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Al profesorado de la UNAM
A

ntes que nada, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es una institución educativa; decir eso significa que se compone de una amplia planta docente: los profesores, sus ayudantes y el resto del conocido personal académico (en alusión de la Academia de Platón, instalada en los jardines de Academus). En pocas palabras, se trata de maestros, a quienes entrego unas notas, al cumplir en la universidad 50 años frente al pizarrón, esperando que les resulten útiles, y, por qué no, estimulantes.

En esta columna he hecho constantes referencias a dos grandes educadores que transformaron mi vida educativa: Célestin Freinet (escolástica) y Paulo Freire (educación bancaria). Los dos escribieron muchas páginas destinadas al magisterio, con grandes coincidencias de fondo; el primero en tiempo fue Célestin. Cada uno tiene un libro sobre el particular, sin desperdicios. El de Freinet se titula Consejos a los maestros jóvenes (Fontamara), mientras que Cartas a quien pretende enseñar (Siglo XXI) es el título puesto al suyo por Freire. Recomiendo ampliamente la lectura de ambos a todas las personas involucradas en la docencia universitaria. Como muestra de lo que plantean, basta un botón: Hilvano a bote pronto unas cuantas ideas de Freinet: Y estaremos todos juntos, para ayudarnos cuando la subida sea demasiado dura, porque queda tanto por hacer. Nuestros alumnos tienen tantas cosas que decir, tantas preguntas que hacer, tanta información por recibir, tantos hallazgos que mostrar. El maestro es el que sabe organizar mejor, animar y dirigir el trabajo de los que reconocen en él una riqueza y una fuerza. Pero vosotros o sois valientes o no seréis maestros. Sed leales con vosotros mismos, cueste lo que cueste. Pero acordaos también de que el valor siempre tiene su recompensa. Preparad las generaciones de constructores que excavarán el suelo, subirán a los andamios, lanzarán de nuevo hacia el cielo las valientes flechas de su genio, escrutarán el universo siempre orgulloso de su misterio. No hay nada tan exaltante como un lugar de trabajo, sobre todo cuando en él se construyen hombres.

Freire, por su parte, dice en la tercera carta: “La práctica educativa es algo muy serio. Tratamos con gente, con niños, adolescentes o adultos. Participamos en su formación. Los ayudamos o los perjudicamos en la búsqueda. Estamos intrínsecamente conectados con ellos en su proceso de conocimiento. Podemos contribuir a su fracaso con nuestra incompetencia, mala preparación o irresponsabilidad. Pero también podemos contribuir con nuestra responsabilidad, preparación científica y gusto por la enseñanza, con nuestra seriedad y nuestro testimonio de lucha contra las injusticias, a que los educandos se vayan transformando en presencias notables en el mundo… debemos asumir con honradez nuestra tarea docente, para lo cual nuestra formación tiene que ser considerada rigurosamente”.

Y en la cuarta misiva Freire explica las cualidades indispensables, a su parecer, para el mejor desempeño magisterial. Por falta de espacio, únicamente transcribo un párrafo donde resume: “Es viviendo –no importa si con deslices o incoherencias, pero sí dispuesto a superarlos– la humildad, la amorosidad, la valentía, la tolerancia, la competencia, la capacidad de decidir, la seguridad, la ética, la justicia, la tensión entre la paciencia y la impaciencia, la parsimonia verbal, como contribuyo a crear la escuela alegre, a forjar la escuela feliz”.

Por último, refiero los derechos de los educadores, a la manera de Freire, por los que propone, también en la cuarta carta, luchar para que sean reconocidos: derecho a la libertad docente, a hablar, a mejores condiciones de trabajo pedagógico, a un tiempo libre remunerado para dedicarse a su permanente capacitación, derecho a ser coherente, derecho a criticar a las autoridades sin miedo de ser castigado –a lo que corresponde el deber de responsabilizarse por la veracidad de las críticas–, derecho a tener el deber de ser serio, coherente, a no mentir para sobrevivir.

Con todo lo anterior, reitero mi propuesta de escudriñar serenamente lo relevante en el devenir de la UNAM, en busca de su necesaria transformación. En el caso del magisterio es muy urgente hacer una revisión con lupa de la situación en que transcurre la actividad docente. Nadie mejor que los propios docentes para hacerlo. Un lugar especial corresponderá al profesorado de asignatura. Podría servir que el rector Leonardo Lomelí, con sensibilidad, apoyara dicho escudriño. Esperanzado, considero que, en el momento actual, esa sería la mejor muestra de reconocimiento que la institución hiciera a sus maestros.

Coletilla: se están cumpliendo 35 años desde la aparición de mi libro Un maestro singular (Tanteo ediciones) que versa sobre la vida, el pensamiento y la obra de José de Tapia y Bujalance (iniciador de la educación Freinet, primero en España, 1932, y después en México, 1948). En esas páginas, el lector podrá encontrar el desarrollo de la práctica Freinet hecha en su propia escuela primaria por el más genuino maestro que he conocido. Pero cuidado, mucho cuidado, la educación Freinet no es privativa para el trabajo con niños. La propuesta de Freinet es arriesgada, desafiante y aplicable, a fe mía, al trabajo en las universidades.

¡Elevemos la mirada de la educación!

A Monse y Giselle, mis ayudantes en el curso actual, sigan por el buen camino.

* Profesor en la UNAM