua transparente que deja ver el fondo del cauce donde hay rocas acariciadas por el torrente calmo y adquieren a su vez formas cambiantes apenas perceptibles.

Regrese entonces a la escucha de Music in Twelve Parts. Experimentará entonces el dulce estruendo del helecho, el estallido de la nube, el torrente lento del arroyo, la apoteosis de la belleza.

X: @PabloEspinosaB

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