Han pasado cuatro siglos desde la publicación del volumen más grandioso de la literatura inglesa. El Primer Folio fue obra del amor y la intención, escribe Robert McCrum. Y, sin embargo, Shakespeare quedaría perplejo por todo el alboroto que hemos armado al respecto
Sábado 18 de noviembre de 2023, p. 3
Londres. William Shakespeare habría sonreído ante este 400 aniversario de su Primer Folio. Él siempre disfrutó del presente dramático; nada menos que tres de sus obras empiezan con Ahora
. La inminencia es su posición predeterminada, y eso es isabelino: del amanecer a la puesta del sol, la era de Shakespeare vivía en el momento presente.
Tal inmediatez es un hilo constante en el tejido de pensamiento y lenguaje que se convertiría en la marca del genio de Shakespeare. Y, sin embargo, de manera paradójica, para un escritor tan en armonía con el momento presente, él es al mismo tiempo la tortuga y la liebre. Su posteridad literaria es el triunfo del juego a largo plazo: apenas un atisbo de celebridad en su tiempo, y más de 100 años de desdén y oscuridad después de su muerte, en 1616.
La autoría en tiempos isabelinos no era el fenómeno que conocemos hoy. Si Shakespeare hubiera muerto de la peste antes de 1600, lo recordaríamos como poeta. En las celebraciones que rodean al cuarto centenario del Primer Folio, el más grandioso libro de la literatura inglesa, el hecho más notable de este suceso literario sería la divertida sorpresa del dramaturgo, incluso un placer desconcertado, ante el alboroto que estamos armando.
A lo largo de su carrera, Shakespeare trabajó día y noche para atraer al teatro y gratificar a sus patrones de la realeza. Pero la mayor parte de esto se logró bajo el radar; durante buena parte de la década de 1590, el autor del éxito de taquilla Tito Andrónico, o de obras triunfadoras, como Ricardo II, Ricardo III y Romeo y Julieta (publicado en cuadernillos durante 1597), era casi invisible.
Muerte de Marlowe, momento clave
Las páginas titulares de esas primeras impresiones identifican a los Hombres de Lord Chamberlain como los ejecutantes del argumento, pero no hacen referencia a dramaturgo alguno.
En 1598, las cosas cambian: Shakespeare
y su suerte comienzan a despuntar. La circulación de sus sonetos azucarados
en círculos de la corte había llevado su fama a un punto de inflexión. Visto a posteriori, la muerte de Christopher Marlowe es el momento clave, y 1593, el año 30 de Shakespeare, es un hito en su carrera, con la publicación de Venus y Adonis, que causó sensación al difundirse de boca en boca. Antes del éxito de Hamlet, Shakespeare el dramaturgo era renombrado en la corte, pero no una celebridad entre el público. Con un analfabetismo tan extendido, tal fama no era aún posible. Pese a la oscuridad, Shakespeare, como poeta, coqueteaba con una obsesión clásica más que cualquier otro: el veredicto de la posteridad. El Soneto 71 invierte lúdicamente esta arrogancia con Olvida el eco humilde de mi nombre
.
En ese entonces pendía sobre él su propia extinción. Después de 1611, el año de La tempestad, la vida comenzó a alcanzar al arte. En sus inicios, Shakespeare representaba a menudo el papel del fantasma, usando tres veces la instrucción de escena Sale el fantasma
(en Julio César, Hamlet y Macbeth). En Como gustéis, había anticipado esta última escena
de la extraña y azarosa historia
de la humanidad como segunda infantilidad, y mero olvido
, en una famosa síntesis de la vejez: Sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada
.
Ahora la mente y la imaginación que habían impulsado a Shakespeare durante años comenzaban a mostrar signos de ancianidad. Cerca de los 50 años, estaba consciente de su juego final. Su propio y sencillo resumen, en Hamlet, es preventivo: Si no es ahora, ya vendrá
.
Un claro legado artístico
¿Hubo en esos años finales alguna conversación con el dulce Will
Shakespeare acerca de la posteridad? ¿O discusiones tentativas sobre unas Obras reunidas
? Es tentador imaginar una visita de John Heminges y Henry Condell, sus antiguos compañeros actores, a la casa del New Place en Stratford con montones de guiones de obras, pero nunca lo sabremos. Shakespeare sostiene el enigma de toda su vida desde más allá de la tumba. Sin embargo, existe una certeza documental.
Hacia finales de noviembre de 1623, el librero Edward Blount, que comerciaba bajo el sello del Black Bear, cerca de la catedral de St Paul, por fin tuvo en sus manos el texto del enorme volumen, unas 885 mil palabras, que había estado esperando desde que ejecutó su encargo: Mr William Shakespeares Comedies, Histories & Tragedies Published according to the True Originall Copies (Comedias, historias y tragedias del señor William Shakespeare, publicadas conforme a las auténticas copias originales).
No es posible exagerar la importancia de la publicación de ese libro majestuoso ¿debemos decir ícono?
, conocido como el Primer Folio. Al dedicar ese volumen a sus patrones, los editores dejaron en claro para la posteridad que se trataba de un legado artístico: Hemos reunido (las obras)... sólo para mantener viva la memoria de un amigo y compañero tan valioso como fue nuestro SHAKESPEARE
.
El marmóreo resultado de 900 páginas de lo que fue –o no– acordado entre el dramaturgo y sus editores es una obra de amor y una declaración de intención. Esta edición fidedigna de su obra estableció a Shakespeare
para todos los tiempos, de dos maneras principales. Primero, reúne unas 36 obras, entre ellas 18 guiones (en especial Macbeth, Julio César, Como gustéis y La tempestad) que de otro modo permanecerían desconocidas.
De igual importancia es que el Primer Folio conecta a Ben Jonson y a muchos de los actores que primero representaron estas obras con la persona histórica, el dramaturgo mismo, una figura ilustrada por un famoso y útil frontispicio, el grabado del autor (comparado por algunos con un carnicero de cerdos pagado de sí mismo
) que se ha convertido en el logotipo de los estudios sobre Shakespeare.
George Orwell comenta que a los 50 años todos tienen la cara que merecen
. El enigmático Shakespeare tiene por lo menos seis discutidas imágenes en busca de autor, pero sólo una importa en verdad: el frontispicio del Primer Folio, ejecutado por Martin Droeshout, el grabador holandés, que conoció a Shakespeare.
Tres versiones
Más que cualquier imagen competidora, este símbolo de la posteridad del dramaturgo tiene tres características indiscutibles que deben tomarse en serio pese a la niebla de especulaciones. De manera notable, llega a la posteridad en tres versiones diferentes, que indican el cuidado que los editores pusieron en este parecido. Segundo, el grabado de Droeshout es contemporáneo de muchos de quienes trabajaron con Shakespeare en el Globo.
Tercero, y más crucial, este retrato combina con un elogio a Shakespeare
el dramaturgo escrito por su gran rival, Jonson, expresado con toda la arrogancia que le da renombre, el cual domina la página de apertura del Primer Folio.
Jonson había sido el principal competidor de Shakespeare durante la década de 1600, un dramaturgo convencido de su propia importancia y más que levemente obsesionado con la posteridad (una aflicción familiar).
Parlanchín, vanidoso, discutidor, celoso, orgulloso y profundamente consagrado a exponer la hipocresía y la corrupción, Jonson nunca fue un hombre que se postrara ante la nobleza o el privilegio. Ahora, sin calificación, anuncia a su rival como el alma de la época
.
Y va mucho más lejos. Es Jonson quien declara que Shakespeare es el aplauso, la delicia, la maravilla de nuestra escena
, y luego, unas líneas después, que no es de ninguna época, sino de todas
, y lo llama, con afectuosa certidumbre, mi gentil Shakespeare...
He allí, sin duda, un grande de la literatura rindiendo homenaje póstumo a otro. En un universo racional, las líneas de Jonson frustrarían cualquier conspiración que sostuviera que Shakespeare
es sólo un alias.
Aparte del tesoro incalculable de la obra impresa en el Primer Folio, es por el retrato de Droeshout por el que Shakespeare y sus muchos admiradores deben sentirse agradecidos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya