Donald Trump advirtió a los estadounidenses sobre amenazas provenientes de México, pero las mayores amenazas ocurren en dirección opuesta: a través de exportaciones masivas de maíz transgénico de EE. UU. y otros cultivos genéticamente modificados (OGMs), hacia México. Por muchos años se ha inducido a México a aceptar esos cultivos. El gobierno mexicano ahora reconoce los riesgos documentados del maíz transgénico, ha decretado que el grano transgénico, no podrá ingresar para consumo en masa y tortilla de mexicanos y mexicanas, sí para uso forrajero.
El gobierno de los EE. UU. promueve los OGMs, para obligar su ingreso a mercados de otras naciones, es fraudulento, viola la ciencia y la ley de seguridad alimentaria de los EE. UU. Además, afirma que la prohibición de México no se basa en la ciencia, pero la política de Estados Unidos, carece de respaldo científico. México puede detener el esfuerzo de EE.UU. para obligar la aceptación de maíz transgénico.
Lo anterior se respalda en documentos que la Administración de Drogas y Alimentos de los EE. UU. (FDA) se vio obligada a divulgar a través de una demanda en contra de la FDA, en 1992. Una declaración allanó el camino para la comercialización de cultivos transgénicos al afirmar un consenso abrumador entre los científicos de que eran seguros y que no requerían ninguna prueba. Esta afirmación falsa, la FDA sabía que era falsa, sus propios científicos habían llegado a una conclusión contraria. La opinión expresada en memorandos enviados a sus superiores, era (1) que los alimentos GM conllevan riesgos anormales, especialmente el potencial de efectos secundarios dañinos no deseados que son difíciles de detectar y (2) que ninguno puede considerarse seguro a menos que ha pasado pruebas capaces de detectar tales efectos.
Las preocupaciones de científicos se remitieron a un funcionario de la FDA que declaró: “Los procesos de ingeniería genética y mejoramiento tradicional son diferentes y, según los expertos técnicos de la agencia, conducen a diferentes riesgos”. No había consenso sobre la seguridad entre los científicos fuera de la agencia, y el Coordinador de Biotecnología de la agencia reconoció esta falta en una carta a un funcionario canadiense. La FDA declaró falsamente que “no tenía conocimiento de ninguna información” que mostrara que los alimentos GM diferían de otros “de alguna manera significativa”. La agencia ha recibido información adicional que demuestra diferencias significativas, continúa afirmando falsamente que no tiene conocimiento.
La FDA protegió la imagen de los alimentos transgénicos. Los funcionarios estadounidenses afirman que ningún producto de la tecnología GM se ha relacionado con un problema de salud humana, pero en 1989 el primer producto ingerible de la tecnología indujo una gran epidemia que mató a decenas de estadounidenses y enfermó gravemente a miles más. Era un suplemento dietético del aminoácido L-triptófano producido a través de bacterias modificadas genéticamente, y la evidencia apunta hacia la alteración genética como la causa principal de la contaminación inusual que convirtió al suplemento en tóxico. La FDA creó la ilusión de que el proceso de modificación genética no estaba relacionado con la catástrofe. Los funcionarios de la FDA alegaron que se crearon algunos lotes dañinos de L-triptófano antes de que se empleara la modificación genética, a pesar de que tenían pruebas de que la tecnología se había utilizado durante ese período.
La FDA ocultó problemas relacionados con el primer complemento alimenticio comercializado de la tecnología GM, similar respecto al primer alimento integral comercializado de la tecnología: un tomate alterado. Los científicos de la FDA revisaron los estudios de alimentación que el fabricante había realizado voluntariamente, expresaron su preocupación por un patrón de lesiones estomacales. Pidieron pruebas adicionales. Pero la FDA volvió a ocultar las conclusiones de sus expertos y luego las tergiversó. Afirmó todas las cuestiones de seguridad habían sido resueltas, lo que no fue así y permitió que el tomate ingresara al mercado sin más pruebas.
La FDA no ha requerido que los alimentos transgénicos sean probados. Diseñó una consulta para proyectar la ilusión de que se están realizando algunas pruebas y regulaciones, el proceso es superficial; el coordinador de biotecnología de la agencia ha admitido que no se trata de una revisión científica, “La FDA no ha considerado necesario realizar revisiones científicas exhaustivas de los alimentos derivados de plantas modificadas genéticamente, de conformidad con su política de 1992”.
La FDA ha violado los estándares de la ciencia y la ética, los dictados de la ley de los EE. UU., que exigen que se demuestre que los nuevos aditivos para alimentos son seguros a través de procedimientos científicos estándar. Aunque la FDA reconoce que los alimentos GM están bajo esta ley, y sus propios científicos pidieron pruebas de seguridad exhaustivas tanto científica como legal, los administradores de la FDA eludieron la ley y permitieron a los alimentos GM comercializarse sin ningún tipo de prueba de seguridad. La política del gobierno de EE. UU. sobre los alimentos transgénicos no se ha basado en la ciencia, sino en ignorar y faltar el respeto a la ciencia, y la verdad.
Si se hubiera dicho la verdad, la historia de los alimentos GM habría sido drásticamente diferente, y EE. UU. no los podría haber enviado a México. En 2001, cuando me reuní con la directora científica de la autoridad de seguridad alimentaria de Australia y Nueva Zelanda (quien era una defensora de los alimentos GM), le pregunté qué pensaba que habría pasado si, en 1992, la FDA hubiera anunciado que sus científicos habían llegado a la conclusión de que estos nuevos productos entrañan riesgos inusuales y que cada uno debería someterse a pruebas toxicológicas exhaustivas. Ella respondió rápidamente que habría “matado” a toda la empresa de alimentos GM.
El gobierno de los Estados Unidos, afirma que su política es la que está basada en la ciencia y que la política de México no. Los argumentos dan la razón a México. Por lo que debe prevalecer los elementos que expone México, ante la política estadounidense de transgénicos. De hecho, México debería desafiar a la FDA para que presente pruebas de que ha realizado una revisión científica genuina y rigurosa de cada variedad de maíz transgénico que desea enviar a México. No podrá producir documentación de ni siquiera una de esas revisiones.
Además, aunque EE. UU. no podrá satisfacer la demanda de México, México puede satisfacer la demanda de EE. UU. de proporcionar evidencia científica del daño a la salud del maíz transgénico. Puede citar el estudio que demostró que el maíz NK603 de Monsanto, diseñado para tolerar el herbicida glifosato, es significativamente tóxico. Ese producto obtuvo la aprobación regulatoria de alimentación toxicológica de 90 días, pero un equipo de científicos de la Universidad de Caen lo probó durante un período de dos años, que causaba un daño significativo en el hígado y los riñones de las ratas. En 2012, publicaron sus hallazgos en una revista revisada por pares, Food and Chemical Toxicology. El estudio demostró que el maíz transgénico era tóxico cuando se rociaba con Roundup, también cuando no se rociaba.
La única razón para rechazar los hallazgos fue que eran “no concluyentes”, lo cual no es una razón válida. Debido a su solidez, el estudio se volvió a publicar en otra revista científica. La Academia Nacional de Ciencias de EE. UU., cuestionó solo los hallazgos relacionados con el tumor, proyectando la impresión de que no existen datos toxicológicos válidos. México puede demostrar que no ha habido una legítima desacreditación de los hallazgos toxicológicos. Por lo tanto, si se defienden la ciencia y la justicia, México estará libre de los riesgos del maíz transgénico. •