El 5 de mayo fue el día internacional de la partería, posiblemente uno de los oficios más antiguos en la historia de la humanidad y un conjunto de saberes fundamentales para la reproducción de la vida. Cada año, en México, nacen cerca de dos millones de niños y niñas. Su llegada ocurre en diversos escenarios; para la mayoría en medio de paredes blancas, luces frías, gran cantidad de aparatos, dispositivos técnicos de monitoreo y personas regulando o estableciendo el momento exacto en que debe ocurrir. Esto es muy significativo si tenemos en cuenta que casi la mitad de los nacimientos en México son por cesáreas y un altísimo porcentaje son programadas; es decir, no corresponden a una emergencia. Para otros bebés, sus nacimientos son en el entorno de sus hogares, de manera más sencilla y con los tiempos que se requieran para que su llegada sea en el momento adecuado, en espacios cálidos, conocidos por las mujeres y con el acompañamiento de sus parejas, madres, suegras u otros integrantes de la familia que participan directamente o acompañan desde fuera. Muchos de estos partos son atendidos por parteras tradicionales, en las casas de las mujeres o en espacios social y culturalmente seguros para ellas, fuera de los hospitales.
La partería tradicional tiene una larga historia desde tiempos prehispánicos, pero es un conocimiento de gran vigencia, que se transforma y adecúa a los nuevos momentos. Un saber ancestral transmitido a través de generaciones, parte del acervo de conocimientos de los pueblos indígenas sobre el territorio, la naturaleza, la cosmovisión, la cultura, la reproducción y el cuerpo. Su preservación y fortalecimiento están considerados como derechos colectivos y culturales de los pueblos indígenas. Es además un recurso fundamental para la salud materna y neonatal, en municipios y regiones indígenas, pero también en contextos urbanos. En 2020 había 15,835 parteras(os) tradicionales en el país, identificadas por el sector salud, de las cuales el 91% permanecen activas y presentes en 26 de los 32 estados.
Pese a su importancia, la partería indígena se encuentra en medio de un contexto profundamente adverso para su ejercicio. Una de las razones es el modelo de salud materna que desde hace varias décadas ha priorizado el parto hospitalario como principal forma de atención. Esto ha significado un fuerte desplazamiento de las parteras en la atención del parto y en varios casos ha creado contextos donde la partería ha sido obstaculizada, hostigada y hasta reprimida; o donde a las mujeres atendidas con ellas se les colocan trabas para acceder a las constancias de nacimiento, lo cual en la práctica se vuelve una forma muy efectiva de reducir su acción. A esto se suma que muchas de las parteras y parteros son personas mayores que experimentan procesos de envejecimiento y condiciones de salud adversas. Por ello, resulta aún más urgente garantizar condiciones dignas para quienes han cuidado de otras personas durante toda su vida; así como la transmisión de sus conocimientos y prácticas a nuevas generaciones.
La pandemia de COVID-19 permitió ratificar el rol que las parteras juegan como recurso de atención permanente en las comunidades pues, durante 2020 y 2021, se incrementaron los partos atendidos por ellas. Frente al miedo de las gestantes a acudir a las unidades de salud por temor a contagiarse, estas curadoras han sido fundamentales para atender a mujeres, recién nacidos y a otras personas. Lo han hecho, incluso, arriesgando sus propias vidas en el ejercicio de lo que ellas conciben como un servicio comunitario y ante la fuerte crisis que el Sector Salud ha experimentado con un sistema institucional de salud muy frágil en el primer nivel de atención y carente, sobresaturado y riesgoso por la presencia de la COVID-19, a nivel hospitalario. En Chiapas, en 2020, casi el 50% de los partos fueron atendidos por parteras.
Hoy es crucial reconocer el gran aporte que la partería indígena sigue ofreciendo: atendiendo a mujeres, recibiendo vidas, identificando y refiriendo a gestantes cuando surgen complicaciones, resolviendo problemas y cuidando la salud de las madres y sus pequeños; sin que al Estado le represente además, costo alguno. Este reconocimiento es un acto elemental de justicia, aún más en tiempos de pandemia. Una forma común de constreñir y limitar a la partería indígena es la ausencia de mención, lo cual conlleva invisibilizar sus contribuciones o considerarlas insignificantes.
Fortalecer la partería involucra al Sector Salud, incluyendo la Secretaría de Salud, el programa IMSS-Bienestar y los servicios estatales de salud. También al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas. Hay dos aspectos donde muchas parteras consideran fundamental la vinculación con el sector salud: para referir a mujeres con complicaciones y para gestionar o tratar de obtener los certificados de nacimiento para los recién nacidos.
La organización, el intercambio de experiencias y el apoyo horizontal en múltiples temas y gestiones, son elementos centrales para la defensa de sus derechos. Cuando se organizan es mucho más probable que logren resolver problemas comunes a todas y alcancen una articulación con el Sector Salud más ágil y constructiva. La organización promueve la consciencia colectiva de que ejercer la partería y escoger con quién atenderse son derechos que las parteras y las mujeres comparten.
Con la fragilidad y carencias que presenta el sistema institucional público de salud, aún más en tiempos de pandemia, es urgente y necesario reconocer plenamente que las parteras indígenas ofrecen servicios que son cruciales para el bienestar de las mujeres y sus pequeños. Asimismo, es fundamental revertir políticas públicas que han menospreciado, hostigado y hecho desaparecer progresivamente a la partería indígena. No hacerlo vulnera derechos y perpetúa un epistemicidio con graves consecuencias para la salud de las mujeres y la reproducción de la vida. •