n 1960 se celebró el primer debate entre candidatos a la presidencia en Estados Unidos y este evento se quedó como un hito de la comunicación política, y caso de estudio para la sociología y el marketing político. El debate entre John F. Kennedy y Richard Nixon creó en la mente de todos, a nivel global, una nueva dinámica en las campañas electorales. Un espacio para contrastar propuestas, pero también ver el comportamiento cara a cara, la comunicación no verbal, y el poder de la imagen. Kennedy ganó ese debate, y posteriormente la presidencia, para convertirse en el primer mandatario católico de Estados Unidos. Lo hizo transmitiendo seguridad, con una imagen cuidada, impecable, frente a un Nixon que llevaba un traje gris que se confundía con el fondo en las pantallas de los televisores en blanco y negro.
En México, los debates presidenciales nos han regalado momentos y frases verdaderamente memorables. Desde la marcada buena oratoria y la claridad de mensajes de Diego Fernández de Cevallos en 1994, o Gilberto Rincón Gallardo parafraseando a Mario Benedetti (somos mucho más que dos
) en 2000, hasta la desgastada táctica de llevar cartoncitos para mostrar evidencias o lanzar algún ataque frontal al adversario.
Ayer se celebró el primer debate entre las candidatas y el candidato a la Presidencia en este 2024. A pesar de que cada quien puede tener una percepción distinta de quién resultó ganador, o ganadora, lo cierto es que los debates son el clímax de una campaña electoral. Los roles de ayer eran transparentes: la candidata que aventaja, buscando mostrar solidez y tratando de repeler eficazmente los ataques; la aspirante que va en segundo lugar, jugándose todo para incrementar simpatías y conocimiento; el candidato que va en tercero, usar la plataforma, el tiempo y los medios, para que la gente sepa por lo menos quién es.
Paradójicamente, la incidencia de los debates en el resultado final es cada vez más menor. Es muy difícil que alguien que tiene una buena impresión del gobierno actual no vote por la candidata Claudia Sheinbaum, por escuchar una buena frase de Xóchitl Gálvez en el debate. Lo mismo que alguien que quiere votar por la oposición, sin importar el programa, la candidata o los partidos que la abanderan: difícilmente será convencido de votar por el partido gobernante por un mensaje contundente o una frase bien lograda de la aspirante puntera.
Los debates, no obstante, forjan el tono entre los candidatos en campaña y seguramente harán ajustes en sus estrategias próximas. El único espacio para verse a la cara y decir frente a frente lo que repiten todos los días, cada quien en un templete diferente del país. Quien tiene todo que perder y no lo hace, gana. Quien tiene la obligación de ganar y divide opiniones, pierde. A diferencia de los primeros debates de la democracia mexicana, hoy es tan importante la audiencia, como el postdebate en redes sociales, donde la enorme mayoría de las personas se enteran de los cortes más relevantes del debate. Sin embargo, el algoritmo de las redes sociales, que filtra y prede-termina la información a la que una persona tiene acceso en función de sus preferencias e historial de navegación en Internet, hará que quienes simpaticen con Sheinbaum sean bombardeados por sus mejores momentos en el debate; lo mismo pasa con los simpatizantes de Gálvez. Esa es la razón por la cual se ha cuestionado el impacto nocivo que las redes sociales han tenido en la calidad de la democracia a nivel global. Ver, leer, escuchar, solamente aquello con lo que previamente coincidimos, radicaliza opiniones al impedir el contraste de ideas, el equilibrio, el cuestionamiento básico sobre una creencia o postura política.
El filtro con el que los mexicanos están, en este momento, enterándose sobre el debate, es uno que solamente reforzará aquello en lo que ya creen.
En este marco, vale la pena preguntarnos si aún sirve este modelo dedebates, donde los candidatos despliegan una minuciosa estrategia planeada por sus equipos para lanzar ataques, defenderse o posicionar propuestas como si estuvieran en un spot. Creo respetuosamente que sería mucho más interesante ver a nuestros candidatos a la Presidencia y a otros cargos de elección en un formato más libre, ordenado, sin duda, pero menos acartonado y riguroso en tiempos. Hagamos un recuento crítico: cuántas propuestas comunicadas en los debates presidenciales en los últimos 30 años se llevaron a la realidad. Cuántas propuestas
fueron solamente ideas atractivas en lo mediático para conquistar el voto, pero huecas o presupuestalmente inviables.Al tiempo.