Una experiencia agroalimentaria en la Costa Grande de Guerrero
Tianguis Campesino Agroecológico: “vendemos lo que producimos”
El problema del modelo agroindustrial actual es que está más preocupado por producir dinero en lugar de alimentos. Éste no ha logrado erradicar el hambre, debido a que utiliza una enorme cantidad de recursos que genera altos costos ambientales, culturales, sociales y económicos; al mismo tiempo, degrada y contamina el suelo, agua y aire, poniendo en riesgo la salud de las familias campesinas involucradas en los procesos socioproductivos, así como la salud de los consumidores; sin dejar de mencionar que el cuello de botella no es la producción local de alimentos, sino la comercialización cautivada por un intermediarismo voraz que impera en el estado de Guerrero, realidad parecida acontece en el resto del país.
Bajo este complejo escenario, en 2009 surge el Tianguis Campesino Agroecológico (TCA) de Coyuca de Benítez, espacio ganado por campesinas y campesinos que integran una Red de organizaciones y colectivos –Unión de Pueblos para el Desarrollo Sustentable del Oriente de Coyuca y Poniente de Acapulco (UP); Red de Campesinos Guardianes del Maíz Nativo (Regmaíz); Red de Mujeres Trabajando por el Bien Común (Redemu); Universidad Campesina del Sur (Unicam Sur); Promotores de la Autogestión para el Desarrollo Social (PADS) y Agroecológicos Guerrerenses “Tierra Viva” (AgroViva)– que promueven estrategias agroecológicas desde hace más de dos décadas en la Costa Grande. Este ejercicio colectivo detonó los Circuitos Cortos de Comercialización Locales (CCCL), que fomentan un trato humano entre el campo y la ciudad, sustentado en la venta directa de productos frescos o de temporada sin intermediación, acortando las distancias entre productores y consumidores. Esta experiencia es promovida de manera autónoma, desafía a la lógica de la economía de mercado, y se fundamenta en cadenas cortas de valor que escapan al control directo del capital.
Las familias asociadas que participan en estos espacios son locales o regionales, lo que significa que los alimentos se trasladan en una escala menor de los 40 km de distancia para llegar al TCA, el cual se establece cada quince días en la cabecera municipal. La distancia es menor, si es comparada con los alimentos ultraprocesados controlados por grandes supermercados instalados en los contornos de la ciudad, que recorren un promedio de 1 000 y 5 000 km. Los CCCL tienen una menor huella de carbono por el uso de combustibles para el traslado, aparte de que proceden de prácticas agroecológicas que preservan vidas comunitarias y una vasta agrobiodiversidad.
El TCA persigue la sensibilización y revaloración de los productos locales por los pobladores urbanos. De este modo, con su establecimiento se fomenta el reconocimiento de espacios alternativos para el abasto de alimentos sanos y nutritivos para los habitantes del municipio, y para la defensa del patrimonio agroalimentario local. Esta experiencia logró evidenciar ante los medios y autoridades municipales que, en estos mercados locales, los consumidores valoran la importancia de la buena nutrición y la procedencia del producto, así como también las formas de producción y, en consecuencia, demandan mayores volúmenes de productos nutritivos e inocuos para su salud. Se demuestra así la indiscutible interrelación entre agricultura familiar campesina, consumo responsable y soberanía territorial.
En el TCA se comercializan alimentos limpios -libres de agrotóxicos- frescos y procesados artesanalmente de origen vegetal y animal, por lo que la iniciativa contribuye a mejorar la situación socioecológica, pero también la viabilidad socioeconómica, abriendo oportunidades equitativas y justas de mercado local. Los alimentos y productos caseros son representados principalmente por granos básicos (maíz, arroz, frijol, ajonjolí); frutas de temporada (tamarindo, mango, maracuyá, guanábana, aguacate, papaya); hortalizas (jitomates, chiles, pápalos, quelites); productos derivados de leche (crema, queso, requesón); miel de abeja (paletas, jarabes, cremas, shampoos, jabones, perlitas, palanquetas); café en distintas presentaciones, pinole, pan artesanal, bebidas tradicionales como el chilate(chiliatl); gallinas y huevos de rancho, pulpas de tamarindo y de coco, dulces de ajonjolí y de calabaza, atoles, tamales, antojitos y comidas típicas; así como las semillas de calabaza, flor de jamaica, hoja de maíz en rollos para tamales (totomoxtle), mole verde en polvo, chocolate, masa blanca y morada para la preparación de tortillas; diferentes artesanías elaboradas a base de coco, hoja de maíz, café y otras semillas endémicas del lugar; costuras y bordados a mano; además de abonos orgánicos derivados de la lombriz roja californiana (pie de cría, humus sólido y líquido). Esta diversidad de productos y cultivos agroecológicos, son símbolos identitarios/alimentarios característicos de la región, donde la población urbana está interesada en dejar de consumir la comida chatarra que ofrecen las corporaciones y en transitar hacia el consumo de alimentos tradicionales adquiridos en tianguis o mercados alternativos.
Durante los últimos catorce años de persistencia, las familias asociadas hacen comunidad, gestan grupo y ponen en práctica la cooperación; esto lo ejemplifica la gestión anual que realizan para obtener los permisos del espacio público ante el ayuntamiento municipal, lo que representa una lucha constante llena de estoicismo para mantener estas formas de venta e intercambio. Es por ello que estos espacios se deben mantener y se deben extender, ya que son pieza clave para alcanzar una economía propia y circular, que ayudará a reconstruir una soberanía alimentaria y laboral.
Probablemente esta iniciativa continuará operando y organizándose de manera autogestiva, como hasta ahora, y un claro ejemplo es la réplica que sucede en Atoyac de Álvarez, donde artesanos, productoras de miel y café se organizan cada fin de semana en el zócalo del municipio para realizar ventas directas sin intermediarios. Lo cierto es que en este momento se habla en exceso de transformaciones y transiciones en todo México, donde sería valioso que la actual política pública regresara a ver este tipo de estrategias locales y debieran contemplar como modelos económicos alternativos, retomando experiencias consolidadas, que permitan reconocer el arduo trabajo asociativo que gira en torno a familias y grupos inspiradores de estos faros agroecológicos, basados en principios de economía social y solidaria. •