Pensar en la Ciudad de México (CDMX) nos transporta inherentemente a un paisaje urbano, con gran bullicio de gente y grandes edificios, sin embargo, al sur de la CDMX, enclavado en la zona cerril, se encuentra una de las últimas zonas agrícolas de la Ciudad, uno de los últimos resguardos de la biodiversidad nativa de esta región. Colindante con el Estado de México y Morelos, está la comunidad de Milpa Alta, también conocido por sus antiguos habitantes como el señorío de Malacachtepec Momoxco, en donde por cientos de años se han resguardado en manos campesinas tesoros biológicos invaluables, de un valor inmenso para la comunidad y para la humanidad.
Este gran tesoro biológico del territorio de Milpa Alta son sus semillas nativas. Han servido para construir y alimentar civilizaciones desde antes del tiempo de la gran Tenochtitlan, lo cual se demuestra en la gran diversidad de evidencias arqueológicas existentes en el territorio, que datan desde el periodo Formativo (900 a.C.-150 d.C.) hasta el apogeo poblacional que registró hacia el Posclásico (900-1521 d.C.) (INAH, 2019), en donde los vestigios arqueológicos hallados dentro de la demarcación, reflejan una compleja organización del sistema agrícola, basado en la construcción de terrazas, canales, áreas de captación de agua, escalinatas, muros con nichos y tecórbitos o texacales (Paredes Gudiño, 2019).
Sin embargo, al día de hoy estas semillas enfrentan una gran presión, derivada del avance de la mancha urbana, el abandono de tierras, la falta de una sucesión generacional que las conserve vivas en el campo. Preocupados por esta situación, nosotros como Colectivo comenzamos a construir un primer esfuerzo por resguardar las semillas criollas de maíz de nuestra región, para valorizarlas, visibilizar su importancia, y regresarlas a las manos de nuestra comunidad, conformando así el primer banco de semillas criollas de maíz en la Ciudad de México, el “Banco de semillas del Colectivo Rural Atocpan”.
Cuando comenzamos a colectar semillas para conformar el banco, nos maravilló la gran cantidad de historias que las personas querían compartir sobre sus semillas, todas las historias y recuerdos que en ellos evocaban; nos fascinamos escuchando cómo esas semillas habían pasado de mano en mano, de generación en generación, cómo incluso algunas de ellas llevaban 80 años siendo sembradas año tras año por la misma persona. Ahí fue cuando nos dimos cuenta que la semilla es en realidad su gente, la semilla es historia, es cultura y tradición, y pertenece a aquella familia que la cuida y que la siembra. Conscientes de ello, nos comprometimos con cada una de las familias que nos abrió sus puertas, a cuidar de su semilla, a compartir su tesoro, y a no dejar que éste se pierda, sino al contrario, hacer que éste se multiplique, y que estas semillas encuentren cobijo dentro del corazón de nuevas familias.
Para poder cumplir con esto, ideamos un sistema de adopción de semillas, en donde los habitantes de nuestra comunidad pudieran acceder nuevamente a esta cultura y adoptar este tesoro biológico, con el simple compromiso de sembrar y cuidar la semilla durante un año, para al final obtener su propia semilla y devolver una parte al banco. Al realizar este ejercicio nos dimos cuenta de la maravillosa cualidad de multiplicación que guardan las semillas, ya que potencialmente de cada grano sembrado, se pueden obtener 200 semillas nuevas para el siguiente ciclo.
En el banco de semillas han confluido almas de muy distintas edades, encontrándose en este lugar desde la visión de un niño curioso con ansias de aprender, hasta la experiencia de un abuelo con deseo de perpetuar lo que sus padres le enseñaron, compartiendo con nostalgia los saberes de quien ha visto cambiar el mundo, porque anteriormente se oía “Yo aprendí a trabajar el campo por mi abuelo”…
¿Y qué pasa con quienes no aprendimos de nuestros abuelos? ¿Con quienes no tuvimos ese enlace al campo? ¿A quienes, generaciones después, nos nacieron las ganas de hermanarnos con la madre tierra?
Pues esa es una de las funciones muy importantes de nuestro banco, brindar nuevamente la oportunidad de encontrar un punto de donde partir, brindar una comunidad, y funcionar como un lugar en donde, quien desee recuperar su pasado cultural podrá hacerlo; y es que sembrar un maíz no es solo crecer una planta, sino que lleva consigo toda una ideología, prácticas y tradiciones que conforman la gran cosmovisión alrededor de nuestra sagrada planta “el maíz”.
*El banco de semillas del Colectivo Rural Atocpan, resguarda parte de la biodiversidad del maíz criollo de la alcaldía Milpa Alta en Ciudad de México. Su misión es impulsar la conservación de las semillas de maíz mediante la siembra de parcelas a manos de los propios habitantes de la comunidad, esto incentivando a que en las familias se siembren pequeñas parcelas, con el sueño de que un día cada familia, en cada uno de los 12 pueblos que conforman su alcaldía, recupere su propia semilla de maíz.•