La cooperativa Ya munts’i b’ehña (mujeres reunidas) es una organización de mujeres “indígenas” otomí, que se conformó en el año 2000, con 200 socias, está ubicada en la comunidad de El Alberto, en Ixmiquilpan, Hidalgo. Son mujeres artesanas que elaboran, comercializan y exportan productos artesanales de ixtle (fibra natural de maguey), a partir de la organización colectiva del trabajo, el cultivo agroecológico del maguey, el diseño y tejido de la fibra y la creación de un banco de semillas. Asimismo, va impulsando procesos que se orientan de manera contradictoria a fortalecer la organización comunitaria, su identidad y su cultura; a restituir la solidaridad económica y sus saberes propios, a revalorar el trabajo y la participación de las mujeres en la comunidad. Esto mediante un diálogo de saberes (científico y no científico) que les permite ir construyendo otras formas de sentipensar y practicar la sustentabilidad social y ecológica-ambiental.
Mediante la organización cooperativa, estas mujeres rescatan y resignifican sus saberes y prácticas ancestrales, que articulan al asesoramiento sobre organización cooperativa, elaboración de proyectos, administración, comercialización, cómputo y equidad de género. Recuperan sus formas de organización comunitaria, la toma de decisiones en asamblea, el trabajo colectivo, la reciprocidad y la solidaridad entre los humanos y con la Madre Tierra.
Elaboran productos artesanales para el cuidado personal, como esponjas de baño, limpiadores faciales, guantes exfoliantes, variedad de bolsas, llaveros, aretes, pulseras y ayates, entre otros. Son productos de alta calidad que comercializan en el país y exportan integrándose a las redes internacionales de comercio justo. Sustituyen materiales sintéticos y plásticos con la fibra natural y biodegradable del maguey, utilizan insumos locales, técnicas artesanales que reducen el consumo de energía y minimizan la generación de contaminantes y desechos. Esto incide en la preservación ecológica-ambiental a escala nacional e internacional.
Las mujeres que formaron la cooperativa tomaron conciencia de la situación de marginalidad social en que se encontraban y decidieron organizarse para transformar su realidad. Esto debido a que su principal fuente de sustento era el dinero que recibían de esposos e hijos, quienes migraban a trabajar a otras ciudades del país y/o a Estados Unidos. Han logrado mantener la organización por más de 20 años, crean alternativas de trabajo y de vida que les han permitido cubrir sus necesidades más apremiantes y frenar, en ocasiones, la migración de sus parejas. Además, resisten y revierten la colonialidad del poder que las margina y estigmatiza y deslegitima sus formas de vida, desde una mirada colonial, patriarcal, racista y paternalista.
Crean espacios donde se encuentran, se reconocen y apoyan, comparten sus saberes, sus preocupaciones y también sus logros. El proceso organizativo ha sido complicado, implica destinar tiempo, energía, recursos económicos y, sobre todo, servicio (aportación en jornadas de trabajo), imaginación y acción creativa para que funcione. Manifiestan el gusto por su trabajo, que les ha permitido realizarse y apropiarse de cierto margen de libertad y autonomía, aunque esto conlleve, en muchas ocasiones, incrementar sus actividades y responsabilidades.
Las mujeres de la cooperativa enfrentan diversos retos, en ocasiones son las principales responsables de su familia y proveedoras de ingresos. Asumen compromisos con las autoridades comunitarias para resolver problemas; se hacen cargo de las parcelas de maguey y otros cultivos, se preocupan por recuperar y sostener la productividad de la tierra, negocian con autoridades, familiares y conocidos para sostener la producción orgánica del maguey, e impulsan la producción de comida para el consumo familiar. Uno de los grandes retos que enfrentan, además de la falta de recursos suficientes para fortalecer el proyecto, es el relevo generacional, puesto que, el imaginario del “desarrollo” sigue empujando a los jóvenes a migrar a las ciudades o a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. No obstante, su participación en cargos públicos, comunitarios u organizativos va propiciando la socialización del poder, que permite entender y ejercer el poder no como dominación, sino como acción creativa en beneficio de su familia, de la cooperativa, de la comunidad y de la Madre Tierra. Finalmente, las mujeres reunidas restituyen otras formas de relacionalidad como la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad y la interdependencia, buscando preservar la organización comunitaria, el trabajo colectivo y los ecosistemas de los que depende el sostenimiento de la vida humana y no humana. •