De voluntad y valentía programática
I
maginemos
, dijeron hace unos decenios los Beatles y, con el conjunto de su música, provocaron una revolución en las conciencias apagadas y becerriles. Nada impide imaginar, a nuestro turno, que el presidente López Obrador escuche, imagine y comprenda para dar un golpe de timón hacia la izquierda en el tema agrícola/alimentario del país.
Imaginemos que de pronto y ante las evidencias que podemos presentarle, el presidente de la República acepta que, si bien el programa Sembrando Vida –que él incluso recomienda a su homólogo estadunidense para invertir en los países expulsores de mano de obra del subcontinente– ha tenido éxito en algunas partes, en otras ha sido nulo; imaginemos que, además de exigir cifras contradictorias de éxito y error reales, escuche a involucrados en el programa cuyas voces no se han dejado escuchar ante el triunfalismo discursivo de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural.
Imaginemos que se abren y dispersan, con premura, múltiples encuentros públicos y contradictorios sobre dicho programa y el que concierne a la producción y el reparto de fertilizantes químicos...
Imaginemos que nos involucramos todos quienes vemos otras soluciones y podríamos aportar argumentos probatorios para, si no sustituir por completo lo que se está haciendo, sí empezar a mostrar los caminos alternativos y demostrar (o no) su eficacia frente a la política actual sobre el campo.
Imaginemos que se deja de pensar en los alimentos como la lucha entre chatarra y vegetales, y se empieza por definir la alimentación de un modo conceptual, filosófico e histórico, ante y por los expertos (reales o autonombrados) para nutrir de información y conocimiento, desde a las escuelas y facultades, hasta la radio y las conferencias interdisciplinarias pasando por el Tik Tok... Imaginemos que el tema central de la sociedad mexicana durante los próximos dos años (compartido obligatoriamente por el tema judicial
) fuera la producción de alimentos y su transformación diversa hasta su consumo. Desde el hecho de que sin alimentación no hay vida en toda la escala planetaria, y de que, en el tramo de lo humano se encuentra el núcleo de la destrucción del sistema alimentario, pero también la posibilidad de una explosión virtuosa con qué satisfacer física y moralmente a los habitantes presentes y futuros.
Imaginemos que el estatuto de los alimentos como mercancía desaparece y se les revaloriza como bien común, como cuando eran indisolubles el valor de la tierra y de la naturaleza del de los seres humanos y de la vida.
Imaginemos que el gobierno da un carpetazo al pasado cercano y retoma un reparto de la tierra para quienes la hacen producir directamente con su trabajo amoroso y respetuosamente equilibrado. Y que, en vez de repartir químicos que la deterioran y la van matando para las siguientes generaciones, estimulan la reparación de los suelos, su fertilidad proverbial y, paralelamente, recuperan el honor las familias campesinas y su arraigo, contra la expulsión que su propio trabajo produce al desertificar –bajo las órdenes de los colonizadores desde hace 500 años hasta hoy en 2023– imponiendo prácticas contrarias a la experiencia y la razón milenarias en cuanto a la producción de alimentos.
Imaginemos, en un nuevo escenario, que retenemos en el país a nuestros campesinos –y tal vez a muchos voluntarios citadinos– con el ideal de contribuir a la vida
(contrariamente a la pesadilla dibujada por todos los medios digitales que, en vez de revolucionar nuestras conciencias, las adormece en el miedo de un futuro destructor manejado por una tecnología de dejar la boca abierta y las neuronas paralizadas). Pero mejor imaginemos un discurso exitoso contra la dictadura del no-pensar-nada y que una revolución del pensamiento nos lleva a una transformación física y real de la forma de producir y distribuir los alimentos. O, a la inversa, que transformando la forma de hacer producir la tierra y de distribuir sus frutos, logramos una revolución de los cerebros o, si se prefiere, una revolución de las conciencias.